El PSOE se ha caracterizado a lo largo de su historia por dar lecciones de cómo no se deben de hacer las cosas, con ejemplos además, muy graves. Sin embargo, justo es reconocer que con las primarias que han encumbrado a un desconocido como Tomás Gómez, como las propias primarias que encumbraron a Zapatero, otro desconocido, nos ha dado una buena lección de democracia interna a los otros partidos políticos que bien harían en aprenderla cuanto antes.
Las primarias se iniciaron en el PSOE por cuenta del bilbaino Sr. Almunia, y es que de un bilbaino se puede esperar siempre grandeza, aunque la grandeza conseguida lo sea de forma oblicua. Joaquin Almunia con la convocatoria de aquellas primarias no buscaba democratizar su partido, sino impulsar su candidatura para dotarse de mayor legitimidad que la que le otorgaba la simple designación de su predecesor el Sr. Gonzalez. Pero le salió rana. A la rana Borrell le duró poco su croar por el aparato, pero el aparato había cambiado gracias aquella apuesta arriesgada de Almunia, y ya nunca volvería a ser el mismo. Se había sentado precedente. Almunia volvió, y volvió a fracasar. Esta vez el fracaso no vino de la militancia, sino de los votantes que le dieron la mayoría absoluta a Aznar, y Almunia demostró casta presentando su dimisión la misma noche electoral. Se plantearon nuevamente unas primarias, y el resultado fue nuevamente el opuesto al pretendido por la dirección del aparato.
¿Sucede esto entre nuestro partidos? No. Los aparatos de algunos partidos se defienden afirmando que los Estatutos garantizan que cualquier militante pueda dar su nombre, pero todos sabemos que esa supuesta democracia interna es sólo formal. La democracia interna real campa por su ausencia, es decir la democracia internar real queda en el anhelo de unos pocos que tienen el constante arrojo de criticar y enmendar unos estatutos que “prohíben expresamente las campañas electorales internas fuero de los cauces internos del partidos” y en cambio no prescriben cauce interno efectivo alguno para ese militante que osa presentar un nombre alternativo al presentado por la ejecutiva regional o nacional. Es más para facilitar que uno pueda darse a conocer en sus proyectos y en su credenciales personales, se dejan escasamente 15 días o incluso una semana entre la primera vuelta y la segunda, pero que el pescado vendido y los platos precocinados no se pierdan en el camino. La realidad es que la votaciones a candidatos a la alcaldía de las grandes ciudades no han tenido más virtualidad que ratificar unas decisiones tomado y preconcebidas en las trastienda de nuestros partidos y espaldas de la militancia. Los militantes no pueden votar de antemano a alguien que presenta un proyecto concreto con un equipo concreto, que tiene tiempo de explicárselo a la militancia, algo que sería lo más deseable.
Y lo más grave de todo, es que a las personas que se encargan de preparar estos platos precocinados y preguntarnos después si queremos huevos con chorizo, o huevos con chorizo, se pasan todo el día hablando del derecho a decidir.
Iñigo Lizari, en Aberriberri
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