"La política en tiempos de crisis es distinta de la política normal; es más fluida y está más determinada por la volatilidad de los vínculos de clase, políticos o intelectuales. Deberíamos recordar que la política es el arte de crear y mantener un movimiento político compuesto por distintas fuerzas sociales y de clase, y de hacerlo con un programa flexible pero anclado en ciertos principios, adaptable a circunstancias cambiantes."
El problema con nosotros, los progresistas, en estos momentos de crisis no es que nos falte un paradigma alternativo que enfrentar al desacreditado paradigma neoliberal. No, los componentes de una alternativa basada en los valores democráticos, de justicia, equidad y sostenibilidad ambiental están ahí, y lo han estado ya durante bastante tiempo como producto del trabajo colectivo de naturaleza intelectual y activista realizado durante las últimas décadas.
El problema clave es en realidad la incapacidad de los progresistas de traducir su visión y sus valores en un programa político que sea convincente, y que conecte con la gente atrapada en las terribles condiciones de existencia que ha provocado la crisis financiera global. Este proceso de comunicación fluida debe ser prominentemente político. Requiere traducir una perspectiva estratégica en un programa táctico que aproveche las oportunidades, ambigüedades y contradicciones del momento presente para generar una masa crítica, que impulse un cambio progresista apoyado en distintas fuerzas y clases sociales.
Debemos fijarnos en la experiencia política del movimiento progresista global para poder entender porqué nuestras posiciones se han desencaminado y cómo podemos recuperar la relevancia política. En este sentido la experiencia de la actual presidencia de Obama es un magnífico ejemplo. En el contexto político de los EEUU Obama es un socialdemócrata, y la gran mayoría de la izquierda apoyó su candidatura. A pesar de que él nunca se declaró anti-capitalista, sí esperábamos que iniciase un programa de recuperación económica y reforma del sistema similar en ambición al New Deal de Roosevelt. Las bases electorales que lo llevaron al poder, que se conforman de gente de diversa clase, color, sexo o generación, representaba un enorme potencial democrático. La habilidad de Obama para aunar toda esta base electoral bajo un mensaje de cambio logró lo que en esos momentos parecía imposible −la elección de un afroamericano como presidente de los EEUU– y demostró cómo un liderazgo político acertado puede transformar las estructuras sociales y políticas existentes.
Dos años después de su espectacular victoria política, el Presidente Obama y los Demócratas enfrentan según las últimas encuestas un vuelco muy desfavorable en las elecciones de noviembre. De hecho Obama y su partido son como un conejo paralizado en medio de las vías que ha quedado hipnotizado por los faros del tren. Y es que si pareció que Obama hacía todas las cosas bien en su carrera a la presidencia, luego resultó que empezó a hacerlas todas mal una vez la hubo alcanzado.
La absoluta prioridad que dio a la reforma del sistema sanitario, una tarea de una complejidad y dificultad enormes, ha sido considerado como uno de los principales obstáculos para el resto de su presidencia. Esa decisión contribuyó sin duda a la debacle. Pero otros importantes factores relacionados especialmente con su gestión de la crisis económica, una de las principales preocupaciones del electorado, fueron tal vez mucho más determinantes.
Seis causas de la debacle
El primer error de Obama fue asumir la responsabilidad por la crisis económica. En su quijotesca cruzada para lograr una solución bipartidista, hizo del problema de George W. Bush el suyo. Margaret Thatcher y Ronald Reagan nunca cometieron ese error. No asumieron responsabilidad alguna sobre los problemas económicos de los años 70, achacándolos enteramente a sus predecesores liberales y prescindiendo de cualquier tipo de alianza bipartidista con aquellos que consideraban sus enemigos ideológicos. Al igual que Roosevelt, quién golpeó sin complejos –y golpeó fuerte– a sus adversarios ideológicos, aquellos que él llamaba "economic royalists" ("aristócratas de la economía". N.delT.).
Si Obama y sus lugartenientes llegaron a identificar a algún tipo de enemigo, éste fue Wall Street. Pero decir que la élite financiera fue la responsable de desencadenar esta crisis, mientras se rescataba a la mayoría de las instituciones financieras clave de Wall Street como Citigroup y AIG con el argumento de que son "demasiado grandes para caer", metió a Obama en una terrible contradicción. Lo mínimo que podría haber hecho hubiese sido exigir la renovación entera de las directivas y los gestores de esas instituciones como precondición para recibir fondos estatales. Sin embargo, y al contrario de lo que pasó con General Motors, las principales sabandijas permanecieron al mando y siguieron haciéndose con todos los astronómicos pluses salariales que pudieron.
El fuerte sentimiento de desconexión entre lo que se decía y lo que se hacía fue aún más exacerbado en lugar de mitigado cuando los Demócratas aprobaron la reforma del sistema financiero. La propuesta no cumplía ni los mínimos preceptos para poder ser considerada una reforma de verdad: la prohibición de los derivados, recuperando una disposición de la antigua ley Glass-Steagall que impedía que los bancos comerciales operaran simultáneamente como bancos de inversión; la imposición de una tasa a las transacciones financieras, una tasa Tobin; y que se limitasen seriamente los salarios de los altos ejecutivos, sus pluses y el pago mediante stock options.
Tercero, Obama tuvo una grandísima oportunidad para educar y movilizar a la gente en contra de las ideas neoliberales y de fundamentalismo de mercado que llevaron a la desregulación del sector financiero y en última instancia desencadenaron la crisis. Aunque Obama sí aludió durante la campaña a la desregulación de los mercados financieros como el principal problema, luego se abstuvo de demonizar al neoliberalismo una vez obtuvo la presidencia, dejando un vacío ideológico que los resurgentes neoliberales no dudaron ni un segundo en llenar. Y no hay duda que fracasó en lanzar una ofensiva ideológica a gran escala porqué sus principales asesores en materia de política económica, el presidente del Consejo Económico Nacional Larry Summers y el Secretario del Tesoro Tim Geithner, en realidad no habían roto con el proyecto neoliberal.
Cuarto, el paquete de estímulo de 787.000 millones de dólares fue simplemente demasiado pequeño para reducir o tan siquiera frenar el crecimiento del desempleo. En esto, Obama no puede decir que no estuvo bien informado. Paul Krugman, premio Nobel de economía, junto a una multitud de otros economistas keynesianos se lo estuvieron advirtiendo desde el principio. En comparación, el paquete de estímulo chino de 580.000 millones era mucho mayor respecto al tamaño de su economía de lo que lo fue el de Obama. Que la Casa Blanca diga ahora que el paro habría crecido mucho más de no haber sido por el paquete de estímulo es ser, por lo pronto, un iluso en términos políticos. La gente de a pie no piensa en base a escenarios contrafactuales por muy deseables que éstos sean, sino que sufre la realidad diaria y el hecho de que hasta el momento el desempleo no ha parado de crecer y no parece haber ninguna mejora a la vista.
La política en tiempos de crisis no es para pusilánimes. La opción por un término medio que representaba el tamaño del paquete de estímulo fue la respuesta equivocada ante una crisis que requería una decisión política arriesgada: desplegar masivamente la enorme potencia fiscal del país y enfrentar los previsibles aullidos de rabia de la derecha.
Quinto, Obama y el presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke pusieron en marcha sólo las típicas herramientas keynesianas –aumento del gasto público y política monetaria expansiva– para afrontar las consecuencias de la gran fallida del fundamentalismo de mercado. En una recesión normal estos mecanismos contracíclicos puede que sirvan para revertirla. Pero el keynesianismo estándar pudo corregir sólo hasta cierto límite un colapso económico de la magnitud del actual. Y además la gente no estaba solamente buscando un alivio para las dificultades económicas inmediatas, sino también un cambio de rumbo a largo plazo que les permitiese aplacar sus miedos e inseguridades y recuperar la esperanza en el futuro.
En otras palabras, Obama no fue capaz de ubicar sus iniciativas de keynesianismo tecnocrático dentro de una agenda política y económica más ambiciosa que podría haber movilizado una gran parte de la sociedad estadounidense. Un programa de esas dimensiones podría haber tenido 3 pilares: la democratización del proceso de toma de decisiones económicas, desde el nivel de las mismas empresas hasta los altares de la política macroeconómica; una estrategia de redistribución de la renta y la riqueza que fuese más allá de la simple subida de impuestos al 2% más rico de la población; y la promoción de un enfoque más cooperativo y menos competitivo para abordar la producción, la distribución y la gestión de los recursos. Una agenda como esta para avanzar en una transformación social, que por otra parte no es excesivamente de izquierdas, podría haberse acomodado fácilmente en un clásico discurso socialdemócrata. La gente estaba simplemente esperando una alternativa al "nuevo y salvaje mundo donde uno se come al otro" que el neoliberalismo les había dejado. Pero en lugar de ello Obama les ofreció un gélido enfoque tecnocrático para remediar lo que en realidad era una debacle política e ideológica.
Y relacionada con esta ausencia de un programa de transformación social está la sexta razón que explica los actuales apuros de Obama: su incapacidad para movilizar las bases electorales que le llevaron al poder. Estas bases eran muy heterogéneas en términos de clase, generación o grupo étnico. Pero estaban unidas por un palpable entusiasmo que se hizo evidente en Washington D.C. y en el resto del país el día de la toma de posesión en 2009. Con su predilección por un enfoque tecnocrático y una solución pactada de la crisis, Obama dejó que esas bases se dispersaran en lugar de aprovechar el explosivo momentum de que disfrutó justo después de las elecciones.
Ahora, a las puertas del desastre, Obama y los Demócratas hablan de activar y resucitar sus bases. Pero esas escépticas y desilusionadas tropas que han estado tanto tiempo desmovilizadas y dejadas a un lado ahora preguntan con razón: movilizarse de nuevo, ¿alrededor de qué?
La derecha hace las buenas jugadas
En contraste con Obama, la derecha entendió las demandas y la dinámica de la política en tiempos de crisis, en contraposición a la política en épocas más calmadas. Mientras Obama insistía en su aproximación bipartidista, los Republicanos adoptaron un papel de dura oposición a prácticamente todas sus iniciativas.
Al contrario que Obama y los Demócratas, la derecha dibujó el conflicto en claros y transparentes términos ideológicos: entre la izquierda y la derecha, entre "socialismo" y "libertad", entre el estado opresor y el libre mercado. La oposición de los Republicanos usó todas las consignas y mantras que pudo aprovechar de la ideología burguesa estadounidense.
Además, en contraste con el desprecio de Obama por sus bases demócratas, la derecha ignoró la tradicional política de los Republicanos basada en grupos de interés. La Fox News, Sarah Palin y el movimiento del Tea Party agitaron las bases de extrema derecha para amenazar a la elite del Partido Republicano y dirigirla hacia una política sin acuerdos y de "no hagamos prisioneros". Para entender lo que le ha sucedido al Partido Republicano en las últimas semanas con las amplias victorias del movimiento Tea Party en las primarias, la distinción hecha por el historiador Arno Mayer entre conservadores, reaccionarios y contrarrevolucionarios resulta útil. En la terminología de Mayer los contrarrevolucionarios, con su política populista, contraria a los cargos del partido y asentada en los movimientos de base, están desplazando a las élites conservadoras que durante mucho tiempo han dirigido el rumbo del Partido Republicano.
Con sus planteamientos anti-gasto, los Republicanos y la gente del Tea Party que puede que se hagan con el Congreso y el Senado en noviembre van a generar una situación posiblemente mucho peor que la actual. En principio, Obama y los Demócratas puede que de hecho repitan la trayectoria política de Bill Clinton, que salió victorioso en las elecciones de 1996 en parte porque los Republicanos liderados por Newt Gingrich sobrereaccionaron políticamente tras su triunfo en las elecciones a las cámaras de 1994. Pero eso es una ilusión desesperada. Los actuales contrarrevolucionarios y sus voceros son muy hábiles en su política de la descalificación, y es muy posible que consigan convencer al electorado de que el empeoramiento de la situación es debido a las "políticas socialistas" de Obama, y no a su recorte drástico del gasto público.
Lecciones para la izquierda
El problema no radica tanto en que nos falte una estrategia alternativa, sino más bien en que no hayamos sabido transformar esa visión estratégica o nuevo paradigma en un programa político creíble y viable. La política en tiempos de crisis es distinta a la política normal, siendo más fluida y determinada por la volatilidad de los vínculos de clase, políticos o intelectuales. Deberíamos recordar que la política es el arte de crear y mantener un movimiento político compuesto por distintas fuerzas sociales y de clase, haciéndolo mediante un programa flexible pero anclado en ciertos principios, que pueda adaptarse a circunstancias cambiantes.
Por último, en la realidad no existe nunca nada que deba considerarse una situación objetivamente determinada. El arte de la política consiste en usar las contradicciones, espacios y ambigüedades del momento presente para modelar las instituciones y las estructuras y crear una masa crítica que permita el cambio. La clase social y las estructuras políticas y económicas pueden condicionar los resultados políticos; pero no los determinan. Quien vaya a salir finalmente victorioso de este prolongado periodo de crisis capitalista dependerá en última instancia de ejercer un liderazgo político inteligente y hábil.
Walden Bello (fpif.org)
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