Iñaki Vigor y Carlos Sanz han recorrido los 206 kilómetros que separan el río Bidasoa del collado de Intzola siguiendo, uno a uno, los 276 mojones fronterizos, los 'mugarris'. La experiencia se recoge en un libro que es más que una guía montañera.
Empezaron por analizar el material que les prestó Carlos Bardeci, un bilbaíno afincado en Barañáin que hace años localizó todos los mugarris , excepto algunos desaparecidos o destruidos. Con esa información, dedicaron muchos fines de semana entre marzo y septiembre de 2007 a patear toda la muga, fotografiando cada uno de los hitos fronterizos y recogiendo sus coordenadas mediante GPS. El resultado es el libro Travesía de los mugarris. La unión de los 276 hitos de la frontera vasca que acaba de publicar Sua Edizioak y que propone al excursionista dieciséis etapas de entre tres y seis horas y media de duración cada una. En total son 77 horas y 30 minutos, de un recorrido que va desde los 15 metros de altitud en Endarlatsa a los 2.358 de Añelarra, con un desnivel total de 14,9 kilómetros en ascenso y 12,9 en descenso.
Empezaron por analizar el material que les prestó Carlos Bardeci, un bilbaíno afincado en Barañáin que hace años localizó todos los mugarris , excepto algunos desaparecidos o destruidos. Con esa información, dedicaron muchos fines de semana entre marzo y septiembre de 2007 a patear toda la muga, fotografiando cada uno de los hitos fronterizos y recogiendo sus coordenadas mediante GPS. El resultado es el libro Travesía de los mugarris. La unión de los 276 hitos de la frontera vasca que acaba de publicar Sua Edizioak y que propone al excursionista dieciséis etapas de entre tres y seis horas y media de duración cada una. En total son 77 horas y 30 minutos, de un recorrido que va desde los 15 metros de altitud en Endarlatsa a los 2.358 de Añelarra, con un desnivel total de 14,9 kilómetros en ascenso y 12,9 en descenso.
Pero además de una completa guía montañera, Travesía de los mugarris es también un acercamiento a la historia de la frontera. Tal como la conocemos hoy, la línea divisoria entre España y Francia apenas tiene siglo y medio de vida y es, en opinión de los autores, "arbitraria, problemática e injusta con los pueblos que atraviesa". Fue trazada por geógrafos y cartógrafos con una visión "geométrica" del paisaje, salvo entre el monte Orhi y el Pirineo oscense, donde sigue una barrera natural. Esto se comprueba, por ejemplo, en los tramos en los que simplemente se ha dibujado una línea recta en el mapa, como entre el collado de Zagua e Izterbegi y entre esta cima y Lindus, o en la Selva del Irati. En estos lugares, la frontera "atraviesa barranco tras barranco sin ningún criterio geográfico y prados, bordas y caseríos quedan divididos por una línea imaginaria. Pocos sabrían decir dónde acaban Baztan y Erro o dónde empieza Alduides", señalan los autores en el libro. Un caso especial es Luzaide-Valcarlos, que quedó dividido en dos: la mayor parte del pueblo en España y el barrio de Ondarrola en Francia. Aun hoy en día los vecinos de este barrio tienen que acudir a la parroquia de Varcarlos para los bautizos, bodas y funerales, pero la documentación civil la tramitan en Arnegi.
Vigor y Sanz sostienen que aunque muchos habitantes no aceptaron la frontera e incluso se convirtió para ellos en peligrosa por el control de militares y policías, enseguida supieron sacar provecho de ella a través del contrabando, "una industria a gran escala en la que trabajaron cientos de personas", señalan. El gran boom del contrabando se produjo tras la Segunda Guerra Mundial, entre 1945 y 1961, cuando un contrabandista podía ganar 500 pesetas en una noche, el sueldo de un pastor en toda una semana.
Pero la actividad principal de las gentes fronterizas ha sido la agricultura (el monte) y la ganadería. La muga corta el bosque de Irati, 150 kilómetros cuadrados de hayas y abetos, que tras el Tratado de Límites se dividió en dos: una quinta parte al norte explotado por los sindicatos de Garazi y Zuberoa y cuatro quintas partes al sur, bajo la administración de Aezkoa y Salazar. Tampoco el ganado entiende de fronteras y continúan vigentes las facerías, acuerdos entre pueblos y valles para el aprovechamiento de los recursos naturales que han dado origen a fiestas populares. La más conocida es el Tributo de las Tres Vacas, que se celebra cada 13 de julio en el mugarri 262. Esta actividad puede verse también junto al mojón 36, donde una mesa de piedra con la inscripción Mahain harria sirve para firmar cada cinco años los contratos de facerías entre Bera, Biriatu, Urruña, Azkaine y Sara.
La propia existencia de la frontera ha traído a estas tierras otras ocupaciones, como las ventas, "creadas para facilitar el comercio entre ambos lados, pero también el contrabando y el estraperlo", según Vigor y Sanz. Empezando por el mar, las primeras son las de Ibardin. Desde allí hasta Luzaide/Valcarlos hay muchas, una de las más curiosas Venta Panta, en Dantzarinea, por tener el mojón fronterizo dentro de su jardín. Desde Valcarlos hacia el Este ya no hay ventas. La última es Juan Pito, en Belagua, donde se refugiaron tantas golondrinas , las mujeres roncalesas que a finales del siglo XIX y principios del XX iban a trabajar a las fábricas de alpargatas de Maule. Según refieren en el libro Iñaki Vigor y Carlos Sanz, el nombre de la venta hace referencia al silbato que se hacía sonar para orientar a los caminantes en días de mal tiempo.
Diario de Noticias
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