domingo, 12 de abril de 2009

LOS CAMELOS DE LA TAUROMAQUIA

Cada año, miles de toros (unos 30.000) se torturan hasta morir y cientos de caballos son atrozmente mutilados en nombre de la tradición y la “cultura” de la “fiesta” taurina. Todo ello con el divertimento (y por tanto, consentimiento) del público.

Su verdadero origen radica en las prácticas militares de las maestranzas en las que se adiestraban a los soldados para la guerra haciéndoles practicar la lanza con el toro. Para paliar el peligro que corrían los jinetes y caballos, se contrataron a mozos equipados con trapos cuyo cometido era distraer al toro.

Con la llegada de Felipe V (contrario a las prácticas taurinas) se alejó a los nobles del alzamiento de toros pero los mozos siguieron mostrando sus habilidades en algunos pueblos a cambio de dinero. La primera plaza de toros no se construyó hasta 1749. La faena era muy corta, pues lo que interesaba era la muerte del toro. La mutilación sistemática del animal empezó más adelante.

El innovador Carlos IV prohibió las corridas de toros mientras que Fernando VII, aquel que cerró las universidades y prohibió la Constitución liberal, volvió a permitir las corridas y bajo su reinado se abrió la primera escuela de tauromaquia en Sevilla.

En 1980, la UNESCO, máxima autoridad mundial en materia de cultura, emitió su dictamen al respecto: “La tauromaquia es el malhadado y venal arte de torturar y matar animales en público y según unas reglas. Traumatiza a los niños y los adultos sensibles. Agrava el estado de los neurópatas atraídos por estos espectáculos. Desnaturaliza la relación entre el hombre y el animal. En ello, constituye un desafío mayor a la moral, la educación, la ciencia y la cultura”.

Decir que sin corridas no habría toros, es como decir que sin el negocio del marfil no existirían elefantes. Otro tópico taurino afirma que sin la tauromaquia, las dehesas llegarían a extinguirse. Muchos ingenuos han llegado a creerse esta falacia, pero la verdad es muy distinta. El número de dehesas que se utilizan para los toros es ridícula. Además, en muchos sitios existen ganaderías y no hay dehesas.

El toro sufre como cualquier otro animal. Es un mamífero como lo somos los humanos, con su sistema nervioso y con memoria para recordar situaciones antes vividas. Los toros son marcados por hierros incandescentes y se les clavan chapas en las orejas. Luego los separan de la madre, los acosan y derriban para provocar su agresividad. Nada, como pretenden los taurinos, de vacaciones en la dehesa. Será llevado en un camión sacándole de su medio natural. Es posible que le hayan manipulado los cuernos, reduciéndolos en varios centímetros, si va a ser toreado por uno de “los grandes” (esta práctica está prohibida en España, pero se realiza con total normalidad). Seguramente también se le hayan administrado calmantes para el viaje, anestésicos para el afeitado, estimulantes para aparentar más bravura (o incluso para sabotear la actuación de otras “figuras”). Entonces se le encierra en un cajón sin poder moverse para crearle deseos de salir corriendo hacia su añorada dehesa; cuando al fin se abre la compuerta y vea la luz, sentirá la divisa clavándose en su lomo, para orgullo del ganadero.

La pica o puya acaba en una punta de acero de unos 14 cm de largo que, aunque deben entrar 3 cm a la altura de la cruz, en la práctica los picadores pueden llegar hasta los 9 centímetros, llegando a perforar el pulmón, lo cual le provoca una hemorragia que limita la capacidad del toro que, aunque sea indultado, morirá por la gravedad de estas heridas. Decir que decenas de caballos mueren cada año en los ruedos.

Luego vienen las banderillas, que son unos afilados arpones de 6 a 8 cm (eso sí, bien decorados) que clavan cerca o dentro de las heridas del puyazo. Tienen la facultad de actuar como palanca a cada movimiento del animal oradando y desgarrando los músculos del cuello. Luego, con el toro en estas condiciones, el torero debe marear y agotar al toro hasta que baje la cabeza lo suficiente para acabar con él. Pero el toro casi nunca muere así (con la espada del torero-asesino) sino que queda agonizando; debe ser rematado con la puntilla que, supuestamente, mata definitivamente al animal. Sin embargo esto tampoco es así sino que el toro queda paralizado, pero consciente normalmente durante el proceso de arrastre y posterior despiece para el “trofeo”.

Muestra de la gran sensibilidad de la piel del toro es que por ejemplo, si un insecto se le posa en el lomo, éste lo espanta de inmediato.

Del dinero de todos sale la construcción y rehabilitación de plazas de toros, creación y sustentación de escuelas de tauromaquia, subvenciones a empresarios y ganaderos, la propaganda y difusión televisiva (entre otras), homenajes, etc. Sin la ayuda institucional, el negocio taurino no se sustentaría.

Después del reparto millonario entre ganaderos, empresarios y algunos toreros, los demás trabajadores malviven con míseros sueldos que no incluyen cobertura social. En 1993, por ejemplo, este gremio reportaba 16.000 empleados, pero la Seguridad Social sólo registraba a 3.000.

LA TORTURA NO ES ARTE NI ES CULTURA
Carlos Gutiérrez Tutor (en Amnistía Animal)

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