viernes, 17 de abril de 2009

LUCIO URTUBIA: "LOS JÓVENES TIENEN QUE BUSCAR LAS FÓRMULAS EN CADA MOMENTO"

Unas horas antes de aterrizar en Madrid para asistir a varias conferencias y charlas en torno al documental sobre su vida, el albañil Lucio Urtubia había dejado una vez más las puertas abiertas de su apreciado “Espace Louise Michel”, un centro sociocultural que opera en una casa que compró en un barrio marginal de París y que rehizo y adecentó con sus propias manos. Allí se dieron cita unos doscientos periodistas (el los llama obreros) de Radio France Internacional que iban a ser despedidos. Como en el pasado, muchos siguen recurriendo a Lucio para que les dé refugio, una buena manera de seguir practicando la solidaridad con los más necesitados. Como pensó la luchadora Louise Michel, “una mujer que vivió ricamente sin un céntimo” en la Comuna de París, Lucio Urtubia sigue pensando que “todo el poder corrompe”, razón suficiente para seguir siendo anarquista.

Y de anarquismo hablamos, pero también de albañilería, profesión que le sigue marcando y a la que ha dedicado las mismas manos que empleó con entusiasmo durante años en las luchas por la dignidad, para atracar bancos, falsificar documentos o cheques de viaje con los que intentar subvertir el mundo, y revolver los intereses de uno de los mayores bancos del momento, el First National City Bank. Quizá también por ser albañil y hombre de acción tiene en la memoria siempre a uno de las personas que, dice, más le han influenciado en su vida: Cipriano Mera, “aunque fuera más feo que el diablo”. El trabajo de alicatador y las cooperativas que ha montado durante años de trabajo y militancia le han hecho ver cierta similitud en la autogestión practicada con la albañilería y las ideas libertarias: “me parece bien destruir ciertas cosas; así puedes construir sobre esas cosas”, asegura.

Los jóvenes, y los que no lo son tanto, se acercan a Lucio para escuchar el torbellino de palabras e ideas que no cesan a pesar de sus 78 años de edad y de su andar un tanto resentido debido a las operaciones. Nada impide, mucho menos el lenguaje políticamente correcto, que Lucio Urtubia, acusado tantas veces de bandido, diga llanamente quiénes son los ladrones y estafadores en este mundo en el que el sistema capitalista aparentemente está en decadencia y mostrando la crueldad de sus mentiras: “No hay nadie más ladrón que los bancos protegidos”. No acaba de entender tanto éxito y el revuelo que le está tocando vivir, “porque no soy más que nadie”, debido entre otras cosas a la promoción proporcionada por el documental “Lucio, anarquista, atracador, falsificador, pero sobre todo… albañil”, de Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi; al libro novelado “Lucio Urtubia, el anarquista irreductible”, de Bernard Thomas, y a la autobiografía “La revolución por el tejado”, editada por Txalaparta. Su vida en París, ciudad en la que lleva 50 años y donde, dice, aprendió y descubrió todo y que ha acabado siendo un imán para él, se ve alterada con frecuencia por los continuos viajes para asistir a debates y charlas sobre anarquismo en todo el mundo. Como él comenta, lo reclaman, curiosamente, “hasta los hijos de los fachas”, en alusión al interés sobre su historia despertado incluso en su propia tierra, la Navarra fronteriza que siempre estuvo dominada por las ideologías reaccionarias aunque existieran multitudes de gentes luchadoras o sencillas que fueron exterminadas, por lo que recuerda a los 5.000 fusilados por el franquismo “que no habían hecho mal a nadie”. Tampoco para de cruzar las puertas de los salones de actos de las universidades -justo él, a quien apenas enseñaron algo en el colegio de los carmelitas de su pueblo, Cascante, y que ha sido en casi todo autodidacto-, donde se proyecta el documental y se habla de la esperanza de que aún se puede arreglar este mundo aunque “el conflicto económico” no tenga solución y lo que venga deba ser otra cosa. Pone como ejemplo siempre las prácticas del pasado, la de los anarquistas que en España y otras partes del mundo consiguieron revolver los esquemas de una sociedad vieja para poner en práctica una nueva. Aunque no se haya sabido enseñar y transmitir, por lo que continuamente repite que “el movimiento libertario no ha sabido explotar su propia historia”. Pero sabe, ahora más que nunca, que el anarquismo sigue vivo en muchas partes del globo. Le dejó grato recuerdo, sobre todo, el extendido y vivo movimiento autogestionario de Brasil, al que pone como ejemplo “para resistir y seguir, aunque haya poca gente, porque, si no, se acaba todo”. No ve más solución que las enseñanzas libertarias, a pesar de que es consciente de que en cada etapa hay que buscar la manera: “Los jóvenes son los que tienen que buscar las fórmulas en cada momento”, afirma.

Hombre de acción incansable, ha militado fundamentalmente para las ideas más allá de las organizaciones. Asegura que únicamente ha estado afiliado a las Juventudes Libertarias y llama amigos a todo el movimiento libertario, incluida la CNT. Quizá porque sabe que la frontera acaba uniendo más que separando a las personas que están más allá del territorio, no oculta las críticas a las organizaciones, también a la CNT. “Menos anarquía y más hechos” proclama cuando se le insiste, ya que considera que, aun teniendo más medios que nunca, está todo por hacer. “Nadie somos ángeles y ya está bien de estar cada uno por su lado”, dice. “La sociedad española necesita de las ideas libertarias y debemos terminar con creer que somos más que los demás. Uno no es anarquista porque lo dice, sino porque lo hace. La práctica es lo que determina”, continúa.

Para Lucio Urtubia, que aprendió observando y que por ser “pobre pobre” no tuvo que hacer ningún esfuerzo para “perder el respeto a todo, a la iglesia, al poder, al Estado”, el anarquismo es trabajo y trabajo; mas honradez. Sorprende que alguien relacione anarquismo con responsabilidad, con bondad y hasta con la palabra cariño, “justo todo lo contrario de lo que dicen”, comenta. Lo que hicieron los demás en el pasado es el ejemplo, “pero no todo consiste en recuperar la memoria histórica, sino pensar en el futuro, si somos o no somos capaces de poner en práctica la autogestión”, indica.

“Trabajando podemos encontrar las soluciones” es una de sus máximas. Trabajando también se aprende. Asegura Lucio que la mayor parte de las cosas que le han acabado dando fama no fueron más que fruto del trabajo, de pensar, planificar sin descanso, actuar. Si se alude a su faceta de falsificador, sostiene igualmente que no hizo otra cosa que saber rodearse “de gente que llevaba años y años en los oficios”. La solidaridad entre iguales funcionó y cada uno apartaba el conocimiento que, sumado al del otro, logró objetivos que para muchos hoy serían impracticables.
Le gusta a Lucio Urtubia hablar de dinero, pero, sobre todo, para despreciarlo y asegurar, que, incluso ahora que el Capitalismo confirma su propia ineptitud, dinero hay de sobra, porque no es riqueza, sino únicamente papel, papel que se hace, que se fabrica, que se imprime, ficticio, una convención absurda, papel falso, incluso mucho más falso que las perfectas imitaciones que ellos llegaron a realizar de los cheques bancarios del City Bank. Recuerda otra vez a Louise Michel para certificar que vivió ricamente sin dinero porque hizo mil cosas y porque si hubiera tenido dinero “sólo se hubiera ocupado del dinero”. Es este uno de los principales males que ve en la sociedad mantenida que de alguna manera vivimos y en la que “cuanto más tiene uno, más quiere tener y cuanto menos hace uno, menos quiere hacer”. Por contra, considera que “no porque uno tenga más, come más, bebe más y duerme más. No estoy en contra de la inteligencia, estoy en contra de la imbecilidad”. Piensa que, con muchos años menos, hoy quizá habría practicado la okupación, habría estado en la acción contra la especulación del sistema aprovechándose de lo que inútilmente crea o abandona. Ahora que tiene la oportunidad de contrastarlo, asegura que el movimiento contra el orden establecido existe por lo que se considera hasta agradecido por poder decir que vivir entre jóvenes es algo extraordinario.

Admirado de continuo por haber conseguido mantener en jaque al mayor banco del mundo con la falsificación de “travelers checks” y por haber tenido la capacidad de empuñar un arma, como un Quijote, para expropiar el dinero que los bancos roban, apostilla siempre, sin embargo, que cada lugar y situación tienen su propia solución. No son, al menos en esta parte del mundo, las cosas iguales a las del pasado y tampoco sirven las mismas prácticas. Si el enemigo evoluciona, también lo tiene que hacer la respuesta y la alternativa. Con vida como la suya es inevitable preguntar sobre la acción violenta a lo que responde con las explicaciones que debe dar cada momento que se viva. Él no está especialmente orgulloso de las armas “no estaba hecho para hacer asaltos de bancos, aunque no había otro remedio”. A pesar de ello muestra satisfacción por “no haber muerto nunca a nadie, que eso hubiera sido muy doloroso” por lo que promulga siempre el respeto físico de las personas, pero no el de los poderes.

Las manos de Lucio Urtubia parecen más las de un albañil que las de un falsificador y un atracador. Tal vez porque en realidad los verdaderos falsificadores y atracadores son los otros, a los que él combatía y sigue combatiendo con entusiasmo. Unas veces se quedan quietas, entrecruzados los dedos, y otras se mueven al mismo tiempo que sus palabras. La edad se lleva en la cabeza más que en las piernas y la suya está lúcida, proclamando aún que, como él hizo, hay que tratar de vivir dignamente luchando. Las casas que él construía, los azulejos y baldosas que colocaba llevaban adheridas una idea. Su profesión le sirvió para ayudar y para hacer amigos. Y sus acciones como militante anarquista sirvieron a muchos para resistir a una dictadura, para practicar el apoyo mutuo o para ayudar a la propaganda de la acción y las ideas. Siempre eran acciones solidarias y nadie se quedaba con lo recaudado para su propio provecho. Si hubiera sido de otra manera, no hubiera sido lo mismo.

Cuenta que su faceta de escritor le lleva a escribir cartas allá donde sea necesario, aunque proclame ser una persona que no usa teléfono móvil, no tiene ordenador y tampoco reloj. Una de las cartas ha ido dirigida a Zapatero para solicitar una acción que él considera buena, un acto humanitario, como la de acercar a los presos vascos a las cárceles del País Vasco. Dice que ha visto muchas veces el sufrimiento de los familiares que deambulan de prisión en prisión, miles de kilómetros para estar unas horas con los suyos. Y se pone de ejemplo para indicar que las cárceles no sirven sino para agravar el problema que se quiere evitar. “Si yo hubiera estado en la cárcel, no hubiera hecho otra cosa que acumular odio”. En la cárcel estuvo, pero no tanto tiempo como confirma a la vez que asegura que “incluso cuando estaba en la cárcel me consideraba un hombre libre”. También se cartea con otro preso olvidado en el corredor de la muerte de Estados Unidos, Pablo Ibar, y hasta le escribe El Solitario, quien tiene como costumbre proclamarse como expropiador de bancos y anarquista, aunque haya que salvar las diferencias y hubiera que responderle que en otros tiempos y acciones similares “todo el dinero iba a la solidaridad”.

Le gusta hablar a Lucio Urtubia de lo que ha conocido para desmitificarlo. Si sostiene que Francia es un país traidor, hipócrita, que no ha respetado nunca los derechos humanos, que se portó rematadamente mal con los republicanos y anarquistas españoles, país revestido de ideas que no practica y hasta criminal, como puso en práctica en Argelia, también puede decir con conocimiento de causa que la supuesta revolución cubana, “por la que hubiera dado la vida”, ha sido toda una falsedad: “El Che no ha sido revolucionario y Fidel ha sido un perverso, el mismísimo diablo”. Asegura que en América Latina, como ocurre también en Europa, la revolución cubana es un mito intocable, quizá sobre todo porque lo que ha sabido hacer bien ha sido venderse, hacer creer a los demás lo que no era. Reniega de la solidaridad ejercida por muchos grupos o movimientos a favor de la revolución cubana “porque el dinero nunca iba para el pueblo cubano, sino para el poder de Cuba y el Partido Comunista”.
Y así, sin parar, se prepara para la siguiente cita, la siguiente charla, el siguiente homenaje o la siguiente discusión para animar a que la gente continúe en el empeño de crear, de buscar una vida más interesante. “La vida es lo que uno hace”, concluye, por lo que, si no se hace nada, termina siendo una desgracia.

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