Ezequiel Illarramendi siempre ha vivido en Añorga con su mujer Juana Mari, con la que ha tenido siete hijos. Trabajó durante 44 años en Cementos Rezola, la mayoría de ellos como encargado de mantenimiento. Reside en una de las casas que construyó al frente de la cooperativa Karmengo Ama. Presidió el Club Deportivo Añorga y la asociación de jubilados. Con 70 años, seguía activo: cultivaba su huerta, tallaba madera y continúa como corresponsal de este periódico en el barrio. El año pasado, planeaba viajar en julio con Juana Mari a Grecia.
Pero justo antes del viaje, le empezó a faltar el aire y acudió al médico de cabecera, Lucía Isaba. «Me salvó la vida». La doctora descubrió que tenía los pulmones encharcados. «Si me llego a ir así de viaje, no vuelvo». Le sacaron tres litros de líquido y una muestra que reveló que padece un mesotelioma, un tipo de cáncer en la pleura, la membrana que rodea los pulmones, que sólo provoca el amianto, material que hace décadas se usaba como aislante en la mayoría de las empresas.
Empezaron a darle quimioterapia. Fueron seis sesiones. «Te deja hecho un trapo». Y Ezequiel conoció el dolor. «Tengo como un garfio clavado en el costado. Mi calidad de vida se mide por el grado de dolor». Ha mejorado notablemente desde que en la semana de Pascua le incluyeron en el programa de hospitalización domiciliaria de Osakidetza.
Cuando Ezequiel estaba convaleciente, su hijo Haritz acudió a Cementos Rezola, donde Ezequiel había inhalado el amianto, con la intención de que la empresa advirtiera a los compañeros de su padre que también estuvieron expuestos al tóxico. El director negó que se hubiera utilizado el material allí. La familia no pensaba dejarlo ahí. Además, contaban con la ayuda del sindicato ELA, al que Illarramendi está afiliado desde 1977, y de Jesús Uzkudun, primo de Ezequiel. «En el tema del amianto, las empresas tiemblan cuando oyen su nombre porque ha hecho una labor inmensa», elogia el enfermo.
Presentaron una denuncia al INSS. Todos los antiguos trabajadores de Rezola del barrio que conocían aseguraban que había habido amianto en la empresa. Osalan dictaminó que era así y que fue la causa de la enfermedad de Ezequiel, y el INSS pidió a Rezola un informe para fijar la pensión de Illarramendi. La empresa respondió que Ezequiel había sido un engrasador oficial de segunda, cuando en realidad desde 1962 hasta su jubilación trabajó y cotizó como encargado.
Ezequiel no se calla ante este «menosprecio». «Se han portado como unos miserables. Pero no van a poder con nosotros. No les vamos a dejar», proclama. Ya han recurrido y Ezequiel espera, más de veinte kilos más delgado y con su «garfio» clavado en el costado, pero con la moral intacta. No inspira lástima, sino fuerza. Sabe que su enfermedad no tiene cura, pero sigue luchando por una cuestión de principios y por todos los que hayan trabajado con amianto, a los que anima a hacerse una revisión anual.
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