domingo, 26 de abril de 2009

HAGAMOS LOS DEBERES

Tras 30 años de dirigir la política del país, el nacionalismo institucional vasco se va a encontrar en la oposición, sin presencia en la máxima institución del autogobierno, lo que representa una situación nueva para el país, para las relaciones políticas, para el nacionalismo y para el desarrollo de un proyecto vasco de construcción nacional. En estos años en los que el nacionalismo institucional vasco ha ostentado, si bien no en exclusiva, la responsabilidad de la dirección política del país, ha impulsado dos grandes objetivos: que la ciudadanía vasca, enriquecida con valores que comparte con las sociedades de su entorno, se sienta identificada con todo aquello que define al pueblo vasco como un colectivo diferenciado, y convertir el ámbito geográfico en atractivo para el desarrollo económico y así establecer las condiciones de bienestar y competitividad que permitan vivir y desarrollarse a toda la ciudadanía.

Es decir, mayor integración de la ciudadanía y mejora de las condiciones de vida para ir construyendo una comunidad nacional. Para ello ha reivindicado más autogobierno.

Habrá habido errores, pero de la respuesta electoral de la ciudadanía no se desprende lo que algunos interesadamente tratan de plantear, incluso el propio acuerdo PSE-PP lo hace: que el paso a la oposición es la consecuencia de "el deseo de inaugurar un tiempo de cambio que ha expresado la ciudadanía vasca". La realidad electoral es que el partido más votado ha sido el PNV, que el nacionalismo ha obtenido en su conjunto el apoyo del 53,3% del electorado, es decir, que sigue siendo mayoritario, y que sólo el voto nulo provocado por la anulación de las listas de D3M han hecho que mayoría electoral (deseo ciudadano) y representación parlamentaria no se correspondan. De ahí que al nacionalismo vasco le esté costando asumir una situación propia del sistema democrático, la alternancia, dado que ésta se produce precisamente en razón de una expresión popular que aquí no se ha dado.

Ahora bien, se han aceptado previamente las reglas de juego y a ellas, parezcan más o menos interesadas, hay que ajustarse. El paso a la oposición, siempre duro y más en estas condiciones, no debe interiorizarse como una derrota electoral, que no lo ha sido, ni generar una actitud revanchista hacia quienes puede considerar que la han provocado. Debe servir al nacionalismo para salir fortalecido e impulsar un proyecto político adecuado a las condiciones geopolíticas del entorno en que vivimos. Un proyecto en el que se nos reconozca y nos reconozcamos como una sociedad con identidad propia. Proyecto que deberá concitar respaldos más amplios, pero que sólo la fortaleza política y social del nacionalismo hará posible.

El resultado de las autonómicas propiciaba una excelente ocasión para su impulso mediante la formación de un gobierno PNV-PSE sólido, de amplia mayoría, capaz de superar una etapa de enfrentamiento y materializar un acuerdo singular interno y con el Estado que normalizase la convivencia política. Pero se ha desperdiciado y dejado en evidencia que cuando menos en esta ocasión "las razones de Estado" han primado sobre las necesidades vascas y se ha conformado otro bloque. Como en Navarra.

Es difícil predecir cuáles serán las consecuencias de la nueva situación para la convivencia política, la relación estatalismo-nacionalismo, las políticas sectoriales o de las repercusiones electorales, pero desde la perspectiva de la construcción de una comunidad nacional en Euskadi, mucho nos tememos que difícilmente se podrá avanzar si la dirección política del país está exclusivamente en manos de quienes lo creen innecesario al entender que éste se agota en la España de las 17 autonomías.

Hoy nos encontramos, por el contrario, con un pacto PSE-PP que sustenta un Gobierno en minoría del PSE -Gobierno legítimo al que mostramos nuestra solidaridad ante la amenaza de ETA, que condenamos con la misma energía que lo haríamos respecto a cualquiera de los que le han precedido-. Un pacto que por la propia naturaleza de sus firmantes no prevé acometer un acuerdo político para un nuevo marco de autogobierno al no contemplar otro horizonte de futuro que el Estatuto, obviando el deseo de un mayor autogobierno de gran parte de la sociedad vasca.
Las fortalezas y debilidades políticas dependen de los aciertos y errores propios y ajenos. Es verdad que el nuevo Gobierno no lo tiene fácil. Su dependencia de quien en todas las políticas sectoriales tiene visiones contrapuestas y la limitación que el propio acuerdo impone para avanzar en la superación del contencioso político condicionarán la acción de gobierno, decepcionando, muy posiblemente, a sectores del socialismo histórico y no satisfaciendo a los que desean un mayor poder político vasco. Pero el nacionalismo no puede esperar al desgaste ni a los errores ajenos, debe desde la nueva posición proceder a la adecuación de sus mensajes a los nuevos tiempos, revisar actitudes posicionales, abrir espacios de entendimiento y reforzar su liderazgo ante una sociedad que tiene sentido de "su diferencia" para presentarse ante la ciudadanía en las mejores condiciones políticas y electorales. Por tanto, hay que hacer los deberes.

Cierto es que sigue contando con el apoyo mayoritario de la sociedad vasca, pero tan cierto como eso es que, en términos homogéneos, es decir, contando el voto nulo a D3M, el apoyo ha descendido desde el 67,6% del año 1986 al 53,3% de las últimas elecciones, y que en la última década se ha estabilizado en torno al 55% de apoyo electoral, lo que con el sistema electoral vigente, que otorga a cada territorio la misma representación parlamentaria con independencia de su población, le sitúa en un escenario de zozobra permanente que es preciso superar mediante medidas políticas que ensanchen su espectro sociológico y mediante una recomposición que procure el mayor rendimiento electoral.

En primer lugar, es preciso que mayoría social y política se correspondan, es decir, que su fuerza electoral real se corresponda con su representación parlamentaria, que valgan todos sus votos. Además de los motivos electoralistas para tal distorsión, la realidad es que hay un cambio en la estrategia en la lucha contra ETA: la anulación política de su entorno, a quien se le va a impedir su participación institucional hasta la desaparición de ETA o hasta su rechazo de la violencia. Además de la mínima reflexión política y de las razones éticas permanentes, ello obliga a que la izquierda abertzale ligada a ETA se desmarque definitivamente de cualquier connivencia con la organización terrorista y participe en la política vasca con los mismos presupuestos democráticos y, por lo tanto, con los mismos derechos que los demás. Situación que, además de corregir la distorsión electoral, supondría un gran avance en la normalización del país.

En segundo lugar, es necesario maximizar el rendimiento electoral mediante un nuevo alineamiento del nacionalismo vasco, que se plasme, con las fórmulas que se estimen más convenientes en torno a dos grandes ofertas electorales: en torno al PNV la primera y en torno a la izquierda abertzale la segunda, que cubren entre ambas todo el espectro electoral del nacionalismo. Las sucesivas elecciones van evidenciando, máxime cuando las circunstancias políticas se extreman (el ejemplo de EA, que deberá optar por una u otra, en las últimas, es paradigmático) que no existe espacio electoral para cuatro opciones diferenciadas
Por último, el nacionalismo institucional vasco, fundamentalmente el PNV y desde nuestra opinión EA también, debe reafirmar su centralidad política y social, reforzar y ampliar su espacio electoral. Hacer política pensando en la realidad sociológica de un país en el que el independentismo, con ser importante, es minoritario y en el que la única fórmula válida para lograr la mayoría es ampliar la adhesión de la ciudadanía mediante un proyecto de construcción nacional más atractivo para todos, no sólo para los nacionalistas. Atraer a ese amplio espectro de la sociedad ubicado en el nacionalismo y en el vasquismo al que hasta ahora ha ofrecido confianza y seguridad y que es donde ha sustentado su fortaleza.

No estamos planteando frentes nacionales. Quienes esto firmamos en repetidas ocasiones hemos manifestado nuestro convencimiento de que sólo desde una apuesta decidida desde la dirección política del País mediante un acuerdo entre quienes representan las dos adscripciones nacionales, es decir mediante un auténtico acuerdo transversal, se podrá alcanzar y desarrollar con los ritmos adecuados un nuevo marco político que cuente con la máxima adhesión de la ciudadanía. Estamos planteando el necesario reforzamiento político y social del nacionalismo que posibilite todo ello asegurando su presencia en la dirección del país.

De ahí la necesidad del reforzamiento social, político y electoral del nacionalismo. Hagamos pues los deberes.
Pello González, Diputado de Hacienda de Gipuzkoa,
Iñaxio Oliveri, ex consejero de EA en el Gobierno Vasco
Eneko Oregi, militante EA

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