Bingen Amadoz, periodista e investigador, vinculado por sus orígenes a la Zona Media navarra, y a Murillete, especialmente, ha escrito un artículo, reproducido hoy por Diario de Noticias y el blog de Ahaztuak, en el que, al hilo de la historia que Helena Taberna nos transmite en "La buena nueva", reflexiona sobre las consecuencias de aquel drama, inacabado todavía hoy para los familiares de las víctimas, que sufrieron miles de navarros, incluídos algunos sacerdotes, como Santiago Lucus Aramendía, de Pitillas. Y concluye con un mensaje de especial valor ético. La defensa de las ideas no legitiman en ningún caso, ni antes ni ahora, el asesinato del adversario político.
Nunca antes una película me había hecho llorar tanto. Tampoco recuerdo que un largometraje me hubiera quitado el sueño de toda una noche. Ha sucedido con LaBuena Nueva, de Helena Taberna. Nada de lo que vi me sorprendió. Conociendo de cerca la realidad de los hechos, sólo puedo añadir que lo que ocurrió fue mucho más cruel, pero no le reprocho a la directora del film que no lo haya enseñado todo. Hubiera sido demasiado doloroso para las familias represaliadas y a los que no se sienten cercanos al drama sólo les hubiera dado morbo. Nos basta con saber que fue aún peor. El género humano tiene suficientes motivos para avergonzarse con tan solo ser consciente de que, al menos, ocurrió lo que La Buena Nueva nos muestra. Helena Taberna nos ha hecho reflexionar. Espero que a todos porqué la realidad que nos cuenta no puede dejar indiferente al público. Todavía menos al de Navarra.
Reflexión primera: en muchas ocasiones las minorías no tienen el poder pero si la razón, y el tiempo, más pronto o más tarde, da la razón a esas minorías. Marino Aierra, el cura joven de Altsasua tenía razón y esgrimía sólo razones evangélicas para actuar como lo hacía. Su proceder en el entorno eclesiástico era una excepción. Pero no fue el único. Y ciertamente otros pagaron más cara su pertenencia a la minoría. Santiago Lucus Aramendia era un joven cura natural de Pitillas, que fue asesinado en Undiano, según sus verdugos, por simpatizar con las izquierdas. Y hubo otros que también compartieron el terrible final de muchos de sus feligreses o, simplemente, convecinos como Eladio Zelaia de Azkoien, en Cáseda, y José Otaño de Lerga, en Hernani. La Iglesia oficial nunca los mencionó entre sus mártires, ni abrió causas de beatificación para elevarlos a los altares. Tampoco hizo nunca nada por saber de las vidas ni de la muerte de los 3.400 asesinados por el fascismo en Navarra, aún sabiendo que muchos de ellos fueron fervientes cristianos. En plena orgía de sangre, la Iglesia oficial aplaudió, alentó, denunció, colaboró, arengó desde los púlpitos a las hordas integristas para que actuaran, y hasta participó directamente en los asesinatos. Otros guardaron un silencio cómplice y sólo unos pocos tuvieron la osadía de rebelarse contra aquella barbarie, y sin embargo tenían la razón y el Evangelio de su parte. Han pasado muchos años y no parece que la jerarquía de la Iglesia haya avanzado mucho. Hace dos o tres años, el arzobispo de Iruñea solicitaba todavía el voto para requetés y falangistas. Como para pedir perdón estaba el hombre… Los tiempos pasan ahora factura a la Iglesia. Los figurantes de la película de Helena Taberna, gentes navarras de 2008, no sabían ni santiguarse y hubo que traer un experto eclesial para que les enseñara el "Por la señal...".
Reflexión segunda: en contra de lo que dicen los mandamases navarros, es decir los de siempre, la recuperación de la memoria histórica no destapa la caja de los truenos. Ni reabre heridas porqué nunca se han cerrado. Cuneteros, cómplices y sus herederos ideológicos, disfrazados de demócratas de toda la vida, manejan los hilos del poder en Navarra desde entonces. ¿Qué pueden ser sino los que se niegan a condenar una y otra vez aquella sublevación que nos dejo un dolor tan inmenso? ¿Cómo calificar a los dirigentes que sólo cambian los nombres fascistas de las calles por dictado de los jueces y no por voluntad propia? ¿Qué nombre pueden merecer los que mantienen el mausoleo del general Mola presidiendo la arteria principal de Iruñea, en una plaza que lleva el nombre de uno de los peores represores? ¿Cómo se van a cerrar las heridas si todavía, después de 72 años, hay muchas familias que no han podido encontrar a sus seres queridos, asesinados por requetés y falangistas, para darles una sepultura digna? No dudo de que también entre las gentes de derechas deben existir minorías en desacuerdo con los extremos a los que nos tienen acostumbrados sus representantes. Son en todo caso minorías silenciosas. Disentir en el seno de la derecha no debe ser fácil. Aunque el nombre les viene ya muy ancho, los socialistas de estos tiempos colaboran con la derechona, ahora ya sin tapujos y de manera gratuita. La minoría en este caso no sólo existe sino que además a veces opina en público. Yo creo que estas minorías también están llenas de razones. Al menos, ejercen una cierta oposición a la vergonzosa actuación de sus mayorías.
Tercera reflexión: las heridas abiertas de las familias quebradas y amputadas por la derecha navarrera no se pueden cerrar abriendo heridas nuevas a los demás. Nuestra buena palabra de vascones, de vascos, tiene que ser la que ponga voz a la legítima defensa y aún al ataque civilizado para esgrimir argumentos que convenzan. ¿Qué necesidad tiene nadie de manchar de sangre sus manos y su conciencia cuando se está cargado de razones? Nosotros no somos como los que nos llenaron de víctimas las cunetas y las simas. Hay ideas muy legítimas que merecen el respeto de todos. Hay quien asesina a los otros por pensar diferente en estos días y no tiene ninguna razón para hacerlo. Los que así actúan no parecen haber entendido nada de lo que reclamaban nuestros familiares asesinados, ni de lo que aún proclamamos los que les honramos. Yo no escuché hablar de venganza. Sólo heredé principios solidarios, dignidad y amor por la justicia, por la libertad, por el respeto a los demás, por la cultura y por los más desfavorecidos.
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