Esta semana se ha vuelto a repetir ese fenómeno tan nuestro por el que hemos denunciado con especial indignación las torturas en el extranjero -las torturas de la CIA- mientras mantenemos una actitud mucho más ‘prudente’ respecto a las torturas que se producen dentro de nuestras fronteras.
La doble vara para medir lo que ocurre en el extranjero y en España no es algo nuevo y alcanza a la opinión pública, las instituciones y las portadas de la mayoría de los periódicos: resaltamos que el Senado de Estados Unidos publique las miserias de su país al tiempo que seguimos aferrados a una ficción que niega las torturas en España y las recluye en el terreno de la excepción y la anécdota.
No se trata de alabar a los Estados Unidos – sus agentes han torturado brutalmente y la sociedad apoya los malos tratos– pero en España las principales instituciones del Estado nunca han abierto un proceso de investigación como el que ha emprendido el Senado estadounidense. En ese camino, tenemos que reconocerlo, los yanquis a los que tantos criticamos, nos llevan algo de ventaja.
Las torturas de la CIA tuvieron como escenario cárceles secretas, y habrá quien diga que solo por esa razón son realidades que no tienen comparación posible. Evidentemente, el hecho de que los detenidos estuvieran retenidos ilegalmente sin que tuvieran que declarar ante un juez facilita que las torturas sean más horribles. Pero, en todo caso, si repasamos las técnicas utilizadas por los agentes estadounidenses, veremos que son muy parecidas a algunas de las que decenas y decenas de personas han denunciado en España con la incomprensión o la sospecha como única respuesta.
La privación del sueño, las palizas, las amenazas a familiares y las amenazas sexuales, en algunos casos con violaciones consumadas, son relatos comunes que se pueden escuchar a los dos lados del charco. El ‘waterboarding’ (simulación de ahogamiento por agua) al que tanto se alude en las informaciones de estos días es lo que por aquí llamamos ‘la bañera’, una técnica que según los últimos informes independientes que han investigado casos de torturas, se utiliza ahora más como amenaza que como tortura efectiva, pero que, atendiendo a las denuncias, ha sido sustituida por 'la bolsa', otra técnica de asfixia igualmente cruel. En esta ocasión no voy a ser explícito y quien quiera leer relatos de denuncias puede consultar otros artículos que he escrito con anterioridad sobre las torturas en España.
"En España la tortura sigue siendo un problema y el problema es que no se reconoce como problema", dice el director de Amnistía Internacional, Esteban Beltrán. Los hechos lo corroboran. La tortura no es sistemática pero no se toman las medidas suficientes para prevenirla e investigarla.
¿Por qué tanto reparos a hablar de las torturas en España? ¿Por qué tanta mirada hacia otro lado? ¿Por qué es más sencillo denunciar las vulneraciones de derechos humanos en el extranjero y no en nuestra casa? ¿Por qué esa falsa creencia de que indagar en las torturas va a socavar nuestras instituciones? ¿No es precisamente la profundización en los derechos humanos lo que fortalece el Estado de Derecho? ¿No es la negación de la existencia de torturas, el encubrimiento o el indulto de los torturadores lo que debilita el Estado de Derecho?
Iker Armentia, en eldiario.es
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