La clausura definitiva, por la escasez de vocaciones, del convento de los Franciscanos de Olite/Erriberri el próximo día 8, señalada festividad de la Inmaculada en la ciudad, va a dar mucho que hablar sobre la influencia que ejercieron sus moradores durante los últimos ocho siglos en la localidad y su Merindad. Ha sido importante la huella histórica, la religiosa, la artística y hasta la económica. Pero una de las aportaciones más singulares ha sido la de convertirse en centro de irradiación de la cultura vasca, y sobre todo del euskera, en la navarra meridional, un territorio no especialmente fácil para "lingua navarrorum".
En los momentos peores, los monjes se empeñaron en regar una planta reseca que, con paciencia franciscana, echó brotes. En los años 80 del siglo pasado, en la transición de la dura dictadura franquista al sistema de gobierno actual, el padre Fermín Altube reunió en su humilde "gaueskola" un grupo de chicos y chicas a los que para toda la vida les quedó grabada aquella letrilla que luego cantaban en las fiesta patronales para recordar que ellos habían nacido en Olite, que vivían en la ciudad del Castillo y que allí querían aprender euskera:
Erriberrin jaio ta
Erriberrin bizi
Erriberrin euskaraz
Nahi dugu ikasi
No pudo ser en Olite, pero cuando casi a la vez comenzó a echar a andar la ikastola Garcés de los Fayos de Tafalla, una cooperativa de padres de vocación comarcal, allí estuvieron otra vez al quite los frailes olitenses para prestar mobiliario y cuanto se ofreciera de sus antiguas y clausuradas escuelas franciscanas.
Otra historia poco conocida, pero no menos importante, es la que reveló hace una década el entonces padre Guardián (abad) del ahora clausurado convento Carlos Urbieta. Este zarautztarra fue unos de los aproximadamente cien jóvenes que en los años 50 poblaban el convento para estudiar Filosofía y Teología, que en la localidad eran popularmente conocidos como los "coristas".
Muchos, como Urbieta, procedían de Gipuzkoa y se comunicaban en euskera, así que vieron lo más normal del mundo publicar una revista en lengua vasca que durante el Franquismo salió en Olite bajo el nombre de "Gure Izarra" (Nuestra Estrella), en honor a la cercana virgen de Ujué/Uxue a la que dedicaron una portada.
La revista vio la luz, al menos, durante tres años. Se repartió internamente, entre los estudiantes, con una periodicidad trimestral. Los aspirantes a frailes tenían clases de idiomas, de alemán, de español, griego o latín, así que aceptaron con naturalidad que el padre Benito Mendia puliera el vascuence que utilizaban, eso sí dentro de los muros del convento porque fuera era una actividad perseguida.
Carlos Urbieta recordaba que, durante la cena, los estudiantes leían los "discursos de predicación" del día siguiente. Cada interno lo hacía como quería, en euskera o en castellano. "Las autoridades no nos prestaban atención. Nosotros seguíamos leyes eclesiales", señalaba Urbieta, que actualmente vive en un convento de Madrid.
"Gure Izarra" ilustraba en sus páginas la vida el convento, de su amplia comunidad religiosa, de la iglesia en la que se guardaba la patrona del Olite, la virgen del Cólera que gracias a la predicación franciscana salvó al pueblo de la peste en el siglo XIX, tal y como escribió sobre ella fray Lucas Arizeta, que también indagó el origen del topónimo vasco de la localidad.
En la revista hubo hueco para cuentos y poesías, que entonces firmaron frailes que después dejaron su nombre en el libro de oro de la literatura vasca. Por ejemplo, el padre Félix Bilbao, autor de narraciones breves como "Ipuin Barreka", o Bittoriano Gandiaga, que ganó varios concursos de poesía y prosa.
El nombre de "Gure Izarra" se adoptó de forma democrática, por votación entre los estudiantes. "En Olite sentíamos cerca la presencia de la virgen de Uxue", contó Urbieta, que también relató cómo otra imagen importante para los franciscanos, la de Arantzazu de cuyo santuario depende Olite, también salió en la portada.
Por el convento transitaron, en sus años mozos, casi todos los franciscanos de la entonces se llamaba "Provincia de Cantabria". Y, en lo literario en euskera, habría que destacar a, por ejemplo, Salvatore Mitxelena (1919-1965), que estuvo en Olite en los años treinta del siglo XX, donde compuso poemas como "Aberriak min" (Me duele la Patria) que escrito a máquina y con traducción al castellano repartía entre los compañeros de cenobio. "Una valiente afirmación de la adhesión a la lengua propia en tiempos difíciles", llegó a escribir de él el también franciscano Luis Villasante, "Aita Villasante", padre del “batua” o euskara normalizado que, cómo no, también trabajó junto a sus hermanos en la hermosa huerta ubicada junto al castillo navarro.
El último tercio del siglo XX trajo consigo una apertura política y religiosa que se coló en el convento. Progresivamente, las vocaciones también cayeron en barrena, pero siempre hubo en Olite frailes inquietos que conectaron con los vecinos del pueblo como el padre José Mª Ibarbia, que fundó el Orfeón Olitense, o el padre José Luis Idoiaga que organizó el un grupo de dantzas y se empeñó en que los chavales de hace 40 años jugáramos a pelota a mano en vez de darle patadas a un balón.
En el convento hubo ilustres figuras, como el donostiarra Xabier Pérez de Eulate, pintor y escultor, que ha pasado a la historia del arte de vanguardia vasco por ser el creador de las bellas vidrieras de Arantzazu, donde convivió con el controvertido diseñador de la moderna fachada del Santuario, Jorge Oteiza. En el estudio que Pérez de Eulate tenía en Olite todavía retumban las discusiones que mantenían ambos genios, sobre todo cada vez que el de Orio caía por el convento para celebrar el cumpleaños del fraile con una copiosa comida y un buen puro.
Además de escribir en la revista, Carlos Urbieta compartió hasta hace unos años la labor de firmar, en euskera, las hojas del famoso calendario de Arantzazu. Lo hizo con Joxe Mari Lete, otro monje de Olite fatalmente desaparecido hace una década en un accidente en el mar.
Urbieta y Lete recopilaban mil historias sobre Navarra, el Viejo Reyno, la Merindad de Olite y su querido convento, que luego plasmaban en breves pinceladas en un almanaque que ha sido muy popular entre los euskaldunes, un calendario que por desgracia ya no colgará desde este año en los vetustos muros del convento olitense que ha aguantado todos los avatares de la historia, salvo los que imponen ahora los nuevos tiempos que le fuerzan a poner el candado.
El Olitense
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