martes, 3 de noviembre de 2009

MI PUEBLO AGONIZA

Una vez más, y van ya muchas, asistí a un funeral en mi pueblo. Viajé desde Pamplona con algo de lluvia, y ésta curiosamente arreció con la entrada del féretro a la iglesia y en el momento del entierro. Parecía que quisiera castigarnos a los que volvemos al pueblo para los acontecimientos sociales.

Como ocurre últimamente, los entierros se están convirtiendo en ocasión para los encuentros familiares y, claro está, de amigos y conocidos. Acabadas las honras fúnebres vienen los saludos, se juntan los típicos corrillos de conversación, y ésta se refiere a los recuerdos de un pasado ¿feliz? (quizá por pasado) y los proyectos de futuro.

Estos últimos me los contó un familiar tomando un café en el club de jubilados que ahora ocupa los bajos del Ayuntamiento: "Me acabó de jubilar, mis hijos han estudiado y no van a seguir en el campo, me gustaría mantener un huerto y un par de viñas para divertirme, que he estado muchos años trabajando muy duro. Digo divertirme porque ahora dinero del campo no se saca: el rendimiento del cereal depende de las ayudas de la PAC; y la viña es una ruina, ya que el vino vale poco y hay muchos problemas para venderlo. Fíjate como está el pueblo que disfruto saliendo al campo con los perros y paseando la escopeta, porque, por no haber, ya no hay ni caza. Ahora que va a llegar el agua del canal, los jóvenes se han ido y no nacen nuevos vecinos (la escuela ya no existe), y no sabemos quién va aprovechar este nuevo recurso. La mayoría de los que quedan en el campo son mayores y no hay ganas de empezar con nuevos cultivos. Es probable que dentro de pocos años la tierra la exploten empresas agrarias con empleados emigrantes, porque ya no habrá catatos".

En los primeros años y a mitades del siglo pasado hubo fuertes procesos de emigración (Argentina, Bilbao, Pamplona), pero la situación actual es diferente. Revolotea la idea, aunque nadie quiera verla ni decirlo, de que ahora el pueblo agoniza, que no tiene futuro. Ya no hay fuerza para promover aquellas iniciativas como las que a principios del siglo pasado permitieron que hubiera caja rural, bodega, horno y trujal cooperativos, y que San Martín de Unx fuera un referente de los proyectos cooperativos que, a principios del siglo XX, impulsaron en Navarra los sacerdotes Flamarique y Yoldi. Por cierto, el próximo año se celebrará el centenario del importante movimiento cooperativo agrario navarro, que a lo largo de este siglo ha funcionado bajo tres formas sociales: Federación de Cooperativas, UTECO y, actualmente, AN sociedad cooperativa.

A este paso, dentro de unos años van a quedar la preciosa cripta, la residencia de ancianos y el cementerio.

Seguramente se está acabando un modo de vida que ha durado varios siglos. El de la explotación familiar minifundista que mantenía la vida de los pueblos y cuidaba del entorno o del medio ambiente. No hemos conseguido que la vida en muchos pueblos sea atractiva para los jóvenes. Hace años se podía soñar que heredaran la tierra jóvenes formados en la universidad, que los propietarios de las explotaciones fueran agrónomos y que sus parejas tuvieran trabajo en la zona. Soñar es fácil. Sin embargo, lo sugestivo es la vida en la ciudad, que parece que da más alternativas y, normalmente, son los que han realizado estudios universitarios los que menos atractivo encuentran para quedarse en sus pueblos. Quizás el paro y la crisis económica actual puedan invertir la tendencia.

Con estos pensamientos mezclados con recuerdos de los periodos de la infancia vividos en un pueblo lleno de actividad, con la oscuridad de la noche y la lluvia golpeando en el coche, la tristeza y la melancolía llenaban el mínimo espacio del automóvil, porque, además, ésta no es una situación aislada. ¿Cuántos pueblos agonizan en Navarra? ¿Alguien sabe qué hacer? ¿Se puede hacer algo para evitarlo?

La cena de amigos que me esperaba en Pamplona hizo que momentáneamente me olvidara del pueblo de mis antepasados, pero hay algo que continuamente me vuelve a la cabeza y me ha movido a escribir estas líneas: el negro futuro de tantos pueblos.

Espero que, dentro de unos años, no sea posible que un escritor originario del pueblo tenga que contarnos, como Julio Llamazares, otra Lluvia amarilla.
Jesús Muruzábal Lerga, economista (en Diario de Noticias)

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