La chulería de Alemania no tiene límites. Alemania, un país que ha hundido dos veces a Europa en la miseria, y que está intentándolo ahora por tercera vez, pretende que Rusia, el país en el que hace apenas 70 años los alemanes asesinaron a nada menos que a 26 millones de personas, les devuelva no sé qué tesoros que supuestamente las tropas soviéticas robaron a Alemania tras liberar Europa del nazismo.
Todavía hoy es frecuente que en alguna subasta de arte aparezca alguien reclamando la propiedad de una obra que era de su familia, habitualmente judía, hasta que los nazis -o sea, el gobierno alemán- se la robó, previo el asesinato de sus parientes. Y por supuesto, no consigue nada, salvo salir en la sección de sociedad como una excentricidad histórica. Rusia es un país generoso, y desde los años 90 se han abierto por el todo el territorio de la Federación que en su día fue zona soviética ocupada por los alemanes, cementerios en los que descansan los militares alemanes que cayeron en esas zonas. En 2008, se abrió uno de esos cementerios en los alrededores de San Petersurgo, la heroica Leningrado que resistió un asedio de 872 días y tres inviernos, un asedio que el gobierno alemán no ocultó en ningún momento que tenía por objeto matar a toda la población civil leningradense, y que se inició simbólicamente con la masacre de Lychkovo el 18 de agosto de 1941, el bombardeo intencionado y sistemático de un tren que pretendía sacar de Leningrado a gran cantidad de niños para salvarles del asedio. Murieron prácticamente todos.
Como les decía, con ocasión de la inauguración de este cementerio en 2008, algunos habitantes de San Petersburgo quisieron acudir, para intentar hablar con veteranos alemanes que habían sobrevivido, o con las familias de los que habían muerto. Se sorprendieron de que en el caso de los veteranos, muchos de ellos mantenían, aún décadas después, una actitud desafiante, y en la mayor parte de los casos, se justificaban diciendo que ellos no sabían que en la ciudad estaba muriendo la gente. No saber es la excusa perfecta de los alemanes, la usan cada vez que les da por organizar una masacre histórica. Esta gentuza, aquellos veteranos, que estuvieron evitando que entrase comida o combustible durante tres inviernos en la segunda cuidad más importante de la URSS, no podían ni imaginar que dentro, la gente podía estar muriendo de hambre o de frío…
Ahora, Angela Merkel ha decidido no visitar junto a Putin una exposición de estas obras de arte en el Hermitage, en el marco del Foro Internacional de San Petersburgo, en protesta porque el presidente Vladimir Putin se haya negado a comprometerse a devolver las obras de arte que, en concepto de indemnización por los los millones de asesinatos causados a Rusia durante la ocupación alemana de los años 40, así como por el por el saqueo y la destrucción de patrimonio histórico y cultural ruso, el Ejécito Rojo llevó a la Unión Soviética.
No sé, pero si yo fuera Angela Merkel, mandataria máxima de un país entre cuyos museos principales se encuentra el de Pérgamo, no tocaría mucho las narices a las naciones vecinas con el tema del patrimonio histórico saqueado, y daría gracias a que Rusia, en su inmensa generosidad, no limita la entrega de visados a ciudadanos alemanes para visitar San Petersburgo, que es lo que yo haría si fuese mandatario ruso: que jamás un alemán vuelva a pisar la ciudad martir.
Ricardo Royo-Vilanova, en A sueldo de Moscú
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