domingo, 30 de junio de 2013

MONARQUÍA Y PROPAGANDA

"La jura de Felipe de Borbón subraya la continuidad democrática de la monarquía" titulaba El País en 1986, el mismo diario que en el 77 reclamaba convertir la onomástica del Rey en "fiesta nacional". Después de que el franquismo sepultase a la sociedad bajo toneladas de propaganda con el cuento de su paz, el nuevo Rey, un convencido de esa falacia, pasó a convertirse desde la Transición, no ya solo en el acreedor oficial de la libertad, sino también en su garante. Nada más y nada menos. Esta reencarnación monárquica nos sumió de nuevo en otra perpetua deuda de gratitud, exaltación y silencio, alimentada por no monárquicos pero sí juancarlistas capaces de hablar de república coronada sin pestañear, y de zanjar las casi cuatro décadas de inviolabilidad no elegible de Juan Carlos I con un imaginario que parece sacado del ABC. Como cuando Zapatero, en un remake de Emilio Romero o de aquellos teoremas teologales sobre Dios y lo intrínsecamente imposible, dijo aquello de que el Rey es "bastante republicano". Un rey que tenía "influencia real" sobre el expresidente, según desveló Wikileaks. Fueron seis las llamadas que en un mismo día hizo el Monarca a Zapatero, según contó Público en 2008, para apoyar a una petrolera rusa que quería comprar una parte de Repsol, intento de operación que ahora se ha sabido, contó también con la amiga entrañable como sagaz intermediadora.
Este poder opaco pero decisivo del Rey ha sido y es marca de la casa. Siguiendo la estela franquista del culto al líder, Juan Carlos ha sido una figura prácticamente intocable, objeto de un relato blindado desde el poder político, comunicativo y financiero. Ciertamente algo ha cambiado en los últimos tiempos, pero de forma limitada en el fondo. Como una monarquía tiene poco de democrática, a no ser que olvidemos su carácter hereditario o su falta de control, basa su prestigio en la permanente propagación de una supuesta ejemplaridad. Aquí nos pintaron a un estadista fabricante de concordia. Un abnegado y desinteresado "héroe de la Democracia" que el 23-F, ¡ejem!, según contó su hijo, "salvó a España" sin tan siquiera perder la campechanía.
Ya que, como se ha escrito, la monarquía "precisa de creencias", políticos, Zarzuela y medios de comunicación se afanaron en construir el halo que evitase la tentación de unas urnas. No bastaba con invocar el antidemocrático "sufragio universal de los siglos" o esgrimir el ahorro de no convocar unas elecciones, que hace falta narices. Había que ir mucho más lejos. Encuadrar como intempestiva y radical cualquier reivindicación republicana, y sobre todo continuar infantilizándonos políticamente, desdeñando nuestra capacidad de andar sin la tutela borbónica. El propio Rey hizo en 1976 una referencia a "la Monarquía, como la forma de Estado más adecuada para España", "capaz de asegurar la unidad de todos los españoles". Esta idea de excepcionalidad de reflujos joséantonianos ha fraguado un pensamiento político extendidísimo. Si la Corona, como tantos dicen, es garantía fundamental para la convivencia, si todavía necesitamos de una institución moderadora no elegible, cuyo titular ostenta además el mando Supremo de las Fuerzas Armadas, ¿en qué tipo de cultura predemocrática nos movemos? ¿Todavía en la del miedo más o menos subliminal? Porque ese fue precisamente uno de los pilares de la Transición. Recordemos por ejemplo al ministro de la Presidencia en 1976, Alfonso Osorio, instando a la izquierda a "aceptar la legitimidad de la Corona" y "hacer imposible otra guerra civil". Un año más tarde, por cierto, Osorio pasó a ser senador por real "designación".
La cuestión republicana ha cobrado fuerza en 2013, escándalos aparte, por razones profundas de lógica democrática. ¿Por qué resignarnos a dar por válido que al proclamado rey de todos los españoles, bendecido en 1995 por la Conferencia Episcopal por su "entrega en el servicio al pueblo", ni se le pase por la imaginación someterse a un referéndum para que ese pueblo (no el de 1978) pueda revisar o confirmar el modelo de Estado antes de que Su Majestad abdique o muera?
Fue Enrique Múgica, uno de los nombres que salieron a relucir alrededor de lo que se llamó la trama civil del 23-F, el que dijo en 1997 con singular finura: "si la Corona es valiosa, si sirve, para qué cojones nos vamos a plantear la cuestión de la República". Ahora que su planteamiento se agrieta, la esperanza monárquica se llama Felipe. Ya veremos hasta dónde llega el lavado de cara para poder arrancar sin demasiadas dificultades su reinado. Y ya veremos en qué año y en qué contexto. Desde luego, hablar como hizo hace meses Rajoy, de la "pujanza" de la monarquía con referencias de hace décadas, refleja un discurso hoy por hoy agotado y mucha impotencia.
Jesús Barcos, en Diario de Noticias

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