En Francia también –cuando se acaban de celebrar por todo lo alto los cincuenta años del Tratado de amistad franco-alemán, piedra angular de la política europea de París– los amigos del presidente François Hollande ya no dudan en reclamar un “enfrentamiento democrático” con Alemania y acusan al vecino germano de “intransigencia egoísta”. El propio secretario general del Partido Socialista (PS), Harlem Désir, alienta a sus militantes a “colocarse a la cabeza de la confrontación” con Angela Merkel, “la canciller de la austeridad”. Y es que, hasta ahora, se había vivido en la idea de que el carro de la Unión Europea (UE) lo tiraba una yunta de dos Estados, Francia y Alemania, y que tanto montaba, y montaba tanto, París como Berlín. Pero eso –silenciosamente, sin bombo ni platillo–, se ha terminado desde que la crisis, a partir de 2010, golpea violentamente a la mayoría de los países europeos mientras Alemania se afianza como la economía más poderosa de Europa. Francia, que perdió en 2012 su triple A, se descolgó del pelotón de cabeza, y ve ahora cómo su vecino germano se aleja cada vez más, económicamente, de ella...
Hasta en el Reino Unido –que no pertenece a la zona euro–, la clase política se alza igualmente para protestar contra la nueva “hegemonía germana” y denunciar las consecuencias de ello: una “Europa dominada por Berlín, o sea precisamente lo que el proyecto europeo debía, en principio, impedir”. En efecto, la UE fue concebida con la idea de que ningún Estado ni podía, ni debía ser hegemónico. Pero Alemania, después del trauma de la reunificación –que sobrellevó gracias a la solidaridad de todos los europeos– se ha convertido en la gran potencia dominante del Viejo Continente. Es el país rico, sin crisis, que todos envidian y detestan a la vez.
Muchos analistas constatan que la crisis, paradójicamente, es lo que ha permitido a Berlín “conquistar Europa” y alcanzar una posición de dominación que no tenía desde 1941... Lo que le hace decir, con ironía, al semanario Der Spiegel: “Alemania ganó la Segunda Guerra Mundial la semana pasada...” (1).
El hecho es que Alemania lidera en solitario la Unión Europea. Basándose en lo que considera su “éxito económico”, Berlín no duda en imponerle a todos sus socios su detestable receta nacional: la austeridad. En particular a los de la orilla mediterránea, cuyos habitantes son considerados por muchos políticos y por los medios de comunicación alemanes como unos “perezosos”, unos “indolentes”, unos “tramposos” y unos “corruptos”. En cierto modo, esos alemanes están convencidos de que la crisis opone un Norte mayoritariamente protestante, trabajador, hacendoso, austero y ahorrador, a un Sur católico u ortodoxo, gandul, jaranero, vividor y rumboso. ¿No declaró acaso, la propia Angela Merkel, ante los militantes de su partido, la CDU, en mayo de 2011, que “en países como Grecia, España y Portugal, la gente no tendría que jubilarse tan pronto, en todo caso no antes que en Alemania (2), y los asalariados tendrían también que trabajar un poco más, porque no es normal que algunos se tomen largas vacaciones cuando otros apenas tenemos asueto. Esto, a la larga, aunque se disponga de una moneda común, no puede funcionar” (3)?
Otra prueba de esa convicción germana de que mientras el alemán trabaja los ribereños del Mediterráneo viven a la bartola (4), la constituye la provocadora declaración, en Salónica, del ministro adjunto alemán de Empleo, Hans-Joachim Fuchtel, enviado a Grecia por Merkel para ayudar a reestructurar los municipios griegos: “Los estudios demuestran –afirmó Fuchtel– que aquí se precisan tres griegos para hacer el trabajo que haría un solo alemán”. Y partiendo de semejante conclusión, el ministro recomendó el despido de miles de funcionarios locales... Los cuales, al día siguiente, se amotinaron y casi ajustician al cónsul alemán, Wolfgang Hoelscher-Obermaier, al grito de “¡Linchemos a los nazis!” (5)...
Más allá de los viejos clichés –“perezosos” contra “nazis”–, lo que está en juego es la salida de la crisis. Porque, a escala planetaria, las demás grandes economías, Estados Unidos y Japón, han vuelto al crecimiento mientras la UE sigue sumida en la recesión. De ahí que se cuestione más que nunca la “solución única” alemana, basada en la austeridad. Berlín sólo cree en la reducción de los déficits presupuestarios, en la disminución de la deuda soberana y, sobre todo, en la reforma laboral (6). Esta “reforma” ha convertido Alemania en un verdadero “infierno social” para millones de asalariados que trabajan por menos de 5 euros la hora en un país que no posee salario mínimo (7). Uno de cada tres empleos es precario. Y el número de “minijobs”, a menos de 400 euros al mes, se ha disparado. La población alemana es la que más sufre con este “modelo”; en Berlín, uno de cada tres niños vive bajo el umbral de pobreza...
Pero es que, además, está demostrado que la austeridad no funciona y es destructora. Cada mes que pasa, Europa, con ese remedio, se hunde más en la recesión. Los ajustes y los recortes sucesivos matan el crecimiento y tampoco permiten el desendeudamiento de los países. Ya no son sólo los Estados del Sur y sus poblaciones quienes protestan contra las políticas de ajuste, a ellos se suman ahora, entre otros, los Países Bajos, Suecia, los socialdemócratas alemanes y la propia Comisión Europea que considera que “la austeridad ha alcanzado sus límites”. Sobre todo cuando las tesis “científicas” de los profesores Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, en las que se basaban las políticas de austeridad, se han revelado falsas; no se apoyaban en ninguna racionalidad económica (8).
Es hora, por consiguiente, de ir pensando en otras soluciones. Berlín y el “merkiavelismo” (9) pretenden que no las hay. Pero es fácil demostrar lo contrario. Por ejemplo, se le podría dar mucho más tiempo –como ya se está empezando a hacer– a los países europeos para alcanzar el célebre 3% de déficit presupuestario; y también cuestionar esta absurda “regla de oro”...
Habría que reducir el valor del euro, moneda demasiado fuerte para la mayoría de los países de la eurozona, y estimular de ese modo las exportaciones. Japón, segunda economía del mundo, lo ha hecho bajo la dirección de su nuevo Primer ministro conservador, Shinzo Abe, inundando la economía de liquidez (todo lo contrario de la austeridad) (10), reduciendo en seis meses el valor del yen un 22%, mientras la tasa de crecimiento daba un espectacular salto adelante situándose en un 3,5% anual...
Otra perspectiva: los 120.000 millones de euros previstos en el Pacto Fiscal que se firmó el año pasado para el “estímulo del crecimiento”... ¿Qué espera la UE para decidirse a gastarlos? ¿Y los 5.000 millones de euros disponibles de los “Fondos Estructurales Europeos”? ¿Por qué no se utilizan? Con sumas tan colosales, ya presupuestadas, se podrían realizar grandes obras de infraestructura y dar trabajo a millones de desempleados... O sea un verdadero New Deal europeo, o como dice Peer Steinbrück, el candidato socialdemócrata rival de Angela Merkel en las elecciones legislativas alemanas del próximo 22 de septiembre: “Necesitamos un auténtico Plan de desarrollo y de inversiones europeo para estimular un crecimiento sostenible. Porque lo que está en juego no es la estabilidad del euro, sino la estabilidad de todo nuestro sistema social y político. La injusticia social amenaza la democracia” (11).
Otra alternativa a la austeridad consistiría en imitar lo que hizo Berlín después de la reunificación en 1993 en beneficio de los Länder del Este, creando un pequeño impuesto indoloro del 1%. A escala europea supondría un fondo de unos 200.000 millones de euros al año que no les vendría mal a los países en dificultad...
Otra medida sería que la canciller Merkel se decidiese a subir los salarios en Alemania, con lo cual relanzaría el consumo interno, estimularía su propia economía (que con un crecimiento de apenas el 0,1% en el primer trimestre de 2013 ronda la recesión), aumentaría las importaciones procedentes de los demás países europeos y pondría así en marcha el motor del crecimiento en toda la Unión.
Y ni siquiera abordamos aquí otras soluciones como sería sencillamente el abandono del euro y el retorno al Sistema monetario europeo, propuesto recientemente por Oskar Lafontaine, ex ministro de Finanzas alemán y fundador de Die Linke. Como vemos, las soluciones no “austeritarias” existen ¿a qué esperan los gobiernos para adoptarlas?
Ignacio Ramonet, en Le Monde Diplomatique
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