martes, 27 de octubre de 2009

ENTREVISTA CON MABEL CAÑADAS, IMPULSORA DE LAS EXPERIENCIAS DE USOZ Y LAKABE

Mabel Cañadas se inicia en lo social en los movimientos de Bilbao de finales de los 60. Su implicación convencida le hace consciente de un “no llegar” en el que se desenvuelve esa actuación. Descubrir las limitaciones no le lleva al desánimo ni al abandono sino a la búsqueda de nuevos caminos. En los 80 inicia una experiencia de vida comunitaria en el abandonado pueblo navarro de Lakabe, en el que lleva, por tanto, 28 años. Una experiencia radicalmente distinta que le ofrece una reapropiación de su capacidad de decisión, otra forma de abordar lo social en la que importa es lo qué se hace y el cómo, en la que la actuación social es la propia vida.

Aquí va la primera parte de la extensa entrevista. En la segunda, añadiremos además información y documentos extra de los proyectos o luchas que se aluden en ella.

Cuéntanos a grandes rasgos tu trayectoria
Lo que más ha marcado mi trayectoria ha sido la tendencia a incidir en lo social, de modo especial la necesidad de estar informada para abordar los temas con seriedad. Sería por el año 65, con 13 años, cuando me inicié en esto como respuesta a cosas que ves que están mal y frente a las que dentro de mí surgió una cólera; aquella actuación fue el inicio de una búsqueda. Nuestra primeras actividades giraban en torno al Tercer Mundo, otros temas eran muy inabordables durante el franquismo. Entonces constaté que vivía en un mundo que se sostiene aplastando a otro, un engranaje del que buscas el funcionamiento y del que empiezas a descubrir que tienes alguna responsabilidad. Esa actuación y esa búsqueda me las he planteado siempre colectivamente, pero también desde la soledad, sin la que esa búsqueda colectiva no puede darse. El Proceso de Burgos y los asesinatos de Vitoria supusieron un paso en la confrontación con lo existente, me impactaron y empezaron a marcar lo que sería mi posterior trayectoria. No puedes dejar de implicarte, pero a la vez percibes que el cúmulo de cosas que te salen al encuentro no te deja acceder al fondo de lo que llevas dentro y te gustaría realizar; como si ese exceso de actividad matara la búsqueda.

¿En qué sentido te impactaron aquellos acontecimientos?

Recuerdo el encierro en la iglesia de San Antón con motivo del Proceso de Burgos, en el que se percibía una especie de alta densidad de la rabia y el dolor. Hablaba mucho con la gente porque siempre para mí cualquier actuación ha sido un foco de investigación y cuestionamiento. En aquel caso el nivel de cólera impedía cualquier cuestionamiento y ahí aprendí que el dolor y la rabia pueden ser adecuados para suscitar una energía que nos movilice, pero no para diseñar una estrategia de actuación. Esas respuestas pueden ser expresiones legítimas y entendibles, pero no eran las adecuadas. El punto de partida siempre debe ser el aceptar esa situación, amarla, lo que no significa amar ni aceptar el daño que la ha producido. Desde esa aceptación podemos plantearnos qué estoy dispuesta a hacer yo para solucionarla. Muchas situaciones en la historia de la humanidad son de esa índole oscura y terriblemente dolorosa, lo que las hace difícilmente digeribles. Pero hay que digerirlas, sentir su dolor y aceptar que la situación es esa, para poder definir una estrategia. Es seguro que no vamos a dar con la estrategia exitosa, pero sí podemos dar un paso en la dirección adecuada. Quizá es eso todo lo que podemos hacer en una vida, todo lo que puede hacer una generación: conseguir que ese paso quede consolidado e interiorizado, que pase a formar parte de lo dado por sabido.

Seguimos con el relato de esa tu trayectoria

En los años 70 empecé a participar en los grupos de no violencia de Euskalerria y, a través de ellos, nos abrimos a información y corrientes de pensamiento que a nosotros nos llegaban de Francia y que supusieron una profundización en lo que venía siendo mi Eran los tiempos de Gandhi, Martín Luter King, Lanza de Bastos, la comunidad de Tesse ... y fueron unas aportaciones muy desarrolladas dentro de lo que venía siendo esa búsqueda. El que el fin está en los medios y el árbol en la semilla, algo que yo intuía, fue para mí de una claridad iluminadora. También significó una profundización de mi actuación. Pese a no tener que ir a la mili, trabajé en los grupos de la objeción al servicio militar, y del no a la mili dimos el paso al no a los ejércitos y no a las guerras, sin olvidar las torturas, lo nuclear y el conjunto de un sistema belicoso/militarista, jerarquizado y patriarcal, lo que me llevó a adentrarme en el tema de la mujer. Comprendí que el conjunto de estructuras sociales está marcado por las relaciones de dominación/sumisión y que desconocemos el funcionamiento en igualdad y en libertad.

Desde el año 75 viví con otros en una chabola en el barrio de Recalde y me integré también en el trabajo en el barrio. La convivencia me llevó a descubrir que demasiado a menudo reproducimos esas relaciones de dominación o, lo que es lo mismo, que la reivindicación, la convivencia y la propia vida son partes de un todo. Aquel trabajo en el barrio me hizo consciente de la cantidad de gente que no tiene voz y que es imposible que la tenga si la sociedad y búsqueda y mi actuación. nosotros mismos estamos inmersos en esas dinámicas de la correlación de fuerzas, de ganar o perder y de búsqueda de una determinada eficacia. Todo va confluyendo. Lo de que el fin está en los medios es otra forma de decir que para oponernos a las relaciones de dominación/sumisión necesitamos nuevos procesos de participación, nuevas formas organizativas, formas asamblearias de toma de decisiones. Pero aun eso es insuficiente, no basta que la asamblea sea perfectamente democrática, tiene que estar mimada para que participen las personas que menos hablan o que no hablan, requiere fomentar la escucha, tanto como la intervención, requiere, en definitiva, otros ritmos, otros tiempos, otra forma de vivir. Si hoy, por cualquier imprevisible, se nos presentara la oportunidad de desarrollar una alternativa a la sociedad existente, volveríamos a reproducirla porque no hemos trabajado suficientemente esas otras formas de decidir, de hacer, de vivir en definitiva.

A esto se une que en el 78 ya no encarcelaban a los objetores sino que pasaron al limbo jurídico y la objeción de conciencia se fue desactivando, lo que nos hizo intuir que el fracaso -relativo, pero fracaso al fin- de la actuación social está en ese no abordaje de los problemas de fondo (en el caso de la insumisión, por ejemplo, la impregnación de todas las relaciones sociales por el eje dominación/sumisión) y que para hacerlo es necesario implicar más la propia vida, ponerlo en práctica más que reivindicarlo. Queríamos plasmar todo lo que habíamos trabajado a nivel teórico, la necesidad de otras formas de vivir: sin jefes, sin horarios, sin normas ni pensamientos predefinidos... Primero recalamos en Usoz y luego, en la primavera del 80 en Lakabe.

¿Fue duro dejar ese mundo anterior? ¿Sentiste alguna pérdida al abandonar la “actividad social” explícita?

Ninguna. Visto desde hoy, creo que si no eché en falta lo que dejé se debió a que para mí era una etapa acabada. También visto desde hoy, considero que para todas las personas que actúan socialmente es necesario tomar momentos de distancia. No siempre se está en plena forma, hay momentos en que se ha dado lo que se llevaba y es importante abandonar la primera fila, para que a esa actuación lleguen nuevos impulso, por un lado, y para hacer tu misma ese movimiento de recuperación, de búsqueda de nuevas estrategias y formas de estar, que, en definitiva, es una búsqueda de ti misma. Esto requiere una cierta humildad y la pérdida de protagonismos. Lo contrario conduce a la repetición rutinaria y a que la actuación responda a esa necesidad de actuar como forma de mantener el protagonismo, más que a los fines que dice perseguir. En mi caso eso se produjo de una forma indirecta y por otras causas. Buscaba otra forma de abordar y emprender lo que había estado haciendo. No eché en ese momento nada en falta, y siempre he procurado mantenerme en contacto con aquello.

Cuéntanos a grandes rasgos el proceso de Lakabe

Cuando en la primavera del 80 decidimos dar por cerrada la experiencia de Usoz e iniciar la de Lakabe hicimos un llamamiento abierto: el 21 de mayo en Lakabe. Nos juntamos 14 personas, en verano llegamos a 45/50 adultas y algunos niños: definir el proyecto nos costó tres años: la iniciativa inicial era la de reconstruir, tanto física como humana y relacionalmente, un pueblo alternativo. Pero lo de “alternativo” es muy ambiguo, hace más hincapié en lo que no se quiere, algo que es muy habitual en todo grupo que se quiere diferente y que se define anti (militarista, capitalista...), pero lo valioso son las afirmaciones. Fueron tres años un tanto caóticos y, por eso mismo, muy ricos. Pero las personas y los grupos tenemos necesidad de definirnos, crear un marco o una estructura que lo contenga, que plasme lo que se quiere para empezar a realizarlo. Toda definición supone un grado de exclusión que siempre es conflictivo, pero es muy rico, también doloroso. Obliga a romper con gentes con las que se ha recorrido un camino, a las que aprecias y quieres. Acabas por aceptar que la vida es rular, que el cambio y los desencuentros son la manera natural de que la creación continúe y de que los entornos se renueven. Pero siempre hemos tratado de apoyar, en la medida de nuestras posibilidades, a las personas que han ido abandonando el proyecto.

Tras ese proceso, en el 83, quedamos 16 personas y la situación económica era muy difícil. Iniciamos la búsqueda de nuevas fuentes de ingresos: pastelería, lana y zapatería. Cada, digamos, casa, asumió una de esas actividades para sacar dinero, pero vivimos con los bienes en común. De esas actividades sólo dura en la actualidad la de pastelería. A pesar de los avatares, el proceso siguió siendo de crecimiento y en el año 90 llegamos a ser 45 personas adultas y 10 niños. En el 91 tuvimos una nueva crisis por el planteamiento económico. El dinero mueve mucho. Una parte quiso dejar de vivir en comunidad y derivar a formas similares a las cooperativas, con unos aspectos económicos en común, pero dejando otros a las economías de cada uno. El grupo optó por seguir siendo un pueblo comunitario, sin economías particulares. Y es esa experiencia la que queremos seguir experimentando e investigando desde el pequeño grupo de Lakabe y en relación con otros grupos que se planteen las mismas cosas.

Son 28 años de vivencia, ¿cómo es esa experiencia?

Es ciertamente una experiencia muy distinta, en la que hemos tenido que reinventarlo todo, sobre todo lo cotidiano. Aquí son otros ritmos, otro tiempo, el mismo silencio te presenta la vida como un espacio en blanco. Además, aunque pequeño, somos un colectivo muy plural, cada uno es como es, y así tenemos que recogernos y ponernos en común. Todo esto, que lo hace más difícil, también lo enriquece. Las condiciones iniciales fueron muy duras: sin carretera ni luz ni agua ni teléfono. Pero ese arrancar de cero, desde lo más básico, nos permitió un proyecto muy abierto en el que todo está por decidir. Al principio las discusiones podían parecer muy primarias, por ejemplo qué comíamos y que no comíamos, pero en ellas ya subyacían problemas de fondo, como el del mercado local o global.

Sabiendo que no existe la alternativa perfecta, que nunca nos libramos plenamente de nuestras contradicciones y que siempre cometemos errores, Lakabe ha sido y es una experiencia que nos abre a la vida, obligándonos a tomar decisiones con las que tenemos que vivir felices aun cuando sean equivocadas. El pensar que somos lo que pensamos ser, algo muy ligado a la fría cultura occidental, es una fuente de sufrimientos. Es la vida a la que debemos escuchar y de la que tenemos que aprender. La vida es dinámica y nuestras estructuras y nosotros mismos también debemos serlo. Los cambios estructurales tiene que tener en su base los cambios en las personas. Cualquier otra cosa queda dentro de las relaciones de poder, entre nosotros y respecto a la naturaleza, y para romper esas relaciones nuestro proyecto tiene que dar voz a todas las personas. Voz y cabida, cancha para realizarse.

Supone eso una óptica bastante distinta a aquella en que desarrollamos nuestra actuación social. ¿Cómo ves esa actuación?

La oposición al Poder se identifica excesivamente con acciones contra lo que no queremos, pero acaba siendo muy cerrada y empobrecida. Tenemos que trabajar más sobre lo que queremos, yo sobre lo que yo quiero, y para eso no necesito el permiso de nadie, puedo hacerlo al margen o por encima del Poder. Ese carácter afirmativo tiene más capacidad de impulso y de expansión. Cierto que a ese querer se le oponen siempre barreras que para nosotros se convierten en motivos de confrontación, pero la sustancia no está en la confrontación sino en el lo que quiero. Trabajar desde el sí, desde lo que quiero, desde lo que estoy haciendo abarca a la totalidad de la persona, es más rico y también más contagioso. Además esto permitiría romper la política como pelea para trasladarla a la necesidad de acuerdos que permitan que se desarrollen las distintas formas de vivir. Esta necesidad de acuerdos es uno de los aprendizajes a los que te obliga la vida, no sólo el vivir en comunidad.

En lo teórico, en la confrontación de ideas, el pensar diferente aparece como pensar a la contra e impidiendo el desarrollo del que piensa diferente. En la práctica esas diferencias no se contraponen o se contraponen menos, siendo más capaces de plantearse en común en el día a día. Llegar a acuerdos que no recogen el 100% de mi pensamiento no es grave, ni me recorta, ni me resta coherencia, sino, al contrario, me refuerza y me aporta. Es algo a lo que nos obliga el día a día, la vida, mientras que es muy difícil si predomina el discurso y los macroproyectos de futuro. Y es cosa muy sana, un ejercicio de humildad ligado al compartir y al apoyo mutuo. A la gente socialmente actuante la veo todavía muy aferrada al discurso, a las fidelidades y a las coherencias y a todos los defectos que conlleva y de los que te salva el predominio de la vida frente al pensamiento. Las sociedades cambian y nosotros debemos cambiar, pero el predominio del pensamiento y de las ideas acentúa nuestras resistencias a los cambios, acrecienta nuestros miedos.

Hablabas de la “fría cultura occidental”, ¿qué relación existe entre pensamiento y vida?

Los razonamientos externos que se quedan en lo discursivo son poco útiles. El pensamiento real, el que nos define y nos marca, es la síntesis de lo vivido. Vives y en un momento dado eres capaz de plasmar lo vivido en palabras, sea para transmitirlo a otras personas o para plasmarlo en un libro; o al leer lo que ha escrito otro sientes esa identificación profunda. El pensamiento es como una condensación de la intuición que ha venido guiando tu vida o viviendo en ti y que, en un momento dado, se explicita y se expresa. Es curiosa la forma tan diferente de funcionar del mundo rural al urbano, en el que esa escisión entre vida y pensamiento se ha producido. Creo que se debe a que la contemplación de la naturaleza, y la recogida de todas las señales que de ella emanan, es componente esencial del pensamiento. En el mundo rural si un árbol se muere, se corta, y si un animal se rompe una pata y está condenado, se le sacrifica para aprovecharlo, y es algo que se hace con naturalidad. Es el mismo vivir el que te va dando una aceptación del ciclo de la vida y de la muerte, en la que se encuadra la forma de verse a una misma y de ver el mundo. Algo muy sano que debe estar presente en cualquier pensamiento posterior.
Fuente: Libre Pensamiento nº 60

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