Escribo estas breves líneas de forma incondicional, personal y fuera de vinculaciones políticas en apoyo de Javier López, detenido el pasado viernes en Navarra por su supuesta vinculación con amenazas al entorno proetarra.
Ha sido detenido en el marco de una operación policial con un nombre en sí mismo esclarecedor, “quimera” - que según la RAE, es Aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo - lanzada por Rubalcaba y este gobierno necesitado de dar aire al entorno abertzale para la preparación de una nueva negociación con la banda terrorista ETA. Javier, en todos los años que le conozco, es una persona ejemplar, tanto a nivel personal como militante y más en un terreno duro y hostil como es Navarra, donde son muy pocos los valientes que se atreven a levantar una voz en favor de España frente al separatismo y la complicidad y cobardía de los partidos del sistema.
Esta es una nueva operación del actual régimen de la corrupción institucionalizada que, disfrazado bajo el paraguas de “su democracia” y de “su libertad de expresión”, pretende desmantelar cualquier oposición incómoda a un más que previsible nuevo acercamiento entre los etarras y el gobierno.
Javier ha sido detenido ni más ni menos porque el jueves en el Parlamento Navarro los parlamentarios de Nafarroa Bai armaron bastante revuelo con que hubiera pintadas y desperfectos en herriko tabernas. Javier lleva años plantando cara activamente a ese entorno, haciéndolo a nivel político y llevando un mensaje nacional allí donde hace falta. Una vez más se produce la doble moral de una libertad de expresión desigual, típica de este régimen: si los que se manifiestan en Pamplona lo hacen con banderas de España y califican a Otegui como se merece, son multados enérgicamente por la derecha de Miguel Sanz, si los batasunos queman cajeros y mobiliario a plena luz del día, no se producen detenciones ni se imponen sanciones.
El pensamiento y la expresión están dirigidos en una sola línea, y el que osa salirse de ese cuadro de lo políticamente correcto y sugiere o expresa a través de libros o artículos una realidad histórica diferente a la impuesta, entonces será condenado no haber hecho un buen uso de su libertad de expresión.
Ya desde medios pro-etarras se establece que hay una vinculación entre un “grupo terrorista” y el Frente Nacional. Que nadie sea tan ingenuo de no darse cuenta de que para este sistema político es fácil meter a miles de españoles en un montaje pues somos muchos los que tenemos libros prohibidos y banderas proscritas. Así, esa daga con empuñadura de marfil que nos trajeron de Marruecos, o esa espada de recuerdo de Toledo (y que en nuestras manos se convierten en peligrosas armas), son susceptibles de aparecer en cualquier telediario junto a una bandera con el Águila de San Juan, dos libros sobre la División Azul y un cartel con el yugo y las flechas. Ya tenemos a un terrorista de ultraderecha. ¡Que horror!
No ha faltado tiempo para que algunos hayan adoptado una vez más la táctica del avestruz metiendo la cabeza bajo tierra y calificando de una forma repugnante a este grupo de personas que hoy son inocentes y que mañana serán juzgadas por este régimen corrupto, olvidando que pasado mañana pueden ser ellos quienes se vean en esta misma situación.
Por todo ello yo personalmente no quiero renegar de Javier. Ha defendido a España, ha mantenido con valentía y tesón una postura honorable en un entorno hostil y mientras “los ciudadanos ejemplares” soportan con cobarde resignación la chulería de las bandas separatistas él les ha plantado cara. En un entorno tan egoísta y cobarde como el de la actual Navarra, la figura de Javier se acrecienta como la de aquel comisario de una vieja película que, abandonado por todos, se enfrentaba en solitario a los malhechores. Al final, los cobardes salían prestos de sus escondites a felicitarle. En España y en Navarra, queda ya tan poca dignidad, que ni tan siquiera un puñado de hombres buenos tendrá una palabra de aliento para el héroe abandonado.
Si él es el terrorista, yo me sumo a serlo, antes que aparecer como un espectador acobardado de la defunción de mi Patria.
Fernando Cantalapiedra
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