martes, 22 de octubre de 2013

"NECESITAMOS CONOCER LA VERDAD DE TODAS LAS PERSONAS QUE HAN SUFRIDO LA VIOLENCIA"

"El trauma por la desaparición de Joxi era tal que prácticamente dejé de hablar y sonreír por la falta de ilusión». Pilar Zabala Artano confiesa a este periódico los años de sufrimiento de su familia. Una familia rota por el dolor de la muerte de un hermano secuestrado y asesinado por los GAL. Un relato casi cronológico del caso Lasa y Zabala. Treinta años después, reconoce que, afortunadamente, nunca ha sentido odio y «aquí debo destacar la ejemplar educación impartida por mis padres, y sobre todo, el amor incondicional que nos han sabido trasmitir, sin el cual creo que hubiera sido imposible crecer y evolucionar como personas de bien, que es de lo que más orgullosa estoy».
Pili recuerda que en 1981, dos años antes de la desaparición, su hermano tuvo que huir con otros compañeros por el atraco fallido en una sucursal de Caja Laboral de Tolosa. Ese mismo día, dos policías nacionales fueron a su casa y dijeron que le buscaban por ello. «Mi madre al oír aquello se echó a llorar y en nuestra casa entró una sensación de miedo e inseguridad porque comenzaba una vida clandestina en la que el mensaje que se nos repetía era no comentéis y no contéis nada a nadie», recuerda Pili.
Pasaron dos meses sin noticias de su hermano. En el transcurso de ese tiempo, en enero de 1982, una noche la Guardia Civil entró en su casa, y tal y como cuenta Pili, «apuntándonos con las metralletas nos despertaron como en una auténtica pesadilla, nos sacaron de la cama y nos juntaron a todos los que estábamos: mi madre de 51 años, mis hermanas mayores de 18 y 17 años, mi hermano el pequeño de 10 y yo de 13 en una habitación. Aquella noche mi hermano el mayor estaba en Canarias haciendo la mili y mi padre estaba de viaje». Comenzaron a interrogarles acerca de su hermano Joxi, a preguntarles si tenían contacto con él. «Estábamos aterrados abrazados a mi madre. Oíamos que en la habitación de al lado otros individuos abrían armarios y tiraban cosas al suelo. Al final del interrogatorio querían llevarse arrestadas a mis hermanas, pero la serenidad y el atrevimiento de mi madre o no sé qué, les impidió hacerlo», relata emocionada.
Refugiados políticos
Un día recibieron una carta de su hermano en la que decía que estaba bien y que podían reunirse con él en Hendaya porque había conseguido los papeles que le concedían el estatuto de refugiado político vasco. Comenzó así en la vida de la familia Zabala-Artano una nueva experiencia en la que se limitaban a verse con él y su nueva familia de refugiados políticos los fines de semana. En su vida diaria cada uno seguía con sus estudios, su padre con su trabajo de camionero y su madre en casa.
Durante un año y medio se sucedieron las visitas de fin de semana con relativa tranquilidad, pero en verano de 1983 comenzaron las sospechas y el miedo por la presencia cada vez más frecuente de policías de paisano que vigilaban a los refugiados vascos. Pili empezó a sentir cada vez más miedo y en su casa se repetía el mensaje de no hablar con nadie, no contar nada de la vida de Joxi en Iparralde. Así hasta octubre de 1983. El día 18 llegaron a su casa unos representantes del comité de refugiados políticos vascos para decirles que tenían malas noticias pues Joxi y Joxean llevaban tres noches sin ir a casa a dormir. Debían ir inmediatamente al abogado.
-¿Cómo se sintieron?
-Muy mal. Entonces comenzó la época de mayor maltrato de nuestra vida. Un calvario.
Junto al «dolor, inseguridad, impotencia, desorientación, desesperación» veían que los políticos del PSOE-PSE-EE del momento, «para nosotros claros responsables de aquella barbaridad e injusticia humana», afirma, «no hacían nada» por investigar la desapariciones de esas dos personas. «El Gobierno, que debe velar y proteger a sus ciudadanos, y eso mismo dice la Declaración de Derechos Humanos, lo que estaba impulsando era una crispación y enfrentamiento entre los mismos», señala.
Además, recuerda que comenzaron a suceder un día sí y otro también atentados, secuestros y asesinatos contra refugiados. Y relata con dolor que veía «cómo el trato contigo no era el mismo que el trato recibido con otro tipo de personas que también sufría por otras violencias». Y eso, asevera, en una democracia donde el Estado de Derecho debe proteger a todos sus ciudadanos por igual, era «todo una mentira». Dice que el grado de desorientación, de indefensión suprema, de ausencia de ayuda para poder sobrellevar semejante trauma emocional era tal que, en su caso, dejó prácticamente de hablar y de sonreír por la falta de ilusión. Reconoce que «era como vivir la vida sin poderla sentir. No tenías fuerzas ni para luchar contra aquello que te estaba atacando, que era nada menos que el Estado español con toda su maquinaria de destrucción».
Los primeros momentos tras la desaparición fueron muy duros, sostiene Pili, sobre todo por la búsqueda de tantas y tantas personas que, voluntariamente y dirigidas por familiares y amigos, «demostraron su solidaridad, apoyo y acompañamiento a nuestro dolor». Se producían manifestaciones de protesta contra el PSOE, que para ella era «sinónimo de los GAL, es decir, Felipe González, entonces presidente del Gobierno. Era el máximo responsable de toda esta barbarie. Y lo peor era que no podíamos hacer nada por la falta de pruebas».
La familia Zabala vivió los siguientes años sacando fuerzas no sabe de dónde. Cree que la memoria de su hermano era lo que alimentaba sus vidas y les permitía seguir. Destaca que a ella lo único que le interesaba era poder estudiar. «Tenía claro que debía utilizar el conocimiento que adquiriera para luchar por una sociedad mejor, más justa, con igualdad de oportunidades para todos».
Gracias al trabajo de profesionales de diferentes especialidades (médicos forenses, abogados, policías judiciales, fiscales, procuradores...) y, sobre todo, de la perseverancia de la familia que nunca desestimó la posibilidad de que aparecieran los cuerpos, tuvieron la fortuna de poder recuperar sus restos óseos «injustamente torturados, maltratados y asesinados», insiste.
Para la hermana de Joxi este caso originó un impacto nacional «cuya repercusión internacional se intentó ocultar por el escándalo moral de unos políticos del PSOE-PSE-EE, concretamente, Julen Elgorriaga, Rafael Vera y guardias civiles de Intxaurrondo, entre ellos, Rodríguez Galindo». Mientras, el resto de altos cargos políticos quedaban libres de cargos, «pero ya nunca más libres de sospecha», sostiene. Señala que su familia se ha tenido que conformar con que los máximos responsables de los GAL no juzgados deban sobrellevar «la vergüenza de la denuncia sobre sus hombros». «Tengo sus caras de rencor en mi memoria y hago lo posible por intentar que eso quede reflejado en los relatos que se quieran transmitir. Es importante reconocer la verdad oculta para que no se repita».
-¿Es necesario reconocer el daño causado para seguir adelante?
-Sin duda. No podemos avanzar en el camino de la paz si no vemos ni reconocemos el mal causado por las partes implicadas. Todo ello requiere de una madurez como sociedad y una sabiduría ejemplar que puede ser la clave del éxito para poder vivir un presente en paz, tranquilidad y sentar las bases de una futura convivencia, desde el respeto a todas las ideas y con una justicia igual para todos.
Pili quiere que con sus palabras quede claro que «los eslabones de la cadena del mal son muchos. Se debería estudiar en profundidad y con rigor científico lo que hemos padecido la sociedad vasca y española, porque de nada sirve ocultar esa verdad. Es necesario saber y conocer las verdades de todas las personas afectadas por esta espiral de violencia».
Respecto a la situación del general Galindo, responsable del secuestro y asesinato de su hermano y de Lasa, solo puede decir que se deben revisar las leyes, «pues es un agravio comparativo que un condenado a 75 años de prisión por unos delitos de extrema gravedad esté tranquilamente en su casa mientras a otros presos con delitos menores se les aplique la doctrina Parot».
«Haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti». Pili quiere concluir con esta frase que un rabino promulgaba a sus alumnos, porque cree que «desde ese camino podríamos avanzar siendo mejores seres humanos y creando una sociedad con unos valores más firmes y justos para el beneficio de los ciudadanía».
Elisa López, en El Diario Vasco

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