La globalización como etapa nueva de la humanidad y de la propia Tierra, no solamente ha puesto en contacto a las personas y a los pueblos entre sí, sino que también ha propagado por todo el mundo sus virus y bacterias, sus plantas y frutas, sus artes culinarias y modas, sus visiones del mundo y las religiones, inclusive sus valores y antivalores. Es propio de la naturaleza humana y de la historia, no como defecto sino como marca evolutiva, que seamos sapientes y dementes y, por eso, surgimos como seres contradictorios.
De ahí que, junto a las dimensiones luminosas, que muestran el lado mejor del ser humano y por las cuales nos enriquecemos mutuamente, aparecen también las dimensiones sombrías, tradiciones seculares que castigan a sectores enormes de la población. Por esto, debemos ser críticos unos con otros, para identificar prácticas inhumanas que ya no son tolerables.
Nosotros los occidentales, por ejemplo, somos individualistas y dualistas, tan centrados en nuestra identidad que tenemos grandes dificultades para aceptar a los diferentes a nosotros. Tendemos a tratar a los diferentes como inferiores. Esto proporciona base ideológica a nuestro espíritu colonialista e imperialista, para imponer a todo el mundo nuestros valores y visión de mundo.
Semejantes limitaciones las encontramos en todas las culturas. Pero hay limitaciones y limitaciones. Algunas de ellas violan todos los parámetros de la decencia, y basta el simple sentido común para hacerlas inaceptables. Parecen más violaciones y crímenes que tradiciones culturales, por más ancestrales que se presenten. Y no sirve que antropólogos y sociólogos de la cultura salgan a defenderlas en nombre del respeto a las diferencias. Lo que es cruel es cruel en cualquier cultura y en cualquier parte del mundo. La crueldad, por inhumana, no tiene derecho a existir.
Me refiero específicamente a la mutilación genital femenina. Es practicada secularmente en 28 países de África, en Oriente Medio, en el Sudeste de Asia y en varios países europeos donde hay inmigración proveniente de esas zonas. Se calcula que existen en el mundo actualmente entre 115 y 130 millones de mujeres mutiladas genitalmente. Otros tres millones, incluyendo quinientas mil en Europa, todavía son sometidas anualmente a tales horrores.
¿De qué se trata? Se trata de la remoción del clítoris y de los dos labios vaginales y en algunos sitios hasta de la sutura de los labios vulvares en niñas con edades comprendidas entre los 4 y los 14 años. Esto se hace sin ninguna preocupación higiénica con tijeras, cuchillos, navajas, agujas y hasta con trozos afilados de vidrio. Son inimaginables los gritos de dolor y de horror, los choques emocionales y sufrimientos indecibles, y las hemorragias y las infecciones que pueden ocasionar la muerte, como puede comprobarse en algunos youtubes de internet que no aconsejo a nadie ver.
En Europa tales prácticas están prohibidas. Las madres llevan entonces a sus hijas a sus países de origen con el pretexto de conocer a sus parientes. Y allí les espera este horror, que más que una práctica cultural es una agresión y grave violación de derechos humanos. Por detrás funciona el más primitivo machismo que busca impedir que la mujer tenga acceso al placer sexual transformándola en objeto para el placer exclusivo del hombre. No sin razón la Organización Mundial de la Salud denunció tal práctica como tortura inaceptable.
Veo dos razones que descalifican ciertas tradiciones culturales y nos llevan a combatirlas. La primera es el sufrimiento del otro. Donde la diferencia cultural implica deshumanización y mutilación del otro, ahí encuentra su límite y debe ser cohibida. Ninguna persona tiene derecho a imponer sufrimiento injustificado a otra. La segunda razón es la Carta de los Derechos Humanos de la ONU de 1948 suscrita por todos los Estados. Todas las tradiciones culturales deben confrontarse con sus preceptos. Las prácticas que conllevan violación de la dignidad humana deben ser prohibidas y castigadas. La ley suprema es tratar humanamente a los seres humanos. En la mutilación genital nos encontramos con una convención social inhumana y nefasta. Por eso se entiende que se haya instaurado el día 6 de febrero como Día Internacional de Tolerancia Cero a la Mutilación Genital Femenina.
Cada día del año y en particular cada 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, debemos solidarizarnos con estas niñas, víctimas de una tradición cultural feroz y enemiga de la vida y del placer.
Leonardo Boff en Koinonía
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