jueves, 3 de marzo de 2011

DE CUANDO LAS CAJAS DABAN CRÉDITO

Ahora que el sistema financiero anda en crisis, que los “mercados” gobiernan más que los ministros, los bancos no prestan ni los buenos días y las cajas de ahorro sobreviven, de momento, con el agua al cuello, ahora, más que nunca, es momento de recordar que hubo un tiempo hace cien años que casi en cada pueblo de la Merindad había una entidad financiera propia que trabajaba por crear riqueza en la distancia corta y que con los dineros de muchos pocos hicieron grandes empresas todavía sin parangón. Esta es la historia de la Caja Rural de Olite/Erriberri y de las cinco cooperativas que creó para dar empleo y una prosperidad que hoy se extraña.

La constitución de la caja olitense no se entiende sin la llegada al pueblo en 1903 del nuevo cura de la entonces parroquia de Santa María. El sacerdote y sociólogo Victoriano Flamarique Biurrun (Beire, 1872-Tarazona, 1946) aterrizó en Olite y puso patas arriba la localidad. Fiel seguidor de la teoría social de la Iglesia que también predicaba en Navarra Antonio Yoldi, el nuevo párroco vio en seguida la oportunidad de trabajar con la base del campesinado carlista que malvivía del préstamo abusivo que, generalmente, salía de la bolsa de un corralicero liberal-conservador.

Al año de atarse los botones de la sotana de Santa María, Flamarique ya tramaba la creación de una nueva Caja Rural que se iba a convertir en “terror de los usureros” al hacer, en sus propias palabras, “productivos los pequeños ahorros” de unos agricultores que hasta ese momento tenían que acudir al capitalista local para que, a costa de elevados intereses, les financiara una pobre subsidencia.

El cura y los primeros impositores que se suman a la iniciativa utilizarán “las ventajas del crédito” para comprar abonos en mejores condiciones, aprenderán a vender el trigo que mancomunan “en la época que más convenga”, suprimirán intermediarios “que se quedan con la mitad de la ganancia” y hasta se lanzarán a constituir una nueva cooperativa harinera y otra fábrica de fuerza eléctrica que “suministra luz propia por la mitad de precio”, según escribe el mismo Flamarique en uno de los muchos discursos con los que se prodiga en conferencias de todo tipo a las que acude para divulgar la obra social que impulsa.
La economía local, entendida como un coto cerrado en el que hasta entonces solo metían la cuchara cuatro, comienza a resquebrajarse. Los beneficios de la nueva Caja, que en seis años pasa de 24 a 350 socios, también se van a invertir en rentabilizar el fruto de la vid en beneficio de las clases humildes. Según deja escrito, el cura sueña con “ayudar al pueblo a la elaboración más ventajosa de su vino” y librar a los viticultores humildes de “la necesidad de vender la uva en el tiempo de recolección, por carecer de cubas y lagares, a precios que pueden ser ruinosos”. Para ello, y para zafarse de los empresarios particulares que aprovechaban estas carencia, se crea en 1911, hace precisamente ahora cien años, la primera bodega cooperativa de Navarra.

El Olite de la época, con apenas 3.000 almas, sorprende a propios y extraños por su rápida pujanza. La Caja y las cinco cooperativas que financia dan al pueblo prosperidad y autosuficiencia. En la prensa regional entrevistan a un labriego que declara orgulloso que en Olite “cuatro cosas son nuestras: la Caja Rural, el pan, el vino, la carne y la luz eléctrica”.

La columna vertebral del proyecto sigue siendo financiera. Se trata de implicar a todo el pueblo. La Caja prefiere pequeños socios a depender de grandes capitalistas. “Más valen 20 imposiciones de peseta que una sola de 20”, predica el cura a sus acólitos. El éxito de la “Sección de Ahorro” de la entidad es notorio desde el principio. El primer año que se abren las cartillas, en 1904, ingresaron por la ventanilla 28.000 pesetas. Quince años después, el capital suma 800.000.

Los préstamos de la Caja de Olite resolvieron gravísimos problemas de crédito que tenían los agricultores modestos. Los intereses eran módicos, se concedían de forma sencilla, sin muchos trámites ni escrituras complejas o viajes a Pamplona. El plazo de pago se adaptaba a las posibilidades del suscriptor, que eran más desahogadas cuando vendía la cosecha.

La Caja atenúo los efectos perniciosos de la usura que practicaban los capitalistas del pueblo, gente que hizo del cura Flamarique diana de unas difamaciones que llegaron a las páginas de la prensa conservadora y liberal. El tesón de los de la Caja no se agotaba y a partir de 1905 los de Olite se unieron con los de Larraga para adquirir juntos 28 vagones de abono que compraron “25 céntimos más barato que el adquirido por la Diputación”. Al año siguiente, los promotores consiguieron 101 vagones y que al negocio se sumaran un total de 15 cajas navarras. En 1908 eran ya 534 los vagones de fosfato y 40 las cajas asociadas a la de Olite.

En una de sus conferencias sobre el modelo cooperativo y financiero de Olite, Flamarique dejó escrito que la labor fraguada en la ciudad no eran solo económica, sino que su objetivo último era de justicia social: “No se ha fundado sólo para lograr ganancias como una empresa industrial, sino para procurar el bien integral de la clase labradora”. Empero, al final, la obra del cura acabó mal. Desapareció cuando llegaron tiempos de inseguridad económica, peligros de impagos y, en general, pérdida de confianza de los impositores más acaudalados. Cayó como un castillo de naipes que todavía, un siglo después, permanece visible y desparramado.
Luis Miguel Escudero, en Ordago

No hay comentarios: