Las manos de Raji Sourani, palestino de Gaza, hablan tanto como su voz. Transmiten el sufrimiento y la desesperación del pueblo al que pertenece, un colectivo humano de hombres y mujeres que no eligió una tierra determinada para nacer. Sencillamente vinieron al mundo, al igual que sus antepasados, en su propia casa.
Las manos de Raji Sourani expresan también determinación y apoyan con energía sus palabras. Vuelan en el aire para ilustrar su mensaje repleto de datos que encogen el alma. Tocan con firmeza la madera cuando han de corroborar las convicciones, las ideas claras de quien tiene decidido un futuro en lucha por la dignidad.
Las manos palestinas no piden migajas, ni conmiseración, ni caridades para lavar conciencias occidentales. Son manos que cuestionan el mundo, que sacuden el sueño de los ciudadanos que lo tienen todo.
Claman justicia sin dirigirse necesariamente al cielo, preguntan sin cesar. ¿Por qué nos quitan el agua que necesitamos para aplacar nuestra sed? ¿Por qué asesinan a nuestros hijos si no tenemos otro futuro? ¿Por qué nos roban y nos desalojan de nuestra casa y nuestro huerto? ¿Por qué nos niegan los derechos básicos propios del género humano que las naciones civilizadas dicen querer defender?
El pueblo palestino no esclavizó a los africanos, ni conquistó a sangre y fuego a los americanos, tampoco masacró a los judíos europeos, ni expolió las riquezas asiáticas. Otros fueron los verdugos. Éstos se jactan de sus hazañas y las incluyen en las lecciones de historia, obviando y despreciando el dolor y la razón de las víctimas. Un mal día quisieron enmendar, reparar en parte su culpa en el holocausto judío, creando artificialmente un nuevo estado en una tierra que ya tenía dueño. Pero eso sí... lo hicieron a costa de otros. A costa de los palestinos, que no habían tenido ni arte ni parte en los desmanes de los amos del mundo. El sionismo convirtió así a las víctimas en victimarios y las manos palestinas encallecidas por el rudo trabajo de los campesinos, las manos esperanzadas y alegres de niños y jóvenes, las manos de las mujeres adornadas con henna, elegantes y sutilmente sensuales, han tenido que enjuagar desde entonces demasiadas lágrimas. Ahora empuñan armas porque no han perdido el derecho legítimo a defenderse, y porque no se les ha dejado otra alternativa. Las manos palestinas no han perdido sin embargo su capacidad de expresar ternura, amistad y solidaridad. De hecho, saben entrelazarse con las nuestras, manos vascas, que saben compartir riquezas y vivencias sabiendo que muchas veces las voces blancas de los que desorganizan el mundo hacen a nuestros pueblos responsables e incluso culpables de crímenes que nos horrorizan. Basta recordar a aquella pareja mixta. El, árabe; y ella, vasca. Había ocurrido un grave atentado y sentados ante el televisor ella le comentó a su compañero: "O habéis sido vosotros o hemos sido nosotros".
Bingen Amadoz
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