En la recta final del verano, prácticamente todo UPN imploró a Yolanda Barcina que definiera cuanto antes si quería ser candidata a la reelección o no. La mayoría de estos mensajes no eran tanto una apelación a que dijera sí, sino una súplica para que aclarara la situación con urgencia. Y ello venía a evidenciar que el partido, tras la debacle de la gestión de esta legislatura y sobre todo el escándalo de Caja Navarra, no sabe muy bien si Barcina es la solución o es el problema. Lo que sabe básicamente es que es lo que hay, lo único que hay, porque en sus huidas hacia adelante la lideresa no ha dejado alrededor más que ruinas.
El caso es que en Cadreita la presidenta dio el sí y con ello parecía pasarse a otra fase. Pues no. Solo ha hecho falta mes y medio para que se reabra la discusión. Y resulta muy lógico si se tiene en cuenta que Barcina no ha sido elegida ni en primarias, ni por los órganos internos del partido, ni siquiera a dedo por algún sumo sacerdote de UPN. La suya ha sido una autonominación, difícilmente homologable democráticamente aunque los órganos del partido que controla al completo la validen técnicamente. Es el fruto de la situación envenenada que dejó el último Congreso, en marzo de 2013, cuando Barcina ganó por la mínima a Alberto Catalán pero se llevó todo el poder.
La última refriega vuelve a tener como protagonista a Miguel Sanz, el hombre que la encumbró a la presidencia de UPN -entonces sí a dedo- en 2009 y que hoy difícilmente puede estar más arrepentido. El viernes, en el hotel Muga de Beloso de Iruñea, Sanz reunió a un grupo nutrido de referentes importantes del partido para lanzar una corriente interna que prepara un manifiesto, según se anticipa. La filtración ha hecho que algunos de los asistentes se desmarquen (como el exvicepresidente de Barcina Alvaro Miranda), pero aun así el resto de nombres resulta muy significado y ha escocido a la presidenta (Eradio Ezpeleta, Francisco Iribarren, Amelia Salanueva, Juan Ramón Corpas, Begoña Sanzberro...)
Las posiciones de Sanz y su grupo no son nuevas. Lo auténticamente relevante es el momento elegido y la aparente fuerza del grupo. Un envido en toda regla, toda vez que Barcina vuelve a ser cuestionada internamente cuando ni siquiera ha sido proclamada oficialmente candidata por los órganos del partido. No hay duda de que ello sucederá, y por eso los críticos (la etiqueta de «los corellanos» ya no sirve tras el desmarque de Catalán) no lo incluyen en su batería de demandas. Pero obviamente criticar la falta de entendimiento con el PSN o la tibieza en la respuesta al Estado suponen horadar directamente la figura de la líder-presidenta-candidata hace poco todopoderosa y ahora cada vez más débil incluso entre los suyos.
A apenas siete meses de las elecciones, la reapertura del debate sobre la idoneidad de Barcina puede resultar demoledor para los intereses continuistas del régimen. Así que los poderes fácticos no han tardado en poner el grito en el cielo. ``Diario de Navarra'' publicaba ayer un editorial muy crítico con Sanz -quién lo hubiera imaginado hace un par de años- y con pasajes casi apocalípticos: «A siete meses de las urnas, con un Gobierno asediado por una mayoría hostil en el Parlamento y, sobre todo, sin que se conozcan liderazgos alternativos en el seno de UPN, es difícil imaginar una operación más lesiva para el propio regionalismo que el hecho de formalizar así las divergencias internas (...) Ya lo dijo, con una excelente frase, un exdirigente de UPN: `Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros'».
A Barcina le quedaría su opción preferida habitual: pisar el acelerador. Como cuando en 2011 volvió a abrazar a UPN con el PP desautorizando a Sanz o cuando en 2012 echó al PSN del gobierno de coalición suscrito solo un año antes. Pero es aquí donde se topa con un escollo inesperado. Ya hace casi dos meses que Sanz dio por segura la coalición UPN-PP para las autonómicas (reveló que Barcina y Dolores de Cospedal, grandes amigas, ya lo habían encarrilado), pero la cuestión sigue estancada. Y no parece que vaya a desbloquearse en un momento en que el Gobierno de Barcina y el de Rajoy ni siquiera logran encauzar el conflicto del IVA de Volkswagen.
Esta cuestión sigue siendo el gran misterio. Con el paso de los días van perdiendo peso las dos interpretaciones con cierto toque conspiranoico y claramente contradictorias que afloraron al inicio. No parece que sea una mera escenificación para que Barcina resuelva el litigio y aparezca disfrazada de defensora del autogobierno. Y tampoco acaba de cuadrar la hipótesis de que el Gobierno español ha iniciado una política de «tierra quemada» por si el régimen pierde el poder. El caso refleja por ahora que el Estado juega fuerte contra Nafarroa, lo que deja aún más tocada la figura de Barcina y más en entredicho su catastrófica gestión.
Ramón Sola, en GARA
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