No, si la culpa la tenemos nosotros, o sea, los me-dios de comunicación, que desde 1976 venimos comentando la plática que todos los años, a las 21 horas del día 24 de diciembre, dedica el Rey de España a quienes quieren oírle que, la verdad, tampoco son tantos. Él lee lo que le escriben, con el atrezzo de fondo que le colocan, rígido, hierático, como de guiñol. Decir, decir, no dice nada que merezca la pena pero, desde que en el primer año el servilismo mediático se volcó en la exégesis del discursito y a falta de otras noticias de enjundia, la pantomima ha tomado cuerpo de acontecimiento principal y comentario para un par de días en todos los medios de comunicación, incluso en los que no lo incluyen en su programación.
Ya le vale al sucesor del caudillo Franco a título de rey esa alocución paternalista y navideña dirigida a sus súbditos, que no ciudadanos. Ya vale de baboseo y adulación a un personaje cuyo único mérito ha sido el ser hijo de su padre, nieto de su abuelo y descendiente de sus antepasados. Ya vale de que todos los años irrumpa en la intimidad de nuestros hogares y nos obligue a cambiar de canal si es que nos pilla desprevenidos, o a aguantar al pariente que se empeña en escucharle.
Ya le vale a este trilero dinástico que se aferró a la realeza pasando con alevosía por encima de su padre, con ese tradicional alarde de una jefatura del Estado de opereta con fondo navideño en el que habla con total desvergüenza de los problemas que él no tiene ni tendrá.
Ya le vale de saludar a "aquellos a quienes con más dureza está golpeando esta crisis", cuando lo que esos aludidos padecen no es una crisis sino una estafa a la que el real telepredicador ha contribuido con sus complicidades y sus incógnitos negocios.
Ya le vale de manifestar su afecto a los parados, a los desahuciados, a los emigrados; él, que tiene empleados con altos cargos a todos sus parientes y amigos, que por si fuera poco el palacio se manda construir un millonario pabellón de caza; él, cuyo única preocupación vital es recomponerse los huesos estragados por sus propios excesos.
Este individuo, sin pestañear ni ponerse colorado, felicita a las pequeñas empresas, a los emprendedores, a los autónomos, a los inmigrantes, a los funcionarios, a los jubilados a las oenegés y a todos los ciudadanos en general. Así, en desparrame zalamero, que nadie quede fuera del christmas. Navidad para todos. Ya embalado, y para que nadie se llame a engaño ni se achispe con burbujas antes de dejar las cosas claras, la máscara borbónica se quita el gorro de papá noel para poner una vez más las inútiles puertas al campo: la Constitución como reivindicación histórica e inmutable, puesto que de ella dependen sus lentejas, perdón, sus safaris. En la sarta de tópicos que nos dedica cada Navidad, estas vez se le ha ido el sentido de la oportunidad al leernos eso de que "España es una gran nación que vale la pena vivir y querer". Corramos un tupido velo sobre su menosprecio hacia las nacionalidades que reconoce su santa Constitución y que él ignora quién sabe si por maldad o por ignorancia, porque a él le da igual que Euskadi o Cataluña reivindiquen su derecho a decidir; siempre estará su ejército para impedirlo. Hace falta osadía o estupidez, con la que está cayendo, para reclamar el orgullo de pertenecer a una nación, la suya, que está dando ejemplo universal de golfería al más alto nivel, de envilecimiento de los aparatos del Estado, de políticos trileros y corruptos, de competición del pelotazo, de seis millones de parados, todo un montón de mierda apaleada desde el poder que han dejado la "marca España" a la altura del tercermundismo. Y él, claro, pasando por encima del barrizal y deseándonos felices pascuas con fondo de cascabeles, campanillas y zambombas y atrezo de foto enmarcada de los mandamases de las auvetés más rancias, las que no aceptan la sentencia de Estrasburgo. Así, como por fastidiar, o como por posicionarse, que quizá es peor.
Hace falta cara dura para encasquetarnos, justo antes de echarle mano al langostino, eso de que "asumo las exigencias de ejemplaridad y transparencia que hoy reclama la sociedad", cuando cada día nos sobresalta una nueva mangancia de su yerno en connivencia con su propia hija a quien él, si fuera verdad eso de la "ejemplaridad y transparencia", ya debía haber hecho las gestiones oportunas para instar al fiscal para que la imputara. Pero le da igual, él lo suelta, como soltó aquello de que "todos somos iguales ante la ley". En fin, que ya me he sumado al tropel de los comentaristas del discurso navideño. Qué le vamos a hacer, mejor si de una vez por todas se hubiera callado y nos hubiera privado del sermón. Pero no, nos ha vuelto a borbonear.
Pablo Muñoz, en Grupo Noticias
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