martes, 10 de diciembre de 2013

PIRÓMANOS

Se veía venir. Ya desde que se percibió que la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos pudiera anular el atropello jurídico de la doctrina Parot, el Gobierno español y los sectores más duros del partido que lo sustenta sopesaron aterrados la que se les iba a venir encima: la cólera de las asociaciones de víctimas más sectarias. Precisamente, los colectivos más temidos por su incidencia electoral. El ministro de Interior, en su pretensión de calmar a la fiera, se apresuró a aplacarles anunciando que se echaría mano de la ingeniería jurídica para no acatar la decisión del alto tribunal europeo. Una bravuconada más, porque cuando la sentencia fue firme, Fernández Díaz se la envainó y fueron los propios tribunales españoles los que obedecieron, no se les fuera a caer la cara de vergüenza.
La puesta en libertad del centenar de presos de ETA a los que afectaría la sentencia de Estrasburgo, en su mayoría militantes históricos a quienes se atribuyeron gravísimos atentados, iba a suponer al Gobierno español un doble quebradero de cabeza: por una parte, la AVT y sus colectivos de influencia se encresparían y acabarían por culparle de claudicación; por otra, temblaba sólo de pensar en los recibimientos, los ongietorris, dijo el ministro, a esos presos liberados, actos que iban a echar más leña al fuego de la ira de Ángeles Pedraza como agitadora de las víctimas, y qué decir de los tertulianos especialistas en la bronca.
La sentencia del Tribunal de Derechos Humanos ha despertado los más bajos instintos de la intransigencia carpetovetónica. Los presos, esos presos precisamente, iban a salir algún día en libertad años más, años menos, con doctrina Parot o sin ella. En mi opinión, cuando salieran volverían a levantarse las mismas voces airadas porque lo que en realidad pretenden quienes instrumentan la protesta es la cadena perpetua para esos presos ("que se pudran en la cárcel") o, si me apuran, la pena de muerte.
Los presos de ETA, después de haber pasado entre veinte y treinta años en la cárcel, han salido en libertad cumplidos todos los requisitos que marca la ley. Han pagado sus delitos, y los han pagado con creces privados de libertad en los mejores años de su vida. Habrán salido, sin duda, desorientados, aturdidos, afectados en sus percepciones de una realidad muy distinta de la que dejaron al entrar en la cárcel. A estos presos, como a muchos que ya salieron en su día al finalizar sus condenas, les correspondería en la práctica habitual de la izquierda abertzale a la que pertenecieron y pertenecen un recibimiento popular como muestra de afecto a la que se añadía cierto carácter de reafirmación política, de compensación y reconocimiento por su trayectoria "ejemplar". Acompañaba a esos recibimientos una especie de ceremonial (esos ongietorris que inquietan al ministro) con el aurresku, la txalaparta, las flores y los goras! de rigor. Toda una provocación delictiva, según el criterio represivo del Gobierno español.
La sensatez e inteligencia política de los dirigentes de la izquierda abertzale, en este caso, decidió no correr el riesgo y prescindir de esos actos que sin duda contribuían a la cohesión interna y compensaban en parte las penalidades sufridas por el preso y sus familiares. Prudente decisión, a la vista de los propósitos incendiarios del integrismo y en consonancia con los nuevos tiempos de ausencia de violencia.
Sin embargo, la sobriedad de los recibimientos y la prudente contención de familiares, amigos y compañeros de militancia no ha evitado la histérica reacción de unos cuantos pirómanos que están deseando revivir el fuego de la confrontación. Una vez más, el ínclito delegado del Gobierno en la CAV, Carlos Urquijo, encendió la mecha enviando de tapadillo a sus policías a cada recibimiento y clamando histérico al fiscal por el intolerable enaltecimiento del terrorismo reiterado en cada bienvenida. Las ganas de bronca de este individuo van mucho más allá de lo soportable, mucho más allá de las tres líneas redactadas por sus confidentes, que el propio fiscal ha venido a calificar de chapuza. ETA ya no atenta, los amigos de los presos han sabido controlarse y el entusiasmo contenido no ha ido más allá de algún irrintzi, algún aplauso y algunas flores. Pero él, el pirómano, se apresuró a sobresaltar a la opinión pública.
Casi tan zafio y tan torpe, otro pirómano con galones de ministro bravuconeaba asegurando que si en lugar de los ertzainas hubieran estado sus guardias civiles ya se les habría caído el pelo a los que enaltecieron impunemente el terrorismo en esos insolentes ongietorris. Otra mecha encendida, esta vez contra el Gobierno Vasco. Luego se la envainó, pero ahí quedaron la estridencia, la confrontación y el fuego ardiendo, como siempre, en la Euskadi irredenta. Que era lo que interesaba, para que no se hable de otra cosa.
Pablo Muñoz, en Grupo Noticias

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