La muerte a tiros de tres militantes kurdas en el centro de París ha abierto la caja de especulaciones en torno a la autoría del atentado y en cierta medida ha pretendido dejar en un segundo plano el incipiente proceso que se estaría gestando en el norte de Kurdistán y en Turquía.
Los autores del ataque han aprovechado el momento, han elegido con detalle a las víctimas y han dado muestras de una alta profesionalidad. Con los contactos entre el gobierno turco y cualificados militantes del PKK en marcha, la acción de París es una señal lanzada por aquellos, que como en el pasado, pretenden obstaculiza y boicotear cualquier proceso de resolución como el iniciado.
Tampoco es casualidad que una de las víctimas, Sakine Cansiz, representaba un papel muy importante dentro del PKK. Era una de sus fundadoras, se había posicionado de forma favorable a las conversaciones entre Ocalan (del que había sido una estrecha colaboradora) y los representantes turcos, y pertenecía a la importante minoría aleví (con su muerte algunos intentarían potenciar supuestas tensiones entre sunitas y alevís dentro del movimiento kurdo).
Y la capacidad que han mostrado los ejecutores del atentado, actuando con impunidad en el centro de París, en un edifico teóricamente bajo el control y seguimiento de los todopoderosos servicios secretos franceses, abre la puerta también a la posible participación de otros servicios secretos, tanto turcos como de algún país que en el pasado haya tenido buenos lazos con los citados servicios turcos, y que tampoco ven con buenos ojos una solución al conflicto en Kurdistán.
La historia del pasado reciente en Kurdistán está repleta de actuaciones en contra de cualquier proceso de paz. Ya en 1996, un alto el fuego unilateral por parte del PKK fue respondido con la muerte de una decena de civiles kurdos, lo que recientemente se ha sabido que fue el “trabajo” de la poderosa Unidad de Guerra Especial, protagonista también de la muerte de importantes personajes en Turquía. Por ello, tal vez no deba sorprender que la mayoría de las fuentes turcas prefieran apuntar la autoría del atentado de París a supuestas disidencias dentro del PKK, y desviar de esa manera la atención hacia los entresijos, todavía complicados, del estado turco.
La versión de algunos protagonistas turcos parecía que se había anticipado incluso a la propia acción de París. En ese sentido cabría ubicar las declaraciones de Yalçin Akdogan, asesor principal del primer ministro turco, y que señaló “la presencia de grupos del PKK contrarios al proceso que buscarían dañar el mismo”. Al tiempo que algún periodista apuntaba a las “diferentes voces kurdas”, entre las que estarían las de Ocalan y las del “PKK en Europa”.
Tampoco han dejado de lado la posible participación de actores extranjeros que estarían manipulando al PKK, y entre los que las fuentes turcas señalan a Iraq, Siria o Irán. Curiosamente estos cuatro estados también ocupan parte de Kurdistán, y al mismo tiempo que reprimen al pueblo kurdo mantienen otro tipo de enfrentamientos y tensiones con Ankara.
La guinda de esa articulación dialéctica, en clave justificativa, es la representación de un PKK dividido entre diferentes facciones enfrentadas entre sí, en base a supuestas diferencias clánicas o familiares, de origen geográfico e incluso religiosas.
Todas esas teorías siguen aferrándose a lo que algunos ya definen como “viejos paradigmas”. En primer lugar está la creencia de que “Turquía pertenece a los turcos”, obviando los intentos reformadores del AKP que pretende introducir en la constitución una Turquía para “todos sus ciudadanos”. El segundo cliché presenta “la inexistencia del problema kurdo”, reduciéndolo a un mero “problema de terrorismo”. En tercer lugar se da un absoluto menosprecio a la realidad política del movimiento kurdo, presentando al PKK como un mecanismo al servicio de Ocalan, el KCK como “poco fiable” y el BDP como “sin influencia”. Y finalmente, se defiende que el problema es “turco”, negando la realidad regional del Kurdistán.
Sin embargo, junto a esas recetas y teorías caducas, cada vez son más los protagonistas que de manera abierta niegan o no reconocen que a día de hoy “los caminos de Kurdistán pasan por el PKK”, de ahí que aprovechando la actual coyuntura el primer ministro turco, Tayyip Erdogan, se haya decidido a abordar un nuevo proceso negociador.
Y de momento, en esta ocasión todo indica que ha sabido ir moviendo las diferentes fichas del complejo puzzle en la dirección deseada. El pronunciamiento de Erdogan ha ido acompañado por declaraciones de apoyo del principal partido opositor, el CHP (en el 2009 se opuso a un proceso similar), también las del poderoso movimiento Hizmet, dirigido por el influyente intelectual turco Fethullah Gulen, e incluso el apoyo explícito del actual presidente del país, Abdullah Güll. Al mismo tiempo se han producido los pronunciamientos favorables de Ocalan y de otros dirigentes del PKK, así como del partido kurdo BDP, y también se ha sumado otra pieza clave, el de Massoud Barzani, presidente del Gobierno Regional, en el sur de Kurdistán (dentro de las fronteras de Iraq).
De momento parece que el primer ministro turco sigue reuniendo las piezas, y al mismo tiempo es consciente que esta apuesta, a tenor de las encuestas de opinión, no parece encontrar los rechazos del pasado, y también parece contar con el respado de los pilares más importantes del estado (el presidente, el Consejo de Seguridad Nacional, la Agencia de Inteligencia Nacional-MIT,…), sin olvidar que tras los juicios y detenciones contra importantes cargos militares, los sectores más intransigentes de los mismos están muy debilitados (aunque no derrotados, como apuntan algunos señalando tal vez a lo acontecido en París).
Una serie de parámetros han ido cambiando en torno al conflicto del norte de Kurdistán, y esas transformaciones pueden abrir las puertas a un cierto optimismo ante el nuevo proceso. Nadie discute que el principal interlocutor es Ocalan (incluso algunos lo llaman el “proceso Imrali”, la isla donde está preso el líder kurdo), aunque representantes turcos también se han desplazado hasta las montañas Kandil, donde están los principales comandantes del PKK, y tampoco conviene descartar las aportaciones que puedan darse desde el partido kurdo BDP.
Todavía es pronto para definir la situación como “un proceso de negociaciones”, aunque nadie duda que se está en la antesala del mismo, en la “elaboración” de esa etapa. Los próximos cinco o seis meses serán claves para presenciar si la posible hoja de ruta acordada puede implementarse o si por el contrario, como en otras ocasiones los obstáculos y las posturas contrarias al proceso acaban imponiéndose.
Según pasan los días van conociéndose nuevos datos en torno al actual proceso, y los antecedentes se sitúan en las negociaciones que en Oslo mantuvieron representantes kurdos y turcos con la mediación del Reino Unido en 2009-2010, y que acciones militares de ambas partes provocaron una suspensión. Y también ha sido clave en este nuevo impulso la huelga de hambre que en el 2012 han llevado a cabo los prisioneros y prisioneras políticas kurdas (mostrando una vez más el papel activo del citado colectivo en el proceso), la finalización de la misma a petición de Ocalan se interpreta como un signo de buena voluntad y así parece haberlo tomado el propio Erdogan.
Todavía es pronto para desgranar la citada hoja de ruta, pero evidentemente en la misma están temas como la desmovilización de la militancia del PKK, el desarme, la amnistía (aunque no se utilice explícitamente esta palabra), las iniciativas políticas para atender las demandas históricas del pueblo kurdo, e incluso una posible monitorización internacional para asegurar el cumplimiento de lo acordado.
Son muchos los riesgos que sobrevuelan el incipiente proceso, las declaraciones de Erdogan han puesto nerviosos a algunos sectores de los poderes fácticos turcos, que aunque débiles, todavía pueden intentar condicionar el futuro o sabotearlo. Sin olvidar tampoco la posible actuación de actores extranjeros, dispuestos a torpedear los avances para defender sus propios intereses locales y regionales. Como señala una periodista local, el comienzo del proceso renueva la esperanza, sin embargo el proceso recién iniciado “no es una carrera de velocidad de 100 metros. Se trata de un maratón político, que incluye muchos obstáculos y requiere la paciencia y la voluntad de empujar más allá de la barrera del dolor. El premio al final de la misma, sin embargo, bien vale la pena”.
Txente Rekondo, en La Haine
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