El tudelano Juan Carlos Goienetxe me llamó la atención sobre el personaje de Villafranca y me hizo llegar el libro de Fermín Pérez-Nievas Julia Álvarez Resano. Memoria de una socialista navarra (1903-1948), prologado por Víctor Moreno y publicado por Pamiela (2007), con el mismo y excelente gusto editorial de siempre.
Lo primero que hay que decir -y que hay que exigir a todo libro- es que está muy bien escrito. Su autor es periodista de oficio y eso, que me perdonen sus colegas, no es desdichadamente una garantía de buena escritura. En cambio, el estilo de Fermín es fresco, ágil, agudo y hasta juvenil (en el mejor de los sentidos de esta palabra), por lo que la obra se lee con facilidad y, de punta a cabo, resulta muy amena.
El trabajo de Pérez-Nievas completa una auténtica innovación de la historiografía navarra, concretada -sin el ánimo de ser exhaustivo aquí- en publicaciones como las de Emilio Majuelo, tanto sobre las luchas de clases en nuestra tierra y en los años treinta, como su trato biografiado de Ricardo Zabalza o en los escritos más recientes sobre Arturo Campión, los cuales demuestran el fundamento cultural (¡nada menos que Herder!), más allá de los tópicos periodísticos acerca de Sabino Arana, de los primeros pasos del nacionalismo vasco en su versión más erudita e inteligente.
La estupenda y bien documentada monografía de José Miguel Gastón ¡Vivan los comunes!(Txalaparta, 2010), que trata del movimiento comunero y la distribución de la tierra, propiedad de la misma que es causa y efecto de la guerra civil, larvada y gestada entre los años 1896 a 1930, es una viva muestra de esa renovación historiográfica navarra, con un tratamiento exigente de las fuentes, que nos hace comprender mejor nuestra historia y nuestra memoria.
Porque, sin más honduras, si la historia es algo pasado, frío, objetivo, donde el historiador puede tomar distancia al estar muertos todos sus protagonistas, la memoria es algo cálido, emocional, que atañe directamente a nuestro presente. En el prólogo de Víctor Moreno se ve con claridad que, entre los sucesos que contextualizan el ideario de Julia, unos pertenecen a un pasado remoto, a la historia, y otros, como el silencio de los que han mandado y mandan en esta tierra, tienen que ver con quienes no quieren que se conozca todavía esa figura excepcional que reúne su condición de mujer y política, socialista y republicana. El rechazo sectario al uso de su nombre para calles, plazas o instituciones públicas en la Navarra de hoy, habla por sí solo y nos dice con claridad que el asunto de la memoria, las emociones que suscita todavía en nuestro tiempo, está muy lejos de haberse resuelto con franqueza y honradez (independientemente de la filiación política de cada cual).
El texto de Pérez-Nievas, además de los ya citados, entre otros, de Majuelo y Gastón, pone de manifiesto también que sin el estudio de la heterodoxia no se puede comprender cabalmente el pasado. Hoy día, sigue siendo imprescindible la Historia de los heterodoxos de Marcelino Menéndez-Pelayo, para saber los límites de toda nuestra cultura moderna. Para conocer que el dogmatismo católico, el sectarismo religioso excluyó a verdaderos talentos por su racionalismo o por su afán de búsqueda de la verdad sin prejuicios, con nombres de los excluidos que van desde el profundo Miguel Servet al modernísimo José María Blanco White.
Y Julia Álvarez era una navarra heterodoxa. Lo era por ser mujer y, en una época en la que el horizonte femenino se agotaba en el matrimonio y el cuidado de la prole, Julia estudia primero Magisterio y luego Derecho, titulándose en ambas carreras. Una mujer con dos carreras, en los años treinta del pasado siglo, de cierto que no era un espectáculo frecuente. En la actualidad es algo más habitual, pero también habría mucho que hablar sobre la dudosa preparación profesional de quienes han ocupado y ocupan altísimos cargos políticos (como lo ha hecho con tino Xabi Larrañaga en este mismo periódico). Además, Julia se convirtió en una política socialista de primera fila, no solamente a escala local sino también en la actividad general republicana española.
Julia fue la primera gobernadora civil (de Ciudad Real) que hubo en España. ¿Y a qué esperan nuestras delegadas del Gobierno de la Comunidad Foral para homenajear debidamente a una mujer, navarra por más señas, que les precedió tantos años ha en el ejercicio de su cargo? Pues a tener un poco más de cultura, de historia y de memoria, de capacitación intelectual en suma, que la que han exhibido nuestras dos últimas delegadas.
No todo el patrimonio cultural de Julia es aceptable. Casi todo sí, pues como lo explica muy bien Víctor Moreno en el prólogo de este ejemplar de Pérez-Nievas, compartió la aceptación y papanatismo general sobre la URSS que imperaba en toda la izquierda española. Bueno, en toda no, ya que el teórico sindicalista Ángel Pestaña tiene escritas unas reflexiones sobre Rusia, sociedad y régimen que conoció directamente, las cuales denuncian con valentía e inteligencia las inclinaciones dictatoriales del Estado bolchevique. No menos crítico fue también el socialista Fernando de los Ríos y su célebre experiencia que incluye una entrevista con el mismísimo Lenin.
Adoración de Rusia que choca realmente en Julia, pues su jefe de filas Juan Negrín ya había criticado la política de Stalin y se había inclinado -lo que dice mucho de su talento- por la Constitución de Weimar y el papel de la socialdemocracia alemana que conocía a la perfección.
Porque en el silencio sobre la vida y obra de Julia no solamente intervino la derecha navarra que la odió al completo, durante la República y en el franquismo. Su alineación con el presidente Juan Negrín le costó el aislamiento también en el PSOE, junto al genial escritor Max Aub y otros socialistas. No hace mucho, tras medio siglo de condena, el PSOE ha rehabilitado la figura y política de Juan Negrín. Se ha desprendido, aunque tarde, de esa ceguera tan particular e intensa que produce el sectarismo en las filas de la izquierda. Donde, para pasmo de cualquiera, no se ha recobrado todavía la figura del comunista Jesús Monzón Repáraz. Aunque esta es otra historia, sin duda Jesús tiene que acompañar a Julia en su recuperación como dos de los personajes más destacados y brillantes de la izquierda y del republicanismo, pues ambos fueron servidores de la República a ciencia y conciencia.
José Ignacio Lacasta, en Diario de Noticias
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