Sabe que está en un mundo difícil, poco reconocido, pero es su mundo. Lo supo desde que pisó la facultad de Bellas Artes de Bilbao. Actualmente afincada en Cataluña, Myriam Cameros concibe la ilustración como una vía de expresión artística pero también social, desde la que se puede y se debe dar cuenta del tiempo en que vivimos. Como ha hecho ella en La Cenicienta que no quería comer perdices, un libro que comenzó "de forma precaria", pero gustó tanto que fue reeditado por Planeta. Y sigue cautivando.
Imagino que sorprendida gratamente por el éxito de "La Cenicienta..."
Sí, totalmente. Y sobre todo por el trato directo con la gente. Nos estamos moviendo mucho por institutos, asociaciones de mujeres, centros de anorexia... Y la forma en que lo hacemos es muy Cenicienta, no como suelen ser las charlas de concienciación sobre la problemática de género. Nunila cuenta un cuento, yo pinto en directo un cuadro súper grande que se queda en el instituto... Sensibilizamos con un lenguaje diferente.
El cuento comenzó como un proyecto entre amigos, difundido por Internet, y mira adónde ha llegado.
Sí, empezamos de una manera precaria. No conseguíamos apoyo de ninguna editorial y dijimos: bueno, pues hacemos una tirada aunque sea para la gente de casa. Una autoedición pequeñita para la que ni siquiera teníamos dinero, así que mandamos varios mails a amigos y amigas con el cuento completo, y ahí es cuando se reenvió. Pero nosotras no lo buscamos. Luego nos hemos dado cuenta de que sin saberlo estábamos haciendo cultura libre (ríe). Hemos hecho muchas cosas intuitivamente que luego hemos visto que ya estaban catalogadas, como marketing viral... Pero sobre todo me gusta el tema de la cultura libre. El hecho de que por un lado en España se hayan vendido ya cerca de 30.000 ejemplares, y al mismo tiempo en México el pdf que rodó por Internet se ha estado usando en barriadas.
¿Son tiempos difíciles para el arte de la ilustración? ¿Se reconoce lo suficiente?
En este país cuesta mucho. Sobre todo a nivel de derechos de los ilustradores. Por ejemplo, yo hago las ilustraciones de La Cenicienta..., pero no soy autora de este cuento. La autora es la escritora, cuando con la imagen se está contando todo... En ese tema todavía hay que avanzar mucho. Y en cuanto a posibilidades de trabajo, se abren vías, yo creo que más que antes. Así como hace unos años estudiar Bellas Artes era el disgusto de la familia, ahora mismo creo que los artistas tienen caminos donde pueden decir muchas cosas. Hoy toda la cultura entra por los ojos.
¿El hecho de ser mujer se refleja en sus creaciones de alguna manera?, ¿deja una impronta?
No tiene por qué, más que el hecho de ser mujer, influye el cómo soy y cómo veo el mundo. Y lo veo diverso, por eso me gusta que haya un abanico de posibilidades en mis cuentos. Quizá porque vengo del mundo feminista, o de muchos mundos, sí que procuro cosas tan evidentes como introducir en los personajes de la ficción otras razas, no ser sexista, meter siempre a una persona que tenga una minusvalía... Los creadores de imágenes tenemos que abrirnos a otros personajes.
Romper con los estereotipos.
Claro, estamos en una época en que la cultura visual y tecnológica es la predominante, y está bien que la gente que nos dedicamos a esto intentemos influir y cambiar los valores que se han establecido desde hace siglos, y que siguen vigentes con la excusa del entretenimiento infantil. En los cuentos se repite mucho la pauta de los estereotipos y el final. Y eso empobrece el imaginario.
Cada vez se publican más cuentos infantiles que transmiten valores.
Sí, aunque hay una vertiente que no me gusta porque en ella se pierde la imaginación y la frescura, son cuentos que parecen fichas, del tipo: tienes que hacer esto, sería bien que fueras así... Yo apuesto por inculcar valores pero desde una imagen visual arriesgada, no edulcorada, con una narrativa más compleja a la que estamos acostumbrados, donde haya algo más que buenos y malos, donde los buenos tengan también un lado oscuro y los malos un lado bueno. Los niños son más receptivos de lo que pensamos a otras narrativas.
¿De qué sería necesario hablar hoy desde el lenguaje de la ilustración?
(Piensa)... Yo creo que lo más necesario es intentar huir de esa visión que reduce lo ilustrado a fantasía. La imaginación y la fantasía están bien, pero aplicadas a un mundo real. Todos los cuentos que hemos leído desde pequeños nos hablan de un mundo seguro, y no estamos en un mundo seguro. Me gustaría que se hiciera mucha fantasía y que se empleasen en ello muchos recursos, pero para vivir en este mundo.
Paula Echeverría, en Diario de Noticias
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