El presidente depuesto de Honduras, Manuel Zelaya, tenía que hacer algo espectacular si quería recuperar el poder. El tiempo estaba corriendo a favor de los golpistas. El presidente 'de facto', Roberto Micheletti, ha sido rechazado por toda la comunidad internacional, pero nadie ha hecho realmente nada para echarle.
El presidente estadounidense, Barack Obama, se posicionó contra el golpe, pero no ha presionado a Micheletti lo suficiente como para que éste tenga que tirar la toalla. Micheletti intenta llegar hasta las elecciones de noviembre. Confía en que, finalmente, el resultado de esas elecciones sea reconocido por los gobiernos americanos, aunque, de momento, todos han asegurado que no lo harán.
Micheletti no es candidato en esas elecciones, porque su interés y el de los que le nombraron tras el golpe no es estar ellos directamente en la Presidencia; lo que realmente quieren es que Zelaya no vuelva nunca al poder.
Por eso se niegan a proseguir las negociaciones que impulsó el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, por encargo de la Organización de Estados Americanos. Con su regreso a Honduras, Zelaya busca que este tema no se olvide y que quede claro que las elecciones de noviembre no son normales. Ha sido también una buena jugada refugiarse en la Embajada de Brasil, que pretende consolidarse como potencia política y diplomática del continente americano. De esa manera, Lula arrebata a Chávez el protagonismo. Y, además, una posible solución brasileña a la crisis tendría más simpatías en Washington que una solución venezolana.
Jesús Torquemada, analista internacional de EITB
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