Mucho se está debatiendo sobre el derecho de las menores de 16 a18 años a abortar, dentro de las condiciones establecidas en la ley, sin que medie la autorización de los padres (o tutores legales) o alguna forma de intervención de ellos.
Una de las razones que se esgrimen contra la posición defendida por el Gobierno, al menos de momento, es la de la falta de madurez de una joven de 16 años: «Una chica de 16 años no tiene la madurez ni la autonomía suficiente para asumir y llevar en solitario esa decisión: y esto que digo lo piensan muchos ciudadanos que están a favor del aborto, por lo que ese escollo tendríamos que ser capaces de salvarlo». Así se expresa el parlamentario socialista José Antonio Pérez Tapias.
En esta opinión me parece ver que se coloca en un plano de mayor importancia (¿gravedad?) la decisión de la interrupción del embarazo que la de seguir adelante con un embarazo no deseado. Cuando se defiende la intervención paterna o materna en esta cuestión se considera una decisión muy trascendente la interrupción del embarazo, ocultando la trascendencia, seguramente mayor, de continuar con él.
Si recurrimos al significado de esa palabra, “trascendencia”, veremos que nos habla de los efectos o repercusiones del hecho al que se refiere: «Resultado, consecuencia de índole grave o muy importante» (RAE). ¿Qué consecuencias o resultados se esperan en una opción u otra? ¿Sobre quién recaerá cada decisión?
Cabe deducir que quien así defiende la intervención de los padres puede que no haya dejado de pensar, en el fondo, que el aborto es un asunto grave; algo a estudiar con la lupa de la moral, aunque esté a favor de la libertad para llevarlo a cabo. Fondo ideológico-moral que seguramente está muy extendido en nuestra sociedad. Sentimientos y puntos de vista que el que esto escribe respeta, pensando, además, que, sin duda, la decisión como el hecho en sí de abortar es importante, probablemente, para la mayoría de las mujeres.
O puede ser que, sin manifestarse explícitamente, considere que la interrupción voluntaria de un embarazo nada deseado o muy rechazado producirá indefectiblemente un efecto traumático en la joven (que, como toda mujer, se halla impulsada a la maternidad). «El aborto no es una fiesta ni una operación de tetas; es una herida que la agresividad de la Iglesia en su batalla ha convertido en un tabú innombrable, pero una herida al fin y al cabo. Y la compañía de los padres puede contribuir a cerrarla mejor, a digerir sin traumas el aparente abismo entre un embarazo interrumpido y una posible maternidad deseada en el futuro», afirmará Berna González Harbour
O, por fin, puede que se vea influido por una manera de ver cómo son en realidad las jóvenes de hoy: “más niñas, que mujeres; para nada, adultas”.
Es decir, que, para interpretar la reacción mayoritaria social más afecta a la posición de que sea necesario el consentimiento de los padres o alguna forma de intervención de éstos en la decisión de abortar de una joven, hay que preguntarse por cómo son y cómo son vistas las “chicas” entre 16 y 18 años, cómo se desarrolla su personalidad en nuestra sociedad, cómo intervienen en ello la población adulta, y por ende, cómo vive la sociedad la sexualidad de adolescentes y jóvenes. Y también, preguntarse sobre si se sabe la opinión social sobre el derecho de los menores de edad a decidir sobre las intervenciones quirúrgicas que les afecta, y si se valora la interrupción del embarazo como cualquier intervención quirúrgica: ¿de dónde puede venir la alarma, del valor que se le da al feto en cualquier momento del embarazo o de la intervención quirúrgica en sí?
Muchos elementos se superponen y tapan lo principal: la necesidad de proteger jurídicamente los derechos de una mujer joven con suficiente capacidad para decidir si quiere seguir adelante con el embarazo o interrumpirlo en buenas condiciones y apoyada por quien ella considere, frente a las presiones e imposiciones familiares o sociales.
A.Laguna (Página Abierta)
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