martes, 15 de septiembre de 2009

LA EDAD DE LOS MALTRATADORES

Leo en estos primeros días de septiembre dos noticias fechadas en Vitoria y en Donostia que dan cuenta de esa maldición diaria referida al maltrato femenino. Y me estremece un detalle, no sé si más o menos casual: la corta edad de los maltratadores. 21, 25, 26 y 21 años tienen cuatro de los cinco detenidos en Vitoria el pasado día 1 de septiembre, 25 el detenido en la madrugada del día 7 en Donostia. ¿Casualidad? Pudiera ser, pero sospecho que estamos ante una evidencia: el discurso que atribuía la violencia masculina al tradicional machismo rancio y cateto de quienes no habían sabido adaptarse a los tiempos del divorcio, la democracia y la igualdad de la mujer, ya no es suficiente para explicarnos cómo pueden actuar así estos individuos que hace unos pocos años todavía cursaban la ESO.

Sí, estos jóvenes recién detenidos probablemente llevaban gorra, pendientes, pantalones caídos y deportivas anchas. Nada que ver con la imagen del clásico cazurro analfabeto. Hablamos de chavales guays, con auriculares en la oreja, escolarizados hasta los dieciséis años por lo menos, convencidos de que el mundo está rendido a sus pies, habitantes de lonjas, clientes de comida rápida, bebedores de botellón y consumidores de porros que ellos pueden dejar cuando quieran, como explican a sus madres cuando éstas les echan la bronca, pues pocas veces hay un padre a mano. Chicos rápidos a la hora de exigir sus derechos, hábiles discutidores a veces en las clases de ética, educación ético-cívica o educación para la ciudadanía o como quieran llamarse esos momentos educativos en donde se explica, se lee, se reflexiona y se discute sobre la violencia de género, la terrorista, la de bandas, hooligans o neonazis. Y la pregunta es obvia: ¿De qué ha servido, para qué sirven tales ocupaciones didácticas? ¿Está el sistema educativo ayudando a nuestros jóvenes a controlar sus impulsos, a comprender que merece la pena el esfuerzo de intentarlo antes de que llegue el desastre?

Evitaré la tentación de exculpar a la escuela de su responsabilidad aun sabiendo lo poco que podemos hacer los profesores en muchos casos en que la desestructuración familiar o psicológica, la nefasta influencia de los medios de comunicación, el consumismo idiota de marcas, gasto irresponsable, móviles y otras maquinitas, la marginación social, la excesiva permisividad de los mayores y tantas otras frustraciones de la vida cotidiana nos hacen impotentes para que el chaval o la chavala comprenda que lo que ofrecemos en clase puede ayudarle, y mucho, a vivir mejor, a ser más dueño de sus decisiones y de su vida.

Aun a riesgo de tirar piedras contra mi propio tejado, quiero insistir en la enorme responsabilidad docente respecto a la educación ciudadana. Igual que los sanitarios han de hacer todo lo posible por la salud de sus pacientes aun sabiendo que ésta no depende completamente de ellos, creo que a los profesores nos pagan por hacer todo lo posible por transmitir a los alumnos el gusto por las cosas bien hechas, en general, pero muy en primer plano por el valor de la convivencia amable y respetuosa entre mayores, menores e iguales. Y ello no se refiere únicamente al tiempo de clase. Pasillos, comedores, patios, recreos, entradas y salidas del centro son muchas veces escenario principal de todo tipo de conflictos (acoso, peleas, consumos tóxicos de chuches y otras drogas, etcétera) de los que no podemos desentendernos los profesores digan lo que digan los convenios, los sindicatos o la decimonónica idea de la responsabilidad docente que tengan todavía algunos.
Vicente Carrión Arregui, profesor de Filosofía (Diario Vasco)

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