viernes, 18 de septiembre de 2009

UN REINO DESDE EL CIELO

Tras la conquista del Reino de Navarra en el año 1512, el Cardenal Cisneros ordenó la destrucción de la gran mayoría de sus castillos además de torres, recintos amurallados, iglesias fortificadas y palacios.

Cristóbal Villalba, coronel castellano que ejecutó las órdenes del cardenal, escribió lo siguiente:

Navarra está tan baja de fantasía, después de que vuestra señoría reverendísima mandó derrocar los muros, que no hay hombre de este reino que alce la cabeza.

Casi quinientos años más tarde, quisimos hacer nuestro particular homenaje al reino de Navarra visitando las pocas ruinas visibles desde el aire.

Son las 9 de la mañana y tras preparar el aparato nos disponemos a salir del campo de vuelo de Irunberri-Lumbier. Tras levantar el vuelo uno comienza a disfrutar de un paisaje único: a nuestras espaldas, las cumbres pirenaicas que aún guardan la nieve del invierno; a un lado, la Higa de Monreal e Izaga; la Valdorba, bajo nosotros y la peña de Unzué a una distancia cercana. En
unos minutos, tras pasar la autopista, comenzamos a descender para divisar pronto el cerco de
Artajona. Desde el cielo aún es más espectacular. Se distinguen claramente sus torres, la iglesia fortaleza de San Saturnino y el castillo recientemente excavado. Su historia nos dice que en 1084 este enclave fue donado por el obispo de Pamplona Pedro de Roda a los monjes de Saint Sernin de Toulouse, lo que propició la construcción del cerco y de la iglesia fortaleza de San
Saturnino, nombre tomado de la abadía francesa. Posteriormente debió tener reformas durante
el reinado de Carlos II. Retomamos el rumbo y sin detenernos en Olite, aunque el vuelo invita
a ello, nos acercamos a la zona más árida de Navarra para encontramos con el despoblado
de Rada. El castillo, con su torre circular, está situado en un extremo, separado de las viviendas
por un foso. Se distinguen claramente las calles, el aljibe, la plaza además de sus torres, viviendas
y la pequeña iglesia románica. Los arqueólogos explican que las casas cercanas a la iglesia eran
las de la clase social más alta ya que contaban con dos pisos y más espacio. Fue despoblado en
la Edad Media y aún así los pastores solían mantener la iglesia en perfecto estado.

En poco tiempo todo es más intrigante. Llegamos a la Bardena y para disfrutar de su paisaje
bajamos en altura, casi a la par de las cimas erosionadas. El ruido obliga a los buitres a salir
de sus cobijos y nos acompañan en el vuelo, lo que nos obliga a coger nuevamente altura. Las
coordenadas marcadas nos dicen que queda poca distancia para toparnos con un lugar misterioso: eL castillo de Doña Blanca o Peñaflor.
Quién iba a decir que en el lugar donde los guardias vigilaban son ahora los buitres quienes
observan inamovibles nuestros giros alrededor de la pequeña fortaleza. Según la leyenda en
este lugar fue encerrada Doña Blanca por no querer contraer matrimonio con el príncipe de
Aragón. Sus sollozos alertaron a un pastor de Valtierra que todas las noches llevaba alimento a
la princesa. Como recompensa tras su liberación, el vallecito llamado Vedado de Egüaras es
término de Valtierra y no de Arguedas.

Tomamos el camino de regreso y dejamos atrás lugares que guardan esas defensas.
Santacara, Mélida, Murillo del Fruto... Pronto tenemos que ganar en altura porque el siguiente
lugar obliga a ello.

Uxue. Iglesia fortaleza nombrada por los árabes en el siglo X. Fue la atalaya defensiva más al
sur de los dominios de Eneko Aritza y defensa de la entrada al valle de Aibar. Sus casas, que cir-
cundan la fortaleza, nos sugieren que Uxue en una primera etapa sólo ocuparía la extensión de
la iglesia y su fortaleza anexa. Tras la conquista de 1512 el “castillazo” fue derruido dejando sólo
la iglesia con sus torreones. Quien quiera sentir la esencia del pasado debe visitar este lugar. En
el portalón de su iglesia, en ese pequeño espacio o patio de entrada, se recrea esa esencia medieval entre callejas y estrecheces.

Seguimos el viaje y si pensabamos que nada más podría sorprendernos, ascendiendo una
pronunciada loma se nos presenta como arte de magia un impresionante despoblado que está
literalmente colgado de una peña y de ahí recibe el nombre: Peña.

El castillo se sitúa en la proa de este impresionante barco roquero y es ahí donde aún perdura
su torreón. Sabemos por los documentos medievales que necesitaban una grúa para alzar
el agua en tiempos de escasez hasta la torre y desde el aire entendemos el porqué.

Finalizamos el vuelo sobrevolando la localidad de Irunberri-Lumbier y enfilando el aparato
hacia la pista de aterrizaje. Las piedras parecen seguir ahí después de quinientos años. De nosotros depende que continúen otros siglos más como testigos mudos del pasado más glorioso
de Navarra: el viejo reino pirenaico.
Iñaki Sagredo (ELKAR)





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