Jordi Pujol logró formar gobierno en 1980 gracias a san Pancracio. En aquel tiempo, la izquierda era hegemónica en Catalunya: dominaba el debate cultural y artístico, tenía a su favor las plumas más jóvenes y dinámicas del periodismo, contaba con un sindicalismo en fase expansiva, lideraba las asociaciones vecinales, una parte nada desdeñable de la Iglesia católica le daba apoyo moral, los nuevos empleados públicos (maestros, profesores, médicos y enfermeras) eran suyos, gozaba de un indiscutible prestigio entre las profesiones liberales y cautivaba a algunos empresarios. En la prensa aún se hablaba de patronos y obreros. Había fábricas.
Tres meses antes de las primeras elecciones al Parlament de Catalunya, Pujol publicó un artículo en La Vanguardia titulado "Sant Pancràs, doneu-nos salut i feina" (12 de diciembre de 1979), en el que loaba la vieja devoción de la menestralía catalana por san Pancracio. Pujol venía a decir que Convergència Democràtica hundía sus raíces en una tradición basada en el esfuerzo personal que no le pedía al Cielo otra gracia que no fuesen el trabajo y la salud. Aquel artículo fue muy comentado -resumido en 140 caracteres, hoy sería top tweet- y vino a constituir la base teórica de la imprevista victoria de Convergència i Unió en las elecciones del 20 de marzo de 1980. Con la estampa de san Pancracio en el bolsillo, Pujol logró configurar una alianza parlamentaria con Centristes-UCD y ERC -el primer tripartito catalán- que dejó a la izquierda en minoría. La singular fuerza del PSUC, con una candidatura a la italiana encabezada por el historiador Josep Benet, católico independiente vinculado a Montserrat, impidió que los socialistas fuesen el partido más votado. Pujol, lector diario del Corriere della Sera, había tendido puentes en varias direcciones: con Adolfo Suárez, con la ERC de Heribert Barrera y con los eurocomunistas del doctor Antoni Gutiérrez Díaz.
¿Qué pasó en 1980? El historiador Josep Maria Fradera lo explicó muy bien hace unos años en un ensayo titulado La pàtria dels catalans. La izquierda había tenido una década estelar y el advenimiento de la democracia ofrecía mucho espacio a su hiperactiva base social, formada principalmente por trabajadores sindicados y profesionales del sector público. La reapertura de la Generalitat llamó a la puerta de gente más silenciosa y despertó a sectores sociales que también querían su lugar en el nuevo espacio público: pequeños y medianos empresarios, propietarios rurales, payeses, comerciantes y trabajadores autónomos. La tropa de san Pancracio. Según Fradera, la política catalana es una densa y enrevesada competición de grupos sociales -no todos muy alejados entre sí-, en busca de expectativas materiales y simbólicas capaces de ofrecer seguridad, horizonte, relato e interlocución con el Estado. El independentismo es el último producto de esa competición.
CiU ha perdido doce diputados y hasta la fecha sus dirigentes han evitado cualquier debate o reflexión pública al respecto. Han tenido buenas excusas en las últimas semanas: el ministro Wert, la agresividad de la prensa de Madrid, las negociaciones con Esquerra... La primera pregunta es simple: ¿sigue teniendo devoción CiU por san Pancracio o ha vendido definitivamente su alma a la superchería mediática de los spin doctors y demás tecnólogos de la política moderna? La segunda pregunta también es fácil: ¿quién ideó esa horrorosa campaña de Artur Mas en plan Moisés? Y la tercera tampoco es complicada: ¿sienten sus jóvenes dirigentes algún tipo de interés humano e intelectual por la gente de la izquierda?
Visto desde Madrid, la estampa que más me ha llamado la atención del debate de investidura ha sido la animada conversación de Jordi Pujol con el joven diputado de la CUP David Fernàndez, que ayer se estrenó con buena nota. Un cirio a san Pancracio y alguna visita a Comisiones Obreras. Aquella vieja política.
Enric Juliana, en La Vanguardia
Enric Juliana, en La Vanguardia
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