El éxito electoral de Amanecer Dorado en las elecciones de mayo de 2012 -consiguió entrar en el Parlamento- encontró a los dirigentes de la izquierda poco preparados para esa eventualidad. Su análisis no variaba mucho del de los grandes medios: fin del bipartidismo, “voto de castigo”, buen resultado de la izquierda radical. El avance de Amanecer Dorado les inquietaba poco, lo consideraban pasajero y, buscando un discurso tranquilizador, decretaron que “el fascismo es algo extraño al pueblo griego”. Sin embargo sabemos que los griegos han sufrido, no solo la dictadura fascista de Metaxas, sino también el terror policial de la posguerra. Fueron gobernados durante largos años por regímenes cuasi dictatoriales poco preocupados por las libertades individuales y el progreso social. Estas fuerzas se han enraizados sólidamente en la sociedad griega, y la dictadura de los coroneles no fue más que el último episodio conocido en la historia de la represión griega. Bastaría con muy poco para que esas fuerzas resucitaran de nuevo.
La situación actual de Grecia recuerda -guardando las proporciones- las circunstancias que favorecieron el ascenso del fascismo en 1936. Tras haber recogido en los años veinte a un millón y medio de refugiados, el estado tuvo que ocuparse de la inserción de una población griega que vivía desde hacía siglos en Asia Menor y prosperaba allí hasta que el estado turco, irritado por la política expansionista griega, la expulsó de su territorio. Era urgente alojar a los recién llegados que estaban instalados en barriadas de chabolas en los alrededores de los centros urbanos. Fue así como el gobierno recurrió a un préstamo de los acreedores extranjeros. La deuda, cuyo servicio absorbía anualmente entre el 40% y el 50% del producto nacional, era superior a la renta per cápita griega. Como consecuencia de la crisis internacional las exportaciones habían bajado y las remesas de los emigrantes se habían vuelto escasas. El estado fue declarado en quiebra en 1932 y el país entró en un período de inestabilidad política.
El expediente fascista
Tradicionalmente, dos grandes partidos se relevaban en el poder, los populistas (conservadores) y los liberales (progresistas-modernistas), dirigidos por Eleftherios Vénizelos. En las elecciones de enero de 1936 ninguno de ellos obtuvo un mandato claro, y los comunistas con sus quince diputados se convirtieron en los árbitros de la situación. Los populistas y el Palacio tuvieron miedo. Fue entonces cuando el rey designó un gobierno “extraparlamentario” con un hombre políticamente neutral en la presidencia, y Ioannis Metaxas, responsable también de la defensa nacional, fue nombrado vicepresidente. Alto graduado de las guerras balkánicas, formado en la academia militar de Berlin, había asumido el entrenamiento militar del delfín Georges y había trabado amistad con la familia real. El parlamento aprobó la decisión del monarca; solo los comunistas y Georgios Papandreu (abuelo de una dinastía de políticos) se opusieron.
Como consecuencia de la muerte del primer ministro Konstantinos Demertzis, Metaxas se encontró a la cabeza del gobierno. A finales de abril, cuandola protesta popular estaba en auge, pidió al Parlamento interrumpir sus sesiones y concederle plenos poderes hasta la recuperación, para “proteger al país del inminente peligro comunista”. Los parlamentarios le dieron su aval y Metaxas proclamó el 4 de agosto de 1940 la era de la “Tercera Civilización griega”, siendo las otras dos la antigua clásica y Bizancio. En el extranjero explicó que Grecia se había convertido en un estado anticomunista, antiparlamentario y totalitario, opuesto a la plutocracia y que se apoyaba en los campesinos y los obreros. En efecto, concedió ciertos derechos a los trabajadores: salario mínimo, seguro de paro, jornada de trabajo de ocho horas. Se cuidó de no aplicarlas inmediatamente: los beneficios de los patronos se dispararon durante la dictadura.
Una larga tradición de represión
Metaxas hizo de la lucha anticomunista su caballo de batalla, el montaje legislativo existente se lo permitía. Una ley votada en 1929 reprimía tanto los actos como las ideas “subversivas”. Prohibía la huelga y había sido utilizada para disolver las organizaciones obreras y reprimir a los sindicados. Las prisiones no daban abasto, los campos de deportación tampoco. Fue preciso crear otros, en lugares de difícil acceso. La dictadura recurrió a menudo a la deportación, pues como medida administrativa podía ser dictada sin que hubiera intervención de un juez. Por otra parte, como su duración no estaba determinada, permitía el chantaje y la prolongación arbitraria de la detención.
Aun profesando una gran admiración por Hitler y Mussolini, Metaxas rechazó en octubre de 1940 la demanda de los italianos de dejar libre paso a su ejército. Gracias a esa negativa, el dictador pasó a la historia del país como un héroe nacional. El ejército griego resistió durante cinco meses, pero en 1941 los alemanes invadieron el país. El rey y los ministros se refugiaron en El Cairo y formaron el “Gobierno griego en el exilio”. Mientras, los ocupantes instalaron en Atenas un gobierno fantoche. Se sucedieron tres presidentes, y el último de ellos, Ioannis Rallis, rindió servicios inestimables a los alemanes: creó los siniestros “batallones de seguridad”, grupos paramilitares que en colaboración con la Wehrmacht acosaban a los resistentes. Cuando llegó la liberación, solo fueron disueltos parcialmente. Durante la guerra civil se pusieron al servicio de quienes querían hacer de Grecia una muralla contra el comunismo, se ocuparon del reclutamiento y sembraron el terror. Paralelamente, se desarrollaron los instrumentos de opresión psicológica: una ley de 1947 condicionaba el levantamiento de todo documento oficial (pasaporte, permiso de conducir, matrícula en la universidad, concesión de un préstamo) a una “declaración de lealtad”, que afirmaba la ausencia de toda relación tanto del postulante como de los miembros de su familia con una organización comunista.
La disolución definitiva de los batallones tuvo lugar en 1949 pero el estado griego no abandonó a los “batallonistas”, expertos en la represión. Los metió en la policía, la gendarmería y el ejército. Contrariamente a otros países europeos, la administración y el ejército jamás fueron depurados de los elementos fascistas. El pasado criminal de Ioannis Rallis -condenado a cadena perpetua tras la liberación- no impidió a Georges, su hijo, hacer una carrera política y ocupar puestos ministeriales.
Durante largos años, la libertad de expresión y de opinión no existía más que sobre el papel, la prensa estaba amordazada. Las leyes liberticidas no fueron abolidas más que tras la caída de los coroneles en 1975. Grecia podía al fin estudiar su historia contemporánea.
Arqueología de la derecha de la derecha
En los años ochenta aparecían al lado de la derecha clásica, a la que algunos consideraban demasiado consensual, otras formaciones. Samaras animó durante algunos años el partido nacionalista y conservador Primavera Política, pero acabó por volver a Nueva Democracia, que le ofrecía mejores perspectivas de carrera política.
En 2000, Georges Karatzaferis, otro disidente de ese partido, fundó LAOS, acrónimo griego de “Alerta Popular Ortodoxa”. LAOS se presenta como afín al clero y al ejército. Karatzaferis, que había simpatizado con la junta militar, aboga por la amnistía a los coroneles encarcelados. Se vanagloria de no ser ni judío, ni comunista y aún menos homosexual. Las opciones políticas de la formación son coyunturales, participaron en el gobierno de transición de Papademos que se comprometió con las medidas de austeridad. En las últimas elecciones, la clientela electoral de LAOS optó por Amanecer Dorado.
¿Volverá Karatzaferis a Nueva Democracia? En Grecia la frontera entre la derecha clásica y la extrema derecha es muy permeable.
Anna Spillmann http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article27214
Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR
La situación actual de Grecia recuerda -guardando las proporciones- las circunstancias que favorecieron el ascenso del fascismo en 1936. Tras haber recogido en los años veinte a un millón y medio de refugiados, el estado tuvo que ocuparse de la inserción de una población griega que vivía desde hacía siglos en Asia Menor y prosperaba allí hasta que el estado turco, irritado por la política expansionista griega, la expulsó de su territorio. Era urgente alojar a los recién llegados que estaban instalados en barriadas de chabolas en los alrededores de los centros urbanos. Fue así como el gobierno recurrió a un préstamo de los acreedores extranjeros. La deuda, cuyo servicio absorbía anualmente entre el 40% y el 50% del producto nacional, era superior a la renta per cápita griega. Como consecuencia de la crisis internacional las exportaciones habían bajado y las remesas de los emigrantes se habían vuelto escasas. El estado fue declarado en quiebra en 1932 y el país entró en un período de inestabilidad política.
El expediente fascista
Tradicionalmente, dos grandes partidos se relevaban en el poder, los populistas (conservadores) y los liberales (progresistas-modernistas), dirigidos por Eleftherios Vénizelos. En las elecciones de enero de 1936 ninguno de ellos obtuvo un mandato claro, y los comunistas con sus quince diputados se convirtieron en los árbitros de la situación. Los populistas y el Palacio tuvieron miedo. Fue entonces cuando el rey designó un gobierno “extraparlamentario” con un hombre políticamente neutral en la presidencia, y Ioannis Metaxas, responsable también de la defensa nacional, fue nombrado vicepresidente. Alto graduado de las guerras balkánicas, formado en la academia militar de Berlin, había asumido el entrenamiento militar del delfín Georges y había trabado amistad con la familia real. El parlamento aprobó la decisión del monarca; solo los comunistas y Georgios Papandreu (abuelo de una dinastía de políticos) se opusieron.
Como consecuencia de la muerte del primer ministro Konstantinos Demertzis, Metaxas se encontró a la cabeza del gobierno. A finales de abril, cuandola protesta popular estaba en auge, pidió al Parlamento interrumpir sus sesiones y concederle plenos poderes hasta la recuperación, para “proteger al país del inminente peligro comunista”. Los parlamentarios le dieron su aval y Metaxas proclamó el 4 de agosto de 1940 la era de la “Tercera Civilización griega”, siendo las otras dos la antigua clásica y Bizancio. En el extranjero explicó que Grecia se había convertido en un estado anticomunista, antiparlamentario y totalitario, opuesto a la plutocracia y que se apoyaba en los campesinos y los obreros. En efecto, concedió ciertos derechos a los trabajadores: salario mínimo, seguro de paro, jornada de trabajo de ocho horas. Se cuidó de no aplicarlas inmediatamente: los beneficios de los patronos se dispararon durante la dictadura.
Una larga tradición de represión
Metaxas hizo de la lucha anticomunista su caballo de batalla, el montaje legislativo existente se lo permitía. Una ley votada en 1929 reprimía tanto los actos como las ideas “subversivas”. Prohibía la huelga y había sido utilizada para disolver las organizaciones obreras y reprimir a los sindicados. Las prisiones no daban abasto, los campos de deportación tampoco. Fue preciso crear otros, en lugares de difícil acceso. La dictadura recurrió a menudo a la deportación, pues como medida administrativa podía ser dictada sin que hubiera intervención de un juez. Por otra parte, como su duración no estaba determinada, permitía el chantaje y la prolongación arbitraria de la detención.
Aun profesando una gran admiración por Hitler y Mussolini, Metaxas rechazó en octubre de 1940 la demanda de los italianos de dejar libre paso a su ejército. Gracias a esa negativa, el dictador pasó a la historia del país como un héroe nacional. El ejército griego resistió durante cinco meses, pero en 1941 los alemanes invadieron el país. El rey y los ministros se refugiaron en El Cairo y formaron el “Gobierno griego en el exilio”. Mientras, los ocupantes instalaron en Atenas un gobierno fantoche. Se sucedieron tres presidentes, y el último de ellos, Ioannis Rallis, rindió servicios inestimables a los alemanes: creó los siniestros “batallones de seguridad”, grupos paramilitares que en colaboración con la Wehrmacht acosaban a los resistentes. Cuando llegó la liberación, solo fueron disueltos parcialmente. Durante la guerra civil se pusieron al servicio de quienes querían hacer de Grecia una muralla contra el comunismo, se ocuparon del reclutamiento y sembraron el terror. Paralelamente, se desarrollaron los instrumentos de opresión psicológica: una ley de 1947 condicionaba el levantamiento de todo documento oficial (pasaporte, permiso de conducir, matrícula en la universidad, concesión de un préstamo) a una “declaración de lealtad”, que afirmaba la ausencia de toda relación tanto del postulante como de los miembros de su familia con una organización comunista.
La disolución definitiva de los batallones tuvo lugar en 1949 pero el estado griego no abandonó a los “batallonistas”, expertos en la represión. Los metió en la policía, la gendarmería y el ejército. Contrariamente a otros países europeos, la administración y el ejército jamás fueron depurados de los elementos fascistas. El pasado criminal de Ioannis Rallis -condenado a cadena perpetua tras la liberación- no impidió a Georges, su hijo, hacer una carrera política y ocupar puestos ministeriales.
Durante largos años, la libertad de expresión y de opinión no existía más que sobre el papel, la prensa estaba amordazada. Las leyes liberticidas no fueron abolidas más que tras la caída de los coroneles en 1975. Grecia podía al fin estudiar su historia contemporánea.
Arqueología de la derecha de la derecha
En los años ochenta aparecían al lado de la derecha clásica, a la que algunos consideraban demasiado consensual, otras formaciones. Samaras animó durante algunos años el partido nacionalista y conservador Primavera Política, pero acabó por volver a Nueva Democracia, que le ofrecía mejores perspectivas de carrera política.
En 2000, Georges Karatzaferis, otro disidente de ese partido, fundó LAOS, acrónimo griego de “Alerta Popular Ortodoxa”. LAOS se presenta como afín al clero y al ejército. Karatzaferis, que había simpatizado con la junta militar, aboga por la amnistía a los coroneles encarcelados. Se vanagloria de no ser ni judío, ni comunista y aún menos homosexual. Las opciones políticas de la formación son coyunturales, participaron en el gobierno de transición de Papademos que se comprometió con las medidas de austeridad. En las últimas elecciones, la clientela electoral de LAOS optó por Amanecer Dorado.
¿Volverá Karatzaferis a Nueva Democracia? En Grecia la frontera entre la derecha clásica y la extrema derecha es muy permeable.
Anna Spillmann http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article27214
Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR
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