domingo, 9 de octubre de 2011

PREMIOS E HISTORIA

Va a ser imposible no referirse al asunto del premio Euskadi otorgado a Joseba Sarrionandía, porque en asunto se ha convertido el premio, de modo que lamentablemente es más lo primero que lo segundo.

Arbitrariedad y un añejo sostenella y no enmendalla por parte de Gobierno Vasco que no admite el error y lo disfraza como puede; y mala fe informativa por parte de casi todos los medios que dieron la noticia de la concesión del premio y que pueden resumirse en este titular de El País: "El Premio Euskadi de ensayo, para un etarra fugado en el año 1985".

Era mentira, al menos tal y como venía redactada la noticia, porque era una verdad a medias. Pero no se trataba tanto de la veracidad de los datos como de jugar con ellos para provocar en el público la reacción apetecida: el preceptivo rasgado de vestiduras, el azuce, la gresca... A eso se le llamaba antes manipulación.

En el mismo periódico, y también en otros,pero unas horas antes, el premio Euskadi era para un ex etarra, de quien incluso se apuntaba que no tenía cuentas pendientes con la justicia. Mala noticia. Tuvieron que reconducirla y suprimir lo segundo, y lo primero, para que el efecto mediático fuera el apetecido, si no, la cosa solo funcionaba a medias y la tertulianería no hubiese podido emplearse a fondo.

Es decir, que lo que convenía para la salsa es que Joseba Sarrionandia sea un etarra, no las circunstancias, no desde luego que no tenga causas pendientes con la justicia.

Yo no sé cuántos de los que escribieron acerca de esa noticia conocen la obra de Joseba Sarrionandía, y en consecuencia su pensamiento e ideología.

Sarrionandía tiene buena prosa y tiene ideas, y no es de ETA. Pero no ha pasado por el trámite caprichoso y sobrevenido del arrepentimiento público, de la humillante reconciliación, de los arrenuncios y demás figuras inquisitoriales propias del auto de fe... tal vez porque no ha querido obtener ventaja alguna a cambio. Y tampoco ha venido a morir al palo, que es a donde por fuerza tienen que ir a morir los rebeldes.

Esa figura del arrepentimiento no venía en las bases del premio Euskadi de Literatura ni figura en ley positiva alguna del ordenamiento jurídico español.

Y si me refiero a su prosa es porque una idea muy extendida en la España cainita de las dos medidas, ha sido la de que a los de la camisa azul, los correajes y los crímenes cuneteros, cuando menos por complicidad necesaria y encubrimiento activo, les salvaba la excelencia de la prosa. Lo hemos leído hasta la nausea. Tampoco ellos se arrepintieron jamás, al revés, su pasado, cada vez que ha salido a relucir, ha ido a parar a un limbo intocable: al artista se le juzga por su obra y si hay algo en ella que molesta, se oculta.

Tengo a Joseba Sarrionandia, a quien lamentablemente no conozco, por un gran escritor, al margen de que lo haga en euskera, al margen de que se escapara de Martutene, en 1985, y de que haya vivido desde entonces en una clandestinidad erudita digamos porque la ha dedicado de manera febril al estudio y a la creación literaria.

Ay, aquellos philosophes que escribían que la primera obligación de un preso era fugarse, ay. ¿Mentían entonces o lo hacen ahora, o siempre? Ácratas de pega.

Hace pocos años, cuando le dieron el Nacional de la Crítica también hubo sus más y sus menos, pero ahora el Gobierno Vasco le retiene el premio en un gesto de total arbitrariedad y falta de fundamentos jurídicos que lo acerca a la franca comisión de un delito y que califica encima de decisión política. La violación de la ley del contrato es flagrante.

A 26 años vista de la fuga de Martutene y después de una larga carrera de escritor, queda pendiente la cuestión de la importancia que tiene la obra literaria de un autor que con la ley en la mano, cosa que en este país se olvida cuando conviene, no tiene cuentas pendientes con la justicia, algo que, está visto, ha sido de lamento público. Se ha visto frustrado el último descabello.

En franca sintonía con lo anterior y refiriéndose al fin de ETA, la Barcina, desde sus posicionespolíticas autoritarias, ha declarado que "Habrá vencedores y vencidos y vigilaremos para que así lo diga la historia". Es decir que se disponen a poner en marcha todos los mecanismos sociales que estén en su mano para hacer saber a los vencidos que lo son ¿Por cuanto tiempo? De por vida. Libertades vigiladas y sanciones arbitrarias. A este paso habrá pugna para rato, como la hay en otros lugares donde los enfrentamientos identitarios siguen vivos pese a los acuerdos de paz y los desarmes. La Barcina, cada vez más cerca del PP, esto es, del verdadero poder, habla desde la seguridad de que ellos van a ganar las elecciones y no solo eso, sino que van a desembarcar con un proyecto de orden y autoridad por completo regresivo: vienen a poner orden y las cosas en su sitio, de donde no tuvieron que moverse nunca: Media España ocupaba España entera/con la vulgaridad, con el desprecio/total de que es capaz, frente al vencido,/ un intratable pueblo de cabreros (Jaime Gil de Biedma en "Años triunfales")

Vigilar la historia. Eso es mucho decir, pero ella sabe de qué habla. La Barcina quiere ordenar el fin de ETA y además quiere escribir la historia, es decir que se propone que ésta se escriba a su dictado. Nada nuevo. Su espíritu del más depurado franquismo posmoderno asoma por donde quiere, unas veces negándose a cumplir la ley de memoria histórica usando triquiñuelas de fullero, y ahora queriendo escribir nada menos que la historia, como la escribieron durante décadas todos los historiadores afines al régimen franquista que fueron muchos y todavía quedan. Se explica bien su renuencia a cumplir la ley de la memoria histórica. La historia, a la oficial, a la canónica y canóniga, no debería escribirse de ese modo, al servicio del ideario político del gobernante de turno; pero por desgracia está visto que se escribe al dictado de quien la paga, y estos hace tiempo que tienen sus historiadores de cámara y cabecera que les dicen lo que quieren oír y solo eso. La historia como verdad revelada de obligado cumplimiento, como doctrina.

Miguel Sánchez-Ostiz, en Diario de Noticias

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