Desde el pasado 31 de marzo, la isla de Mayotte, en pleno océano Índico, se convirtió en el departamento francés número 101. El 90% de los habitantes son musulmanes y están dispuestos a conjugar su práctica religiosa con el principio de laicismo tan estimado en Francia. Reportaje.
A las 6 y 30 del sábado, un ruidoso grupo de niños corren hacia la escuela coránica de Tsingani. A medida que el olor enmohecido de la noche deja paso a los perfumes de una vegetación que se despereza, los niños y las niñas se van apiñando en un tosco edificio de cemento. Una profesora, armada con una rama, golpea la pizarra para restablecer algo parecido a la calma. Entre colegio y guardería, la chiquillería se pone entonces a recitar con monotonía unos versos del Corán. Arriba, en un ambiente claramente más estudioso, los adolescentes, con los chicos y las chicas separados, analizan el texto sagrado con otro profesor.
Así son los días que dispone Dios en Mayotte, que desde el 31 de marzo se ha convertido en el departamento francés número 101. Este territorio en pleno océano Índico pretende, sobre todo desde que rechazó la independencia en 1975, conjugar el islam con la República. Este objetivo, que algunos estiman contradictorio, se ilustra con dos cifras concluyentes: el 90% de los 200.000 habitantes son musulmanes y el 95% de los electores votaron en 2009 a favor de convertirse en departamento y acceder así a una ciudadanía plena y completa.
Mientas en la metrópoli se ha iniciado un debate sobre el islam y el laicismo, en Tsingani, Adinani Zoubert, de 72 años, no ve realmente dónde está la incompatibilidad: "Es evidente que somos un Estado laico, pero el laicismo garantiza la libertad de culto. No es necesario estar en una República islámica para practicar esta religión". Este responsable del consejo de cultos musulmanes de Mayotte enseña su fe todas las tardes, acogiendo a los niños de 6 a 15 años a la salida del colegio público. También es un ardiente defensor de la conversión de la isla en departamento francés. "Mayotte dentro del conjunto francés, ese ha sido mi objetivo, mi lucha", comenta. "Llevaba cuarenta años soñando con ello".
Para obtener este estatus, la población insular ha tenido que aceptar una serie de compromisos entre el Corán y el código civil. El repudio unilateral a partir de ahora está proscrito y la edad legal para contraer matrimonio se ha elevado a 18 años. Y sobre todo, la poligamia se abolió con una ley de 2003, aunque sigan siendo válidas las uniones múltiples ya contraídas. "Vamos a hacer como ustedes, los occidentales, y ahora tendremos amantes", comentó un día el prefecto Hubert Derache, con un humor muy galo. En esta sociedad matriarcal, las nuevas reglas se han aceptado de forma global. Pero las asociaciones de defensa de las mujeres deben aún luchar sobre el terreno para lograr una auténtica igualdad de derechos.
Para ser un poco más franceses, los mayoteses también renunciaron desde 2010 a recurrir al cadí. Este personaje, que actúa al mismo tiempo como juez de paz, notario y trabajador social, zanjaba los litigios según las normas musulmanas y las costumbres. La justicia cadial, que en estas islas se remonta al siglo XIV, había sido reconocida por Francia en 1841, momento de la anexión del archipiélago de las Comoras, y confirmada como especificidad local, en 1939 y posteriormente en 1964.
El cadí se convierte en una tradición, más que en una autoridad. Cada vez más mayoteses acuden hoy a regularizar su unión ante el alcalde, al juez republicano para solucionar sus litigios o al notario para resolver los asuntos patrimoniales.
Los mayoteses, suníes cruzados con animistas y dirigidos por cofradías dinámicas, realizan una interpretación moderada del Corán. De ahí la irritación de Abdoulatifou Aly, diputado no inscrito de Mayotte y el único musulmán elegido en la Asamblea Nacional, por el debate que causa furor en la metrópoli. "Nuestra religión no cuestiona a la República, aunque veo que en ciertos suburbios, la gente quiere hacer de ella un arma contra Occidente". Según el elegido, Mayotte, tierra musulmana, más bien idealiza a Francia. "Aquí, los valores de la República tienen más sentido que en la metrópoli, porque demuestran su capacidad para integrar las diferencias y adoptan así su dimensión universal".
"Aquí tenemos un islam que se adapta muy bien a la República”, confirma Hubert Derache. “Existe una gran oposición a cualquier radicalización. La ley anti-burka, por ejemplo, tuvo una gran acogida". Una veintena de mujeres llevan el hijab, y los salafistas procedentes de las Comoras vecinas o de la metrópoli hasta ahora se han expulsado de las 285 mezquitas de Mayotte.
Una especie de confirmación de esta práctica moderada se encuentra en el hospital de Mamoudzou, según Abdou Madi, médico ginecólogo y jefe de la maternidad. "Aquí, nunca he tenido problemas para examinar a una mujer, algo que sí me ha sucedido cuando estaba en Marsella", asegura. Sin embargo, las comadronas de su servicio constatan que la poligamia sigue estando muy presente y que las jóvenes madres lo confiesan sin reparos. Aún se sigue la ley de las costumbres.
Mouhtar Rachidi, de 66 años e imán desde 2001 de la mezquita de M'Tsapéré, no comparte la idea de la perfecta armonía entre el islam y la República. Al igual que otras autoridades religiosas, este hombre no era partidario de que la isla se convirtiera en departamento francés. Le exasperan las concesiones que no dejan de hacer los ciudadanos en nombre de su ciudadanía francesa y recuerda que una serie de ulemas locales expresaron sus reservas sobre algunas de ellas. "El laicismo no me molesta si puedo practicar mi religión", explica. "Lo que me molesta es que se quieran poner trabas. No se puede cambiar el Corán. Es una blasfemia modificar la norma de la herencia fijada por Dios. Es como decir que Dios se ha equivocado".
"Existen ciertas normas republicanas que deben aplicarse sin discusión”, opina Adinani Zoubert. “Y hay otras que merecen ser debatidas. Tenemos ciertas particularidades. No se puede prohibir la llamada a la oración del muecín. En París, no voy a pedir que se dejen de tocar las campanas de las iglesias porque me moleste".
Benoît Hopquin, en Le Monde (recogido por Pensamiento Crítico)
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