Fuera de España, como no podía ser menos, Mariano Rajoy ha dejado claro que la reforma laboral tendrá como consecuencia una huelga general. Así se lo confesó al mandatario finlandés sin percibir la cercanía de una cámara de televisión que dejó constancia del episodio.
Bien, si el presidente del gobierno vaticina una huelga general quiere decir que será el Ejecutivo por él presidido quien apechugue con llevar a cabo la reforma mediante decreto ley, algo que sucederá en los próximos días. Primer tratará de desatascar el lío financiero.
Alcanzado el acuerdo salarial con los sindicatos mayoritarios para los próximos años, Rajoy actuará en función de primar los intereses de la patronal frente a las demandas sindicales. Aunque corresponda al señor Rosell, presidente de la CEOE, ofrecer las pactadas discrepancias para que también ellos, los empresarios, digan con la boca pequeña que la reforma laboral no es la que a ellos les gustaría.
Rajoy no sólo se pone en manos del curandero, sino que, además, se empeña en su ya reiterado discurso de que los más de cinco millones de parados son la razón de ese cambio. Dicho en otras palabras: Rajoy sitúa a los parados en una situación de rehenes permanentes para obrar a su antojo.
Vende el gallego una falsa solidaridad a sabiendas de que para que haya empleo es urgente y prioritario abrir el melón.
El melón debe encerrar en su interior un tremendo corrector de esas prácticas repugnantes que han permitido que la corrupción campe a sus anchas por nuestra querida España, que dijera el poeta vasco Blas de Otero. Y la corrupción, por cierto, no es únicamente, la de los titulares de prensa. Hay otra más correosa que se ha extendido como una mancha: la que lleva a cabo el ciudadano de a pie para ponerse la medalla de que engaña al fisco. Es decir, a todos. Tómese la molestia el lector en documentarse sobre este asunto del que no importa tanto la cuantía de lo defraudado, como la propia acción en sí misma. Invito también a que deduzcan por qué nunca don Mariano ha dicho que, en aras de perseguir corruptelas y corrupciones, se ha propuesto incrementar la plantilla de los inspectores de hacienda.
Además se hace necesaria una banca pública capaz de ser ella la que ponga el oportuno dinero a disposición de pequeñas y medianas empresas, emprendedores, científicos, investigadores y demás colectivos que puedan llegar a constituirse, por sí mismos, en elementos tractores de la economía.
Pero vayamos a lo que realmente resulta preocupante por la frecuencia y contenido de sus mensajes. Rajoy anuncia fuera la dureza de las medidas porque, entre otras cosas, cuando hay comparecencias con los mandatarios, el número de preguntas es sensiblemente menor que, por ejemplo, tras un consejo de ministros que por la relevancia de su contenido obligue al presidente a dar la cara. Porque de momento las caras que vemos son las de los ministros del ramo y de la omnipresente Soraya. Mariano ha tenido más de una ocasión para decir al pueblo la verdad, como anunció a bombo y platillo en su campaña electoral, pero ha preferido la callada por respuesta. Tal vez no tenga mucho más que decir que lo que le transmite al oído su querida Merkel.
Al igual que a Zapatero, Mariano podrá decir aquello de “a mí también me hicieron una huelga general”.
Entretanto, los sindicatos tratan de salvar los muebles ante una clase trabajadora que hace ya mucho tiempo que dejó de serlo desde el más profundo de sus sentimientos. La cruda realidad nos aboca a otra huelga general de esas en las que parece que todos han salido vencedores en una contienda absurda de números.
Si Mariano Rajoy quiere una huelga general deberán ser los sindicatos quienes agudicen el ingenio para no caer en la trampa. La huelga que prepara don Mariano es una huelga trampa.
Félix Hereña, en La Antorcha de la Información
Bien, si el presidente del gobierno vaticina una huelga general quiere decir que será el Ejecutivo por él presidido quien apechugue con llevar a cabo la reforma mediante decreto ley, algo que sucederá en los próximos días. Primer tratará de desatascar el lío financiero.
Alcanzado el acuerdo salarial con los sindicatos mayoritarios para los próximos años, Rajoy actuará en función de primar los intereses de la patronal frente a las demandas sindicales. Aunque corresponda al señor Rosell, presidente de la CEOE, ofrecer las pactadas discrepancias para que también ellos, los empresarios, digan con la boca pequeña que la reforma laboral no es la que a ellos les gustaría.
Rajoy no sólo se pone en manos del curandero, sino que, además, se empeña en su ya reiterado discurso de que los más de cinco millones de parados son la razón de ese cambio. Dicho en otras palabras: Rajoy sitúa a los parados en una situación de rehenes permanentes para obrar a su antojo.
Vende el gallego una falsa solidaridad a sabiendas de que para que haya empleo es urgente y prioritario abrir el melón.
El melón debe encerrar en su interior un tremendo corrector de esas prácticas repugnantes que han permitido que la corrupción campe a sus anchas por nuestra querida España, que dijera el poeta vasco Blas de Otero. Y la corrupción, por cierto, no es únicamente, la de los titulares de prensa. Hay otra más correosa que se ha extendido como una mancha: la que lleva a cabo el ciudadano de a pie para ponerse la medalla de que engaña al fisco. Es decir, a todos. Tómese la molestia el lector en documentarse sobre este asunto del que no importa tanto la cuantía de lo defraudado, como la propia acción en sí misma. Invito también a que deduzcan por qué nunca don Mariano ha dicho que, en aras de perseguir corruptelas y corrupciones, se ha propuesto incrementar la plantilla de los inspectores de hacienda.
Además se hace necesaria una banca pública capaz de ser ella la que ponga el oportuno dinero a disposición de pequeñas y medianas empresas, emprendedores, científicos, investigadores y demás colectivos que puedan llegar a constituirse, por sí mismos, en elementos tractores de la economía.
Pero vayamos a lo que realmente resulta preocupante por la frecuencia y contenido de sus mensajes. Rajoy anuncia fuera la dureza de las medidas porque, entre otras cosas, cuando hay comparecencias con los mandatarios, el número de preguntas es sensiblemente menor que, por ejemplo, tras un consejo de ministros que por la relevancia de su contenido obligue al presidente a dar la cara. Porque de momento las caras que vemos son las de los ministros del ramo y de la omnipresente Soraya. Mariano ha tenido más de una ocasión para decir al pueblo la verdad, como anunció a bombo y platillo en su campaña electoral, pero ha preferido la callada por respuesta. Tal vez no tenga mucho más que decir que lo que le transmite al oído su querida Merkel.
Al igual que a Zapatero, Mariano podrá decir aquello de “a mí también me hicieron una huelga general”.
Entretanto, los sindicatos tratan de salvar los muebles ante una clase trabajadora que hace ya mucho tiempo que dejó de serlo desde el más profundo de sus sentimientos. La cruda realidad nos aboca a otra huelga general de esas en las que parece que todos han salido vencedores en una contienda absurda de números.
Si Mariano Rajoy quiere una huelga general deberán ser los sindicatos quienes agudicen el ingenio para no caer en la trampa. La huelga que prepara don Mariano es una huelga trampa.
Félix Hereña, en La Antorcha de la Información
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