El PNV culmina hoy, con la asegurada elección de Urkullu como presidente y la aprobación no menos cierta de sus ponencias, el primer tramo de un largo proceso de renovación de cargos y proyecto, que se prolongará, entrada ya la primavera, con la configuración de las ejecutivas territoriales y la posterior designación del candidato a lehendakari. No deja de llamar la atención -dicho sea a modo de nota marginal- el modo tan discreto y silencioso -«opaco» prefirió llamarlo Anasagasti- con que está desarrollándose el proceso, si se lo compara con el de puertas abiertas que sigue en paralelo el PSOE para alcanzar parecido objetivo. Dos maneras de actuar que no son coyunturales, sino que están, más bien, inscritas en el ADN de cada partido. El uno, celoso de su intimidad; el otro, más proclive a compartirla.
Trátese o no, como acaba de apuntarse, de una diferencia connatural más que coyuntural, lo cierto es que no puede atribuirse a la circunstancia por la que atraviesan los dos partidos, como si la del uno fuera del todo favorable y la del otro, totalmente negativa. Y es que, por lo que atañe a la coyuntura política, la del PNV no da lugar a vanagloriarse en comparación con la del PSOE. Medida en términos de poder, es, por el contrario, a semejanza de la de este último, la más adversa de las que ha vivido el partido jeltzale desde la restauración democrática. De haber sido hegemónico en todas las instituciones vascas, desde el Gobierno hasta los ayuntamientos, pasando por las tres diputaciones, el PNV se encuentra hoy desplazado de casi todas ellas y reducido, como lo estuvo en sus orígenes, al territorio de Bizkaia. En cualquier otra organización, esta coyuntura habría dado lugar a una crisis profunda de proyecto y liderazgo.
Y tampoco es que, en lo que se refiere a su vida interna, bajen las aguas del todo tranquilas en el PNV. Todo lo contrario. Desde el súbito salto al soberanismo que se dio con la apuesta por la vía de Lizarra en 1998 y se mantuvo durante los gobiernos de Ibarretxe hasta 2009, las dos corrientes -radical y moderantista- que discurrían en paralelo en el seno del partido desde sus mismos orígenes han desbordado el debate doctrinal interno para asentarse en las estructuras organizativas. Así, los liderazgos alavés y guipuzcoano no se retraen de exhibir su talante independentista, mientras la dirección del partido, con la ayuda del liderazgo vizcaíno, se esfuerza por imprimir a su política un carácter de declarado pragmatismo. Hasta tal punto son así las cosas que es todavía difícil de predecir, a estas alturas tan avanzadas del proceso, si ambas corrientes confluirán, desde el punto de vista organizativo, en un liderazgo homogéneo o seguirán expresándose en la larvada tensión que rige en el partido.
Y, sin embargo, la actual dirección del PNV ha logrado gestionar esta adversa coyuntura con tal sabiduría, o tal disimulo, que la ha hecho pasar inadvertida a la mayoría de los observadores externos. Nadie diría hoy que, pese a las adversidades anotadas más arriba, el partido jeltzale estuviera pasando por un momento de especial delicadeza. Se lo ve, más bien, como un partido, no desplazado del poder, sino en trance de reconquistarlo. A crear esta percepción han contribuido varios factores.
En primer lugar, y en contra de lo que ha ocurrido con los socialistas, el PNV ha logrado imponer en la opinión pública la sensación, no de haber perdido él mismo el poder, sino de haber sido descabalgado de él de malos modos. El hecho de que fuera el partido con más votos y escaños en las últimas elecciones autonómicas ha sido sin duda el factor determinante en la creación de esta percepción. Pero a ella ha aportado también su granito de arena la naturaleza de la coalición que hubo de formarse para consumar el cambio y que no parece haber sido ni bien explicada por sus autores ni bien entendida por la opinión pública. Dicho sea en su descargo, muy convincente habría debido ser la explicación para desarraigar la convicción de que en este país hay a quien le corresponde gobernar como por naturaleza. En cualquier caso, tampoco se ha intentado darla con convencimiento y acierto.
Por otra parte, desplazado del poder en el interior, el PNV ha encontrado fuera, en la política por así decirlo exterior, la manera de disimular su precaria situación y de proyectar la imagen de un partido que sigue siendo apto para el gobierno. No ha sido éste un hecho casual, sino una opción deliberada y, como ha podido constatarse, llevada a la práctica de una manera sumamente acertada. En vez de ensimismarse en una actitud resentida, el PNV, haciendo muchas veces de tripas corazón, apostó, inmediatamente después del 'desaire' sufrido, por una política de colaboración con el Gobierno central que ha acabado dibujándolo, a los ojos de la opinión pública vasca, como un partido útil para el autogobierno y el bienestar del país y, a los de la española, como un partido responsable en los momentos más difíciles y delicados. Hasta tal punto es así que esa política de responsabilidad en el exterior ha logrado encubrir el desabrimiento y la falta de respeto institucional con que ha ejercido la oposición en el interior.
Resulta que, a pesar de la adversa coyuntura que atraviesa, el PNV está gestionando su proceso de renovación con un sosiego que para sí quisieran quienes se encuentran en situaciones similares. De él va a salir, sin duda, reforzado respecto de quienes han sido sus adversarios y con una línea programática bien definida para enfrentarse a quien desde ahora se dispone a disputarle la hegemonía.
José Luis Zubizarreta, en El Diario Vasco
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