Bastaría con tomar nota de la manifestación de ayer en favor de los derechos de los presos, para reconocer la gran dimensión del apoyo social a las reivindicaciones de los centenares de reclusos dispersos por las cárceles españolas y francesas vinculados judicialmente con ETA. No cabe duda de que la situación de esos presos y sus familias es un asunto sensible, ya que supone una parte importante del sufrimiento de este pueblo y es una de las lamentables consecuencias del conflicto que queda aún por resolver. Precisamente por tratarse de una materia tan sensible, es difícil considerarla sin pasión y sin añadirle la carga complementaria de apasionamiento y a veces hasta de sectarismo.
Lógicamente, para la mayoría de los asistentes ayer a la manifestación tras la pancarta Egin dezagun bidea los denominados presos políticos vascos son héroes que han dado lo mejor de su vida por la liberación de Euskadi, gudaris entregados hasta el límite por la salvación de la patria, hijos/as, hermanos/as, amigos/as ejemplares, que se sacrificaron por la libertad de todos.
Con la misma pasión, con la misma vehemencia pero desde el otro lado de la trinchera, desde quienes habitan otro espacio ideológico en este país, un espacio en el que no faltaron muertos, heridos, chantajeados y amenazados, desde ese otro lado, esos presos no son otra cosa que villanos, o verdugos, a los que debe tratarse sin piedad y sin ninguna contemplación aunque para ello haya que mirar para otro lado cuando se llegan a incumplir las leyes.
Los presos políticos vascos han sido históricamente objeto de pura venganza, indefensa fuerza de choque y carne de revancha que se ha prolongado hasta sus entornos familiares. Desde los poderes del Estado, con la complicidad de los partidos mayoritarios y de sus medios de comunicación afines, se ha venido practicando un ajuste de cuentas indigno que les ha dispersado, incomunicado y castigado con saña durante décadas.
Desde ETA, con el asentimiento mudo de dirigentes y militantes de la izquierda abertzale muchos de los cuales no han pisado una cárcel en su vida, se ha sometido a los presos políticos vascos a un laberinto infernal del que no saben salir; se les ha impedido tomar la decisión personal de acogerse a los beneficios penitenciarios presionándoles para mantener una postura colectiva de resistencia que no ha servido para nada.
Héroes para unos y villanos para otros, no va a ser fácil encontrar para los presos políticos vascos una consideración en el punto medio. Ni venganzas ni homenajes. Abandonando de una vez las consideraciones vengativas o épicas, es hora de tener en cuenta sus reivindicaciones legítimas para implementar el proceso de humanización de una sociedad que se ha fracturado entre la pura represalia y la veneración.
No cabe duda de que un amplio sector de los miles de personas que ayer se manifestaron en Bilbo pretende que los presos políticos vascos se constituyan en agente político activo para el proceso de pacificación y normalización iniciado tras el cese definitivo de las acciones armadas de ETA. Según el debate que consta en Ekia, el boletín interno del Colectivo de Presos Políticos Vascos (EPPK), en el pasado octubre se mantenía el objetivo de constituirse en colectivo autónomo, sin dependencia de ninguna fuerza política, con intención de aportar sus propios planteamientos al proceso. Pero así como la condición de víctima a nadie concede un plus de capacidad política, tampoco la condición de preso tiene por qué suponer una facultad especial para influir en el escenario político.
A los que desde el espíritu de venganza claman que la sociedad no debe nada a los presos, habrá que decirles que si un recluso ha cumplido legalmente su condena tampoco debe ya nada a la sociedad. Podrá debérselo en su conciencia por el daño causado, pero por ello no tiene que verse privado de sus derechos. Más aún, ya es hora de que se tenga en cuenta que una buena parte del EPPK son personas que no están en la cárcel por pertenecer a ETA sino a organizaciones políticas ilegalizadas, personas a las que no se acusa de ninguna acción violenta. Y si esos presos han cumplido legalmente su condena, tampoco se les puede exigir ni imponer que pidan perdón, aunque harían bien en reconocer voluntariamente el daño causado para que la sociedad pueda acogerles como ciudadanos de pleno derecho que son.
Nos espera en los próximos meses una campaña potente centrada en los presos, que no estará exenta de polémica. A estas alturas, la inmensa mayoría de la ciudadanía vasca exige el fin de la dispersión, la libertad de los presos con enfermedades incurables, la aplicación de los grados penitenciarios según vayan cumpliéndose las condenas y la derogación de la doctrina Parot. A fin de cuentas, y de momento, esa reivindicación es la que movió a tantos miles de personas a manifestarse ayer en Bilbo.
Pablo Muñoz, en Grupo Noticias
Lógicamente, para la mayoría de los asistentes ayer a la manifestación tras la pancarta Egin dezagun bidea los denominados presos políticos vascos son héroes que han dado lo mejor de su vida por la liberación de Euskadi, gudaris entregados hasta el límite por la salvación de la patria, hijos/as, hermanos/as, amigos/as ejemplares, que se sacrificaron por la libertad de todos.
Con la misma pasión, con la misma vehemencia pero desde el otro lado de la trinchera, desde quienes habitan otro espacio ideológico en este país, un espacio en el que no faltaron muertos, heridos, chantajeados y amenazados, desde ese otro lado, esos presos no son otra cosa que villanos, o verdugos, a los que debe tratarse sin piedad y sin ninguna contemplación aunque para ello haya que mirar para otro lado cuando se llegan a incumplir las leyes.
Los presos políticos vascos han sido históricamente objeto de pura venganza, indefensa fuerza de choque y carne de revancha que se ha prolongado hasta sus entornos familiares. Desde los poderes del Estado, con la complicidad de los partidos mayoritarios y de sus medios de comunicación afines, se ha venido practicando un ajuste de cuentas indigno que les ha dispersado, incomunicado y castigado con saña durante décadas.
Desde ETA, con el asentimiento mudo de dirigentes y militantes de la izquierda abertzale muchos de los cuales no han pisado una cárcel en su vida, se ha sometido a los presos políticos vascos a un laberinto infernal del que no saben salir; se les ha impedido tomar la decisión personal de acogerse a los beneficios penitenciarios presionándoles para mantener una postura colectiva de resistencia que no ha servido para nada.
Héroes para unos y villanos para otros, no va a ser fácil encontrar para los presos políticos vascos una consideración en el punto medio. Ni venganzas ni homenajes. Abandonando de una vez las consideraciones vengativas o épicas, es hora de tener en cuenta sus reivindicaciones legítimas para implementar el proceso de humanización de una sociedad que se ha fracturado entre la pura represalia y la veneración.
No cabe duda de que un amplio sector de los miles de personas que ayer se manifestaron en Bilbo pretende que los presos políticos vascos se constituyan en agente político activo para el proceso de pacificación y normalización iniciado tras el cese definitivo de las acciones armadas de ETA. Según el debate que consta en Ekia, el boletín interno del Colectivo de Presos Políticos Vascos (EPPK), en el pasado octubre se mantenía el objetivo de constituirse en colectivo autónomo, sin dependencia de ninguna fuerza política, con intención de aportar sus propios planteamientos al proceso. Pero así como la condición de víctima a nadie concede un plus de capacidad política, tampoco la condición de preso tiene por qué suponer una facultad especial para influir en el escenario político.
A los que desde el espíritu de venganza claman que la sociedad no debe nada a los presos, habrá que decirles que si un recluso ha cumplido legalmente su condena tampoco debe ya nada a la sociedad. Podrá debérselo en su conciencia por el daño causado, pero por ello no tiene que verse privado de sus derechos. Más aún, ya es hora de que se tenga en cuenta que una buena parte del EPPK son personas que no están en la cárcel por pertenecer a ETA sino a organizaciones políticas ilegalizadas, personas a las que no se acusa de ninguna acción violenta. Y si esos presos han cumplido legalmente su condena, tampoco se les puede exigir ni imponer que pidan perdón, aunque harían bien en reconocer voluntariamente el daño causado para que la sociedad pueda acogerles como ciudadanos de pleno derecho que son.
Nos espera en los próximos meses una campaña potente centrada en los presos, que no estará exenta de polémica. A estas alturas, la inmensa mayoría de la ciudadanía vasca exige el fin de la dispersión, la libertad de los presos con enfermedades incurables, la aplicación de los grados penitenciarios según vayan cumpliéndose las condenas y la derogación de la doctrina Parot. A fin de cuentas, y de momento, esa reivindicación es la que movió a tantos miles de personas a manifestarse ayer en Bilbo.
Pablo Muñoz, en Grupo Noticias
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