viernes, 6 de enero de 2012

LA RAYA DE NUESTRO PAÍS

¿Hasta dónde llega nuestro pretendido y deseado Estado vasco o navarro? ¿Hasta donde otrora llegara el dominio de nuestros monarcas (ora con la espada, ora con la diplomacia, ora con la bragueta…) o debe circunscribirse hasta donde haya ciudadanos que lo demanden? ¿Son más importantes nuestras antiguas fronteras que la actual voluntad ciudadana? ¿De qué manera están ambas interrelacionadas?


Confieso que al editar “Mapas para una nación” esperaba alguna respuesta despectiva del navarrerismo español al que iba dirigido el libro, del tipo que usó Yolanda Barcina en el Parlamento, donde además repitió esa memez de “Euskal Herria nada tiene que ver con Navarra”, empleada por el sector más zopenco de nuestra sociedad y que ella tan bien representa.

No me imaginaba que las críticas llovieran precisamente de sectores del, digamos, “navarrerismo nabarro”, con el que creía compartir algunas cosas. Está claro que me equivoqué. Leyendo la prensa y los foros, me he enterado de que, hablando de Euskal Herria, estoy ocultando deliberadamente el Estado Navarro y justifico “la arquitectura jurídico-administrativa de la dominación”. Un colega editor, un tanto picajoso, me acusaba de usar los mapas de “forma fraudulenta para justificar la versión más hispanoide de la Euskal Herria carlista”, por lo que debía haber titulado el libro “Mapas para una Manipu-nación”. Otro se lamentaba de cómo podía yo tener tanta fobia a Nabarra (¡perdón patria mía!) y, en general, todos critican que no he recogido mapas del Reino en su esplendor territorial antes de las conquistas, “sin fronteras impuestas”, abarcando, amén del resto de territorios vascos, amplias zonas de Aquitania, Bearne, Aragón, Logroño, Soria y Burgos.


Es sencillo: no he publicado esos mapas porque no existen, al menos con un perfil siquiera aproximado del territorio, tal y como se comienza a dar a partir del siglo XVI. Una cosa es dibujar hoy día mapas sobre la territorialidad histórica y otra cosa es la cartografía antigua.

Creo sinceramente que en el tema de la territorialidad Navarra o Nabarra, algunos se están pasando de la raya. Cosa loable ha sido recuperar las antiguas tesis de Irujo y Ortueta sobre la centralidad histórica del antiguo Estado navarro y la necesidad de recordar las continuas conquistas a las que ha sido sometido. Interesante también la idea de la “Navarra marítima”, de Olaizola y Urzainki, porque de alguna forma ha servido para neutralizar el olvido bizkaitarra y extender en amplias capas de la población de la CAV la idea de que fueron navarros y conquistados igual que nosotros. Curioso volver a repasar “nuestros” antiguos dominios y saber que en su tiempo de esplendor llegaban desde Burdeos hasta Atapuerca y de Santander a Ribagorza. Y resulta espectacular admirar los castillos con el que los reyes navarros controlaban este territorio. El empeño de entidades como Nabarralde en difundir todo ello en el conjunto de las siete provincias creo que ha sido positivo…


Pero sin pasarnos. Ni un metro más allá de nuestra actual cartografía, que ya la dejó, bastante bien pergeñada, el navarro Axular hace casi 400 años, y que ha sido ratificada por cientos de mapas, testimonios y voluntades políticas a lo largo de estos últimos siglos: tres territorios a un lado de los Pirineos y cuatro al sur. Y ello con un argumento muy simple (y muy republicano-liberal, tratándose de un “carlistoide” como yo): porque coincide con las mugas donde existe una ciudadanía que se identifica con ellas y tiene amplios sectores, mayoritarios en unas zonas, minoritarios en otras, pero presentes en todas, que han desarrollado y defienden programas de emancipación de dichos territorios. Y porque hay otros sectores, todavía más amplios, que comparten o se identifican de algún modo con la lengua, la cultura, la identidad política. Y existe además una tradición que sostiene esa particularidad en el tiempo, perfectamente constatable desde siglos atrás.


Al final, no hay nación viva sin voluntad de sus habitantes, o de parte significativa de ellos, para conformarla, independientemente de que haya sido antes reino glorioso o prosaico estercolero. Los santanderinos, los riojanos o los oscenses ya no son nacionalmente ni navarros ni vascos, aunque lo fueran en el pretérito, simplemente porque hoy día no quieren serlo.


Ir más allá de la anécdota histórica y pretender introducir en el debate político actual el concepto de “Nabarra Osoa”, adornándolo con recreaciones de mapas y libros que sostienen la navarridad de Huesca, Bearne, Bigorra, Belorado y hasta Albarracín, no sirve más que para aumentar la confusión en este malhadado país que, como se lamentaba Humboldt, no ha conseguido un acuerdo unánime para nombrarse en castellano. En lengua vasca es Euskal Herria desde al menos el siglo XVI y consta de siete territorios perfectamente definidos desde entonces. Sus habitantes están inmersos en un profundo debate sobre cómo articular ese territorio entre sí y con los territorios limítrofes. Y ese debate, y su lucha constante por mantener su identidad, es lo que ayuda a construir esa nación, mucho más que la añoranza del castillo de Loarre. Que este territorio al final se llame Estado Navarro, Euskadi o Euskal Herria, dependerá más de voluntades políticas que de datos históricos.


Pero al final, es la misma cartografía. Hasta Cervantes, en “La Gran sultana”, lo tiene claro, cuando Cadí pregunta dónde estaba ese país (Bizcaia nos llama él) que hablaba lengua tan extraña. Y Madrigal responde: “Allá en la raya de Navarra, junto a España”.

Jose Mari Esparza Zabalegi, editor

1 comentario:

Angel Lacort dijo...

El «navarrerismo español», incluido el longevo director del periódico de Cordovilla, SÍ eran partidarios de «Euskalerria».Hasta Víctor Pradera se refería a «nuestros hermanos de raza, guipuzcoanos, bizcainos y alaveses».
Y no digamos nada del carlismo que sembró las cunetas de republicanos, tras imponer la rojigualda para salir a matar.
Es sencillamente falso que Axular identificara «euskal erria» (así, en minúscula) con el Zazpiak Bat, ya que su relación de las tierras del euskera la continuaba con «eta bertze anhitz lekhutan».
Querer colar esa denominación, desconocida para la inmensa mayoría de navarros (libres o conquistados), como un nombre político es, sencillamente, un tocomocho para pretendido consumo de simples.
Este artículo insiste en la idea nacionalista del Zazpiak Bat, negando el Estado de Navarra, relegándolo a un ejercicio de permisividad paternalista. Como los comprensivos romanos, que dejaban «libres» a sus esclavos durante las carnestolendas.
Pero no merece la pena perder el tiempo con quienes no se limitan a plantear sus razones, sino que necesitan descalificar al resto, especialmente a quienes defendemos que el origen de nuestra situación actual está en la pérdida de nuestra soberanía política como navarros. Portugal pudo correr la misma suerte y hoy son lo que nosotros no somos.
Así las cosas, y siendo el propagandista miembro relevante de Nabarralde, convendría saber qué piensan ahí de este sopapo a la razón de existir de ese colectivo.