Telefónica, Iberdrola y otras grandes empresas de este país nuestro, quieren premiar a sus más altos dirigentes con cantidades importantes de dinero. Suben las cuotas que sufre irremediablemente el consumidor sin posibilidades de prescindir de los servicios que precisa el hombre de hoy para el desarrollo de su vida. Las grandes empresas son conscientes de que estamos en crisis, que se estrechan las calles, que las aceras se aproximan a las aceras y es más difícil caminar. Rozamos las caderas con las paredes escuálidas de lo que eran grandes avenidas. Todos somos economistas y tenemos claro que el culpable único de este malestar económico y social es el gobierno y concretamente Zapatero. Y mientras se deprecia la figura de nuestros gobernantes, esas grandes empresas nos escupen a la cara los beneficios obtenidos a base de subir sus servicios a todos los ciudadanos. Y uno se pregunta ¿Qué aportan los especuladores –que no empresarios- para mejorar la crisis? ¿Qué parte de sus beneficios va destinada a empujar la economía que haga más llevadera la falta de trabajo, los contratos miseria, los bajos sueldos ofrecidos y que el trabajador tiene que aceptar bajo el chantaje de lo que no quiera lo querrán otros muchos parados? Se jactan de sus beneficios y los reparten entre la élite de sus altos jerarcas. Un hombre-mujer de cuarenta y cinco años son muertos de larga duración. Los bancos no están satisfechos con las garantías que aportan los pobres que quieren montar un pequeño negocio y ofrecen la propia miseria como palabra de honor de que devolverán el dinero prestado. Los pobres no tienen ni honor ni palabra.
Mientras los altos directivos cuentan los miles de euros que les proporcionan sus bonus, se despide a cientos de trabajadores en edad productiva, con experiencia en sus ojos, con las manos añosas de manejar y mejorar los elementos que pasan por su antigüedad. Hombres demasiados jóvenes para ser prejubilados y demasiado viejos para obtener un nuevo puesto de trabajo. A los gobiernos les preocupa el primer empleo. Nadie tiene en cuenta la tragedia de quien no encuentra la última oferta.
Las empresas optan a una perfecta adecuación de sus recursos para obtener el máximo de beneficios. No admite grasas antiestéticas junto a su musculatura capaz de competir en las mejores lides. Y para ello es consciente que no le estorban los altos directivos. El sobrante de la liposucción son los cientos de trabajadores que engordan la cintura empresarial y afea su figura.
Son empresas privadas y hacen con su dinero lo que quieren. Nunca he visto una argumentación más soez ni pornográfica. Se pierde así de vista la función social de la riqueza y de la propiedad privada. Prescindir de esta función social es atizar revoluciones que todos tenemos en la memoria.
Claro está que desde que los gobiernos –todos los gobiernos- están sometidos a las leyes salvajes del capitalismo, hay que claudicar ante las decisiones “homicidas” de los ricos. Los derechos humanos están sometidos al dinero. Somos economía. Me lo decía un amigo: no hay derechas o izquierdas. Sólo existen los que están arriba sometiendo inhumanamente a los de abajo.
No estoy de acuerdo con el título de este artículo. Renuncio, por náusea y por vómito, a ser bonus.
Rafael Fernando Navarro
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