Ando más que un cartero y los veo por todas partes, en lo Viejo, la Milagrosa, la Rochapea, San Juan,andoen cualquier parte. También van mucho en villavesa, bastante más que nosotros. Son ellos, los otros. Los otros se juntan entre ellos, se emborrachan entre ellos, tienen sus bares, sus tiendas, sus discotecas, sus campos de juego, sus locutorios, se aman y se odian, se ayudan y se pisan. Vamos, como nosotros y a menos de un metro de distancia, pero más lejos emocionalmente. Porque me da -quizá me equivoque- que cuando ocurre algo como lo de Beriáin, en general no pasamos de la lógica pena ante un drama humano y de la curiosidad de saber y conocer algo más de ella, de los hechos y de su entorno más cercano. Y poco más, hasta la siguiente. No sé, tengo la sensación de que, ya sea por nuestra culpa o por la suya -posiblemente ambas-, no es que los tengamos como ciudadanos de segunda, sino que, simplemente, es como si viviesen en otra ciudad: está la suya y luego está la nuestra. Han venido aquí a ganarse la vida y en el proceso de momento les está tocando cuidarnos, servirnos los cafés, colocarnos los tejados, limpiarnos la casa y cualquier cosa que a nosotros ya nos resulta poco. No por eso se convierten directamente en mejores, ni tampoco en peores, son, sencillamente, personas. Tal vez las generaciones que han convivido desde pequeños, en los colegios e institutos, se beneficiarán humana y culturalmente de la riqueza que siempre suponen las mezclas de cualquier tipo, pero me da que, de momento, sus asuntos, por muy terribles que sean, no nos afectan en la misma medida que si ella se apellidase, por ejemplo, Martinicorena y él Goñi. Son unas personas que pasan por aquí, que se aman, que se odian y que de vez en cuando mueren. Supongo que a todos nos toca hacer algo.
Jorge Nagore, en Diario de Noticias
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