La decadencia de una sociedad se hace evidente cuando el desarrollo lógico de sus razones y sus comportamientos acaba en el sinsentido. Es un sinsentido democrático que la dinámica social de nuestras democracias imponga la privatización de los espacios públicos al mismo tiempo que publica y espía sin respeto aquello que merece ser privado. El desenvolvimiento de la vida democrática se vuelve así contra ella misma, igual que un tumor maligno devora el cuerpo que lo alimenta.
Espiados en nuestros secretos y expulsados de nuestros espacios públicos, los ciudadanos sufrimos hoy una doble agresión. Esto sólo es posible porque la política, el ejercicio más importante de la vida pública, ha sido humillada. Los intereses particulares de una minoría gobiernan el espacio de lo común en el vértigo de un afán privatizador. Pierden el respeto a la intimidad y a lo privado en nombre de un falso interés público.
Hemos discutido mucho en los últimos meses de las medidas de privatización que degradan la sanidad, la educación y el sistema de pensiones del Estado. Pero a veces se nos olvida que todas estas derivas de los vínculos sociales y de la vida en común sólo son posibles por una estrategia anterior: la privatización de la política. El ejercicio de la política ha sido privatizado y los partidos mayoritarios ya no actúan para defender los intereses de los ciudadanos, sino para consolidar con sus decisiones los privilegios de las élites financieras. El Gobierno que privatiza la sanidad o la educación y que degrada con reformas laborales los derechos de los trabajadores es un síntoma claro de la privatización de la política.
¿Es posible dar una respuesta democrática a la decadencia de la democracia? Sí, pero esa respuesta implica una voluntad original de profundización. No basta con buscar tácticas coyunturales en la superficie. Resulta necesario situarse en la llaga, afrontar la dificultad desde la raíz. Resulta imprescindible dinamitar la privatización de la política, nacionalizarla, devolvérsela a los ciudadanos. Hace falta encauzar la rebeldía callejera que se indigna ante el empobrecimiento generalizado de la realidad, llevarla a un lugar de decisiones institucionales que puedan combatir la injusticia. Detener un desahucio está bien, pero el reto importante es cambiar la ley hipotecaria impuesta durante años por los partidos que gobiernan contra los ciudadanos y a favor de las entidades financieras. La política de la gente común debe entrar en el parlamento, reconquistar sus escaños, tomar medidas. Conviene saber el ancho y el largo del poder.
Esta ambición supone una toma de responsabilidad, y responsabilizarse significa siempre pensar en el poder. La meditación sobre el poder es el único compromiso personal que permite una ilusión colectiva. El poder está en los gobiernos, o en los bancos, o en el entramado de los grandes empresarios, o en la presión de los especuladores sobre las directrices europeas…, o en nosotros mismos. Somos ciudadanos porque tenemos derecho a ser dueños de nuestro sí y de nuestro no.
La protesta, la huelga, el orgullo del no, es muy importante. La agitación callejera supone aprender a decir no ante los abusos de los gobernantes, ante las injusticias de los poderosos, el impudor de los corruptos y las decisiones que privatizan lo público y publican o espían lo privado. Pero también es importante el orgullo del sí, la participación afirmativa en la voluntad de cambiar las cosas, el imperativo ético de no ser cobarde, de no mantenerse en los márgenes, de sumarse a las mareas y las ambiciones colectivas. De la indignación individual del no, debemos pasar al sí de la política.
La sociedad española ha demostrado en los últimos tiempos que sabe decir no. Ahora es el tiempo de aprender a decir sí a una dinámica que reconquiste la política, la salve de su privatización y la convierta en un patrimonio de los ciudadanos. Los partidos y los sindicatos que se mantengan fieles al sistema decadente están llamados a fosilizarse o a desaparecer. Desaparecer supone una ruina para ellos mismos. Fosilizarse significa formar parte de la estrategia represiva de las élites contra la gente.
Luis García Montero, en publico.es
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