Suele pensarse, a la luz de la experiencia de las últimas décadas, en la izquierda abertzale como la más acreditada experta en la utilización de las fiestas para su propio beneficio político. Múltiples pruebas hay de ello, de forma que el eslógan de “Jaiak bai, borroka ere bai” no ha sido ni mucho menos algo retórico, sino lema que se ha llevado repetidamente a la práctica. Hoy mismo hemos sido testigos de la capacidad de la izquierda abertzale para distraer la atención hacia ellos en el txupinazo sanferminero.
De cualquier forma, históricamente otros sectores han llevado a la práctica similares estrategias de utilización partidista de los sanfermines y de otros eventos festivos. Uno de los más elocuentes, y más desconocidos, se refiere a los Sanfermines de 1932, cuando desde la Comunión Tradicionalista, es decir, el partido de los carlistas en aquella época, se abogó porque los pamploneses mostrasen su solidaridad durante las fiestas con los presos de la propia formación encarcelados a causa de su activismo antirrepublicano por las autoridades republicanas.
En el Diario de Navarra de 7 de julio de 1932 un artículo titulado “Notas tradicionalistas. Los Sanfermines y nuestros presos” firmado por la Comisión pro presos decía lo siguiente: “Sabemos que son muchos los tradicionalistas que se proponen obsequiar durante estas fiestas a nuestros correligionarios presos para hacerles más llevadero su cautiverio. Ello nos parece más que laudable, pues los esforzados amigos Irujo, Polo, Del Burgo (Eusebio y Jaime), Huarte, Saralegui, Jiménez Juanena, De Miguel, Lesaca, Martínez y Nuin, que sufren desde hace tres meses los sinsabores propios de la falta de libertad, las incomodidades consiguientes al encarcelamiento y las inquietudes que proporciona un proceso, merecen que, por nuestra parte, hagamos a ellos extensivo el gozo de estos días de feria. Pero es muy conveniente que esta buena disposición de nuestros amigos a favor de los perseguidos tenga un cauce normal por donde se haga llegar el obsequio a las celdas de nuestros hermanos. Por ello esta Comisión agradecería a cuantos quieran obsequiar a los tradicionalistas presos durante estos días de fiestas, hicieran entrega de sus donativos en metálico o en especie, en las administraciones de El Pensamiento Navarro y La Tradición Navarra”.Es decir, un llamamiento totalmente equiparable a los que la izquierda abertzale ha realizado desde los años setenta a favor de los presos de ETA aprovechando las fiestas sanfermineras y las de cualquier pueblo o ciudad de Euskal Herria.
Entre los presos encarcelados estaba Generoso Huarte, empleado del Crédito Navarro y jefe por aquel entonces de todos los grupos armados del tradicionalismo navarro. También estaban Eusebio del Burgo y Jaime del Burgo Torres, padre e hijo (y abuelo y padre, respectivamente, de Jaime Ignacio del Burgo).
Su encarcelamiento fue ocasionado por las investigaciones policiales llevadas a cabo tras los sucesos de 17 de abril de 1932 y referidas a dos cuestiones diferentes: por un lado, la relativa a dichos sucesos, y, por otro, el concerniente a la conformación de la estructura paramilitar de los carlistas en decurias.
En los sucesos del 17 de abril de 1933, aquel domingo por la noche murieron en un enfrentamiento en el Círculo Tradicionalista, por efecto de un tumulto callejero previo provocado por tradicionalistas, el socialista Saturnino Bandrés y el jaimista José Luis Pérez Lozano. Un herido, Julián Velasco Pascual, socialista, moriría días después, el día 26. Hubo también otros tres heridos. Seguidamente se hicieron registros en el Círculo Tradicionalista, que sería clausurado. Al día siguiente se declaró huelga general por parte de la izquierda y serían asaltados el Círculo Tradicionalista y la casa de los Baleztena.
A consecuencia de la investigación relacionada con esos sucesos en mayo de 1933 fueron juzgados Pedro Irujo, Jaime del Burgo, Manuel Torrens y Julián Polo, si bien el fiscal retiró las acusaciones contra los tres primeros. El tribunal finalmente los absolvió, culpando de las muertes a Sabas Echarri Andoño que se había fugado a Francia y fue declarado en rebeldía. Aunque en mayo de 1934 Sabas Echarri fue expulsado del territorio francés por los gendarmes hacia España, su juicio en diciembre del mismo año se saldó con la absolución porque las pruebas testificales no acreditaron suficientemente su culpabilidad.
En lo que se refiere a la estructura paramilitar de los tradicionalistas, según los detalles del sumario filtrados el 31 de mayo por el periódico La Prensa de San Sebastián (y recogidos por Luz, Diario de la República el 2 de junio), la investigación había sido llevada a cabo por el Inspector Izquierdo, auxiliado por varios agentes de la plantilla de Pamplona. En el sumario se afirmaba la existencia de treinta decurias en Pamplona, con trescientos hombres en total. Un acusado, llamado Manuel Martínez Estrada, habría facilitado a la policía detalles sobre la Decuria número 19 y como consecuencia de tales acusaciones fueron detenidos Generoso Huarte, Eusebio del Burgo, Lucio Jiménez, Antonio Munárriz, Auspicio Cuantinero, Miguel Saralegui, Carmelo Unsain, Fermin Miguel y Juan Lesaca. Mientras Generoso Huarte sería el cabeza de toda la trama paramilitar carlista (algo corroborado por la propia historiografía carlista y también por la historiografía académica especializada reciente), según el sumario Eusebio del Burgo sería jefe de una Decuria específica, la número 19. Jaime del Burgo, por su parte, habría sido procesado por su implicación en los sucesos de abril. Eusebio del Burgo habría entregado a los componentes de la decuria una pistola, un cargador de repuesto y una caja de municiones a finales de 1931. Las pistolas serían de la marca francesa Colonial y de la marca eibarresa Astra, todas del calibre 7,65. Los decurianos habrían efectuado prácticas de tiro en Mendillorri.
Las noticias proporcionadas por La Prensa fueron corroboradas por Luz en su número del 6 de junio, apuntándose en él el nombre de quien aportó las declaraciones clave, el anteriormente mencionado Manuel Martínez. Se remarcaba la actuación del gobernador civil de Navarra, Manuel Andrés, en la operación y se comentaba que los requetés habían intentado asesinarle.
Al año y medio los procesados fueron absueltos en el juicio con jurados registrado en la Audiencia de Pamplona de la acusación “de un supuesto delito de confabulación para la rebelión por medio de una organización secreta y armada en grupos de diez al estilo de las decurias, para cada uno de los cuales solicitaba el fiscal la pena de ocho años y un día de prisión mayor más otra pena de un año y un día de prisión correccional por uso de armas sin licencia”. En la primera vista, en enero de 1933, todos los procesados “negaron el hecho que se les atribuía; pero al comenzar el desfile de testigos, como faltasen dos de ellos, cuya declaración estimó el fiscal imprescindible, solicitó de la Sala la suspensión de la vista para dar lugar a la comparecencia de estos dos testigos de cargo, a lo que accedió el Tribunal”.
El 19 de mayo de 1933 se comenzó a ver la causa de nuevo. Según el Diario de Navarra de 20 de mayo, el fiscal alegaba que “la Juventud Jaimista de esta ciudad, partido político contrario al régimen imperante, para derribar este y sustituirlo por un Gobierno monárquico absoluto, había constituído la titulada milicia carlista, distribuída en grupos de diez, llamadas Decurias, a las que sin la correspondiente licencia había provisto de pistolas y distintivos al efecto, ejercitándose en adiestrarse en el manejo de aquéllas y preparándose de todo ello en tiempo oportuno”. Los abogados de los procesados (Echaide, Ruiz de Galarreta, Borja y Arellano) negaban “en absoluto la participación de sus patrocinados en los hechos delictivos de que se les acusaba por el Ministerio Fiscal”. Los diez procesados volvieron a negar en los interrogatorios a los que fueron sometidos en la vista, tal y como habían hecho en la instrucción del sumario, “terminantemente tal organización y más aún la confabulación para derribar el régimen, que se les atribuía”. Los testigos de cargo no puntualizaron acusaciones concretas. El único testigo que formulaba acusaciones concretas en el sumario, el referido Manuel Martínez Estrada, que, según el periódico, se había pasado del Partido Jaimista al Socialista, no había comparecido. A causa de la falta de dicho testimonio el fiscal volvió a pedir la suspensión de la vista, a lo que accedió el tribunal.
En octubre del mismo año se abrió de nuevo la vista por tercera vez. Según el Diario de Navarra de 26 de octubre de 1933, el testigo Martínez Estrada tampoco compareció esta vez. “En vista de su incomparecencia reiterada el fiscal, rectificando su actitud de las dos veces anteriores, dio por reproducida la declaración sumarial de este procesado y a ella se atuvo principalmente en su informe para mantener la acusación contra los diez procesados”. Los defensores de los acusados (Echaide, Ruiz de Galarreta y Borja) “deshicieron en muy concidos informes la acusación fiscal y convencieron tan plenamente a los Jurados que, tras muy breve deliberación, emitieron veredicto de inculpabilidad a favor de los diez procesados”. Consecuentemente los acusados fueron absueltos.
A partir de finales de 1932, tal y como indican Eduardo González Calleja y Julio Aróstegui (en “La tradición recuperada: el Requeté carlista y la insurrección”), el Requeté dejó de organizarse en decurias y comenzó a articularse en patrullas, grupos, piquetes, requetés y tercios, no plasmándose estas últimas unidades superiores hasta más adelante. En 1933 Generoso Huarte dejó la jefatura del Requeté navarro en manos de Ignacio Baleztena. Por su parte Jaime del Burgo simultaneó sus tareas de organización paramilitar del tradicionalismo pamplonés con la publicación de la revista Aet donde se llamaba abiertamente a la insurrección. El suplemento al número 166 de la revista de la UGT ¡¡Trabajadores!! de 23 de abril de 1934 se refirió a un artículo de Jaime del Burgo en Aet de aquel mes en el que afirmaba “Seamos hombres y sepamos vengar al caído; aunque sea haciendo poner para todo un año a los socialistas crespones de luto en sus centros. Porque CONTRA ESOS CUALQUIER PROCEDIMIENTO QUE SE UTILICE ES BUENO: LA BOMBA, EL PUÑAL Y EL INCENDIO”.
Por último, cabe recordar las alabanzas que Eladio Esparza desde su columna diaria en Diario de Navarra dirigió a Jaime del Burgo el 14 de enero de 1933 por el drama Lealtad escrito por este último en la cárcel. Esparza, al que ya nos hemos referido en múltiples ocasiones en este blog por su papel de ideólogo en el apoyo de la derechona navarra al golpe militar de julio de 1936 y en la represión subsiguiente, recordó que “no puede, por tanto, sorprendernos el tono de amargura abrumadora, de acidez trágica, de color sombrío que ha dado a ese esbozo de tragedia. Es difícil el optimismo riente en la cárcel. Se necesita poseer un temperamento especialísimo para dar cabida, dentro de la cárcel, a ideas y sentimientos que no rezumen amargura”.
Fernando Mikelarena, en su blog
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