lunes, 18 de febrero de 2013

RESUMEN DE LA CHARLA DE FERNANDO MIKELARENA SOBRE LA GESTIÓN POLÍTICA DE LA MEMORIA HISTÓRICA


El ponente comenzó su exposición hablando de las características de los conceptos de historia, memoria y memoria histórica. Mientras las pretensiones de objetividad de la historia como disciplina que interpreta el pasado se ven dificultadas por la subjetividad imperante en la mayoría de los historiadores, la memoria es siempre subjetiva, múltiple y diversa. Con todo, historia y memoria pueden complementarse mutuamente. En lo que respecta al concepto de memoria histórica, tiene que ver con las políticas de lectura del pasado en relación con una multitud de aspectos posibles, dictadas por las instituciones públicas o por los grupos sociales con influencia en una sociedad con finalidades de legitimar, rehabilitar, reparar, honrar o condenar dotando a su discurso de cargas emocionales e identitarias. La memoria histórica, a partir de la confluencia de la historia y de la memoria, debe ser inclusiva, integral y consensuada para ser válida, tratando de generar las políticas públicas de memoria histórica lugares y relatos de memoria que puedan ser compartidos por la mayor parte de la sociedad. 
Las cuestiones del pasado a gestionar políticamente en el presente a través de prismas de memoria histórica en los que confluyan historia y memoria pueden todas aquéllas de las que se deriven consecuencias para el presente, lo cual hace que dicha gestión política del pasado esté abierta a una multiplicidad de asuntos. No obstante, habría que dar prioridad a las cuestiones relacionadas con la gestión política de la memoria histórica de la violencia política en el pasado a causa de su mayor trascendencia en lo que tiene que ver con la convivencia en el presente.
Tras ofrecerse una definición de violencia política (como el uso consciente, o la amenaza del uso, de la fuerza física por parte de individuos, instituciones, grupos o partidos que buscan el control de los espacios de poder político, la manipulación de las decisiones en todas o parte de las instancias de gobierno, y, en última instancia, la conquista, la conservación o la reforma del Estado) y distinguirse entre violencia política explícita o no explícita en función de la existencia de agresiones físicas, se diferencian tres variedades fundamentales de violencia política explícita: la violencia de Estado; la violencia ejercida por grupos organizados de ciudadanos mediante acciones revolucionarias, de guerrilla o de lucha armada urbana; y las situaciones de guerra civil por competir las fuerzas en pugna en cierto plano de igualdad. Es importante subrayar que la violencia política precisa de la creación de una ideología de legitimación y de la creación de organismos de instrumentalización que la administren y la dirijan.
Seguidamente se desglosan los diferentes ciclos de violencia política registrados en el país vasconavaro en los dos últimos siglos: el de la Guerra de la Independencia; el que comprende la guerra realista y las guerras carlistas en el siglo XIX; el de la guerra civil y el franquismo; y y el del conflicto de baja intensidad vivido entre 1975 y 2010. 
Se remarca que la violencia política explícita ha marcado enormemente a Euskal Herria en dos sentidos: condicionando la evolución políticoideológica en general del territorio y condicionando el posicionamiento de las personas ante las alternativas en pugna. Se resalta que el uso de la violencia política ha beneficiado a quienes salieron como vendedores de las contiendas, constituyendo el mejor ejemplo los sublevados de 1936. No obstante, en nuestro suelo también se comprueba que incluso los perdedoreshan obtenido réditos políticos de la práctica de la violencia política: el carlismo tuvo la habilidad para erigirse en un contrapoder popular y en la actualidad si a lo largo de la existencia de ETA la Izquierda Abertzale ha tenido unas cotas de poder notables, la derrota militar de ETA, finalmente concretada en 2010, ha posibilitado que, gracias a políticas de coalición con otros partidos, la Izquierda Abertzale haya aumentado su presencia en el entramado institucional. Esto último es explicable porque mediante la interacción de elementos ideológicos y de otros ligados con la polarización de las personas inherente a dicho conflicto se pueden mantener apoyos sociales considerables. 
Desde un punto de vista científico, en relación con la extensión de la violencia en el campo de la política y de las ideologías y en la conformación de cleavages o líneas de fractura que segmentan políticamente la sociedad, proyectándose en el tiempo, puede traerse a colación la teorización acuñada por Charles Tilly desde la sociología histórica. Este autor planteó que las acciones colectivas (consideradas en una amplia acepción) generaban identidad y repertorio a los actores en determinados contextos de oportunidad. El concepto de repertorio se refiere a un modelo de actuación colectiva validado por la experiencia acumulada de los actores en cuanto a su practicidad y que se transmitiría en el tiempo como experiencias vitales generacionales. Los repertorios más efectivos serían aquéllos que hubieran conseguido movilizar un número significativo de participantes con un alto grado de cohesión interna y convencimiento para comprometerles en el logro de determinados objetivos bien definidos, consiguiendo además respetabilidad y legitimidad social. A nuestro entender, si aplicamos todos los conceptos anteriores a las guerras civiles abiertas registradas en nuestro suelo, así como al conflicto de baja intensidad de las últimas décadas, podremos comprender mejor la persistencia de la violencia política en nuestro suelo. En todas esas dinámicas los alzados contra el poder establecido han conseguido, en diferente medida según las épocas (pero en cualquier caso, significativa para cada contexto), un número amplio de seguidores, cohesionados, convencidos y comprometidos con el ejercicio de la violencia, logrando además cierta respetabilidad y legitimidad social. En todos lo casos, además, se ha partido de un convencimiento: el de las posibilidades de conseguir fines políticos mediante el empleo de la violencia, fines que resultarían imposibles de conseguir para esos movimientos mediante las vías parlamentarias o civiles. 
Considerando los parámetros de la gestión de la memoria de la violencia política realizada en Navarra (actitudes, objetos y etapas), el ponente critica el triple reduccionismoque se suele hacer del tema.
En primer lugar, el reduccionismo de quienes quieren circunscribir la cuestión de la gestión de la memoria de la violencia política a determinados arcos temporales, bien al de la guerra civil y el franquismo, bien al posterior a 1975. A juicio del ponente, sin que se tenga que entender que una y otra violencia están relacionadas entre sí y juzgando equivocado el tratar de confrontar la violencia de un periodo con la del otro, se debe enfocar todo el periodo posterior a 1936 en cuanto que constituye el marco vital y experiencial de cohortes generacionales todavía vivas y en cuanto que el recuerdo/olvido de la violencia de la guerra civil y la dictadura sigue siendo todavía una asignatura socialmente pendiente. Asimismo, hay que evitar que los extremos, precisamente los más concernidas desde el punto de vista ideológico con los protagonistas de la violencia política en uno y otro periodo, se arroguen el derecho de defender con patente de exclusividad a las víctimas de una y otra parte. Por lo tanto, hay que hacerse eco de todas las víctimas y establecer una política de memoria histórica en relación con todas ellas, por ellas pero también como mecanismo de condena y de evidenciación de los males ocasionados por la violencia política.
En segundo lugar, se critica el reduccionismo de quienes limitan la gestión de la memoria de la violencia política a las víctimas directas. Aunque las víctimas directas y sus familiares deben de constituir el núcleo central de atención en las labores de reconocimiento y reparación de su sufrimiento en todos los planos, desde el historiográfico y mediático hasta el moral y el político, convendrá asimismo recordar a quienes, sin haber perdido la vida, tuvieron o han tenido que actuar de un modo no voluntario a causa de las amenazas y de las imposiciones y sufrieron o han sufrido ultrajes y perjuicios, así como conculcaciones de sus derechos.   
En tercer lugar, se critica el reduccionismo de quienes olvidan en la gestión de la memoria de la violencia política a los verdugos. Aunque existe un porcentaje de asesinados en los que la responsabilidad no está  aclarada y la acción de la justicia ha sido muy indulgente con las conculcaciones de derechos producidas por agentes del Estado o por mercenarios del mismo, la mayoría de los asesinados por motivaciones políticas de las últimas décadas han sido objeto de resarcimiento a través de procedimientos penales que han implicado castigos a los culpables. De cualquier forma, constituiría una labor pendiente la realización de una autocrítica por parte de los sostenedores y legitimadores de la violencia política de las últimas décadas. Yo personalmente creo que no y que sus sostenedores últimos deberían realizar una seria autcrítica acerca de esa cuestión. En lo que respecta a los asesinos de la guerra civil y de la Dictadura, su impunidad jurídica podría ser contrarrestada, si bien de forma sólo indiciaria, por la investigación historiográfica.
Se defiende, por tanto, una visión integral de la gestión de la memoria de la violencia política del pasado en la que habría que tener en cuenta todo el arco temporal desde 1936 hacia aquí, habría que hablar de todas las víctimas directas e indirectas y habría que introducir la variable de los verdugos, sobre todo en lo relativo a la guerra civil, la potsguerra y la Transición, pero también en los responsables últimos de la violencia política de las últimas décadas, más allá de los incriminados en la acción directa. Todo ello serviría para la deslegitimación de cara al futuro del recurso a la violencia política para la consecución de objetivos políticos. En esa visión integral laten dos nociones fundamentales; el derecho a la memoria y el deber de memoria. La gestión de la memoria de la violencia política entendida en sentido omnímodo no puede ser sólo responsabilidad de las instituciones, sino que ha de descender también al plano de la sociedad civil e incluso de las personas. La sociedad en su conjunto ha de valorar la necesidad del ejercicio del derecho a la memoria de aquella violencia. De la misma manera, todos debemos de compartir la noción de deber de memoria, pese a quien pese y cueste lo que cueste. Sea como sea, se constata que, a excepción de los extremos, los demás sectores del escenario político navarro serían favorables a la gestión integral de la memoria de la violencia política desde unos puntos de vista inclusivos, al menos en relación con los arcos temporales a contemplar y en relación con las víctimas y el ámbito de lo simbólico.
Por último, en relación con la gestión institucional de la memoria relativa al 36 y al franquismo se advierte una especie de vértigo tanto entre los historiadores como en los políticos como en la sociedad en general a la hora de entrar en más concreciones sobre el holocausto que supuso para la izquierda navarra el verano y otoño de 1936. Todo ello condicionado por el olvido y la desmemoria a la que se vieron forzadas las víctimas y sus familiares y por las actitudes favorables a aquellas actitudes de las formaciones políticas y sindicales como el PSN y la UGT, a las que pertenecían la mayor parte de los inmolados, y de las diferentes formaciones de la derecha a la que este tema resulta sumamente incomodo. De cualquier forma, otro elemento a tener en cuenta es el propio malestar de la misma sociedad navarra a realizar un ejercicio de introspección acerca de las causas y responsabilidades últimas por el silencio mantenido hacia sus hijos por parte de los progenitores en relación con sus actuaciones en la guerra y por el posible temor de éstos últimos a ver involucrados a familiares en sucesos represivos poco edificantes, dado el dominio tan absolutamente abrumador de la derecha, sector políticamente matriz de la represión, en Navarra en la Segunda República.

Fernando Mikelarena, en Pamplona-Iruñea, el 15 de febrero de 2013.

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