Lo razonable desde la perspectiva partidaria era velar por el mantenimiento del poder institucional; lo más democrático, confrontar proyectos tanto en lo que atañe a la estrategia como a las formas de relacionarse con la militancia. Alberto Catalán se ha decidido a arriesgar su carrera política por sus ideales, huérfana Yolanda Barcina del apoyo expreso de Miguel Sanz cuatro años después, enmendando la plana a quienes le achacamos falta de determinación.
Cauto como siempre ha sido y conocedor de las estructuras de UPN como casi nadie, cabe imaginar que el corellano salta al vacío con paracaídas en forma de suficientes votos comprometidos para su causa. Ocurre sin embargo que el regionalismo ofrece una vis asamblearia y que, como presidenta orgánica que sigue siendo, Barcina puede tirar de lista para pelear ahora por todos los electores que ha ignorado desde que accedió al trono de la Diputación. Tal vez demasiado tarde, si bien el número de lealtades que preserve dependerá en buena medida de los cargos unipersonales de su plancha -vicepresidente y secretario general- que pueda presentar en el congreso.
Porque, al contrario de lo que se propalaba ayer desde algunos foros, ahí estará el 17 de marzo, pues Barcina no puede dar la espantada. No puede sustraerse a la guerra total porque, sin salida franca en Madrid a través de este PP noqueado, cómo regresar a la UPNA derrotada sin siquiera plantear batalla. Por supuesto, tampoco cabe reactivar el acuerdo con Catalán del que luego abjuró confiando en que su ya antagonista no osaría poner a UPN patas arriba.
Barcina lo tiene peor que regular, además de por esa impronta tan personalista suya, porque para probablemente la mayoría del partido se ha revelado errónea su doble decisión de recuperar primero el pacto con el PP en el Congreso -entente que solo deparó dos diputados- para después romper con el PSN entrampándose en una minoría parlamentaria que le asfixia. Con el gravoso añadido para ella de que su imagen de gestora hábil y sin mácula está literalmente por los suelos, con el desempleo foral en cifras récord y acogotada por comportamientos tan censurables como cobrar 19 días de la UPNA sin trabajar, percibir dietas opacas de Can o invertir cuando era presidenta de la Comisión de Control de esa entidad en una sociedad que le compró locales para después alquilárselos.
El problema de Barcina es que, perdiendo la cuita interna, extravía al alimón la presidencia del Gobierno, ya que cómo seguir gestionando lo de todos cuando los tuyos no quieren que te encargues de lo suyo. Paradójicamente, el de las elecciones anticipadas si ella cae puede tornarse en su mejor argumento para recabar adhesiones. La réplica que ya airean los acólitos de Catalán es de cajón: este Gobierno a la deriva está amortizado, al igual que Barcina como candidata porque, en lugar de sumar a la sigla, ahora resta. Por el contrario, Catalán encarna un perfil más neutro y coherente con las esencias regionalistas para recomponer el proyecto sobre la defensa del autogobierno y la cohabitación con el PSN habida cuenta de que el errático PP navarro no resulta una amenaza real.
Sentada cómodamente en el andén a la espera de la colisión entre semejantes trenes de mercancías, la ciudadanía se pregunta cuándo se le convocará a la urnas. Todo lo que no fuera una victoria holgada de Barcina debiera conducir necesariamente al inmediato adelanto electoral, puesto que con un triunfo ajustado no podría gobernar sin mayoría en nombre de una formación partida en dos. En caso de éxito de Catalán, también podría darse la opción, por remota que hoy pueda parecer, de que, dado que es parlamentario, se propicie su investidura sin comicios de por medio con el soporte de la dirección del PSN y de los consabidos poderes fácticos con influjo en el PSOE. Mucho ha llovido por aquí como para descartar posibilidades.
Víctor Goñi, en Diario de Noticias
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