Un excriminal de la ultraderecha
condenado a 43 años por asesinato trabaja para los Cuerpos y Fuerzas de la
Seguridad del Estado en casos judicializados y forma a sus agentes en técnicas
forenses de espionaje y rastreo informático.
—¿Emilio Hellín
Moro?
—Yo soy Luis
Enrique Hellín…
—Perdone, pero
¿no es usted Emilio Hellín, el autor del asesinato de Yolanda González, la
joven de 19 años que murió en 1980?
—No… Emilio
Hellín murió hace tres o cuatro años… Somos familia.
—No sabía que
tuviera un hermano llamado Luis Enrique.
—Es una historia
complicada porque somos hijos de la misma madre, pero de distinto padre. Luego
juntamos los apellidos… ¿Sabe? Líos de familia que prefiero no comentar.
—¡Se parecen
ustedes muchísimo! ¡Y los dos eran informáticos! Usted se ha cambiado el
apellido y aparece su currículo en Linkedin [web de contactos profesionales]
como Luis Enrique Helling. Se ha añadido una g al apellido.
—¿Sabe de qué murió Emilio? ¿Dónde puedo
localizar a su familia?
—No lo sé.
—¿De qué pueblo
son ustedes? ¿Puede enseñarme su DNI para demostrar que no es usted Emilio
Hellín?
—La conversación ha
terminado…
Luis Enrique
Hellín Moro, de 63 años, es un tipo alto y corpulento, tiene una frente
despejada y pelo blanco en las sienes. No rehúye la mirada y habla con aparente
calma y frialdad. Viste una camisa de lana clásica de cuadros, pantalón de pana beige y zapatos marrones. De su cuello
cuelgan unas pequeñas gafas graduadas.
El encuentro con el periodista tiene lugar en la oficina de su empresa, New
Technology Forensics, especializada en peritaje criminal, en una tranquila
calle en el barrio madrileño de San Isidro, frente a un colegio público. El
local, de tres alturas, es una desordenada oficina de 30 metros cuadrados
repleta de ordenadores y teléfonos móviles, la especialidad de este técnico
superior de sistemas de telecomunicaciones e informáticos. Junto a la puerta
blindada de hierro, siempre cerrada, un cartel exhibe su nombre y el de dos de
sus colaboradores, uno de ellos apellidado Hellín Asensio. Emilio Hellín estaba
casado con María del Carmen Asensio.
En el departamento de defunciones del Registro Civil de Madrid, en el número 66 de la calle
de Pradillo, no consta el presunto óbito de Emilio Hellín Moro, el militante de Fuerza Nueva —partido de extrema derecha que
dirigía Blas Piñar— que
protagonizó en 1980 uno de los asesinatos más brutales de la Transición;
tampoco la Dirección General de la Policía ha expedido en los últimos años
ningún carné de identidad a su nombre. Sí lo ha hecho, en cambio, a nombre de
Luis Enrique Hellín Moro, el experto informático que niega ser el excriminal
pese a su extraordinario parecido físico.
Emilio Hellín Moro,
condenado a 43 años de cárcel por el asesinato
en Madrid de Yolanda González Martín,
una joven militante del Partido Socialista de los Trabajadores (PST),
ha cambiado su nombre por el de Luis Enrique, según ha comprobado ELPAÍS en su
acta de nacimiento, depositada en el Registro Civil de Torre de Miguel Sesmero, un
pueblo de unos 1.200 habitantes en Badajoz. El cambio se oficializó hace 16
años, el 25 de enero de 1996, en virtud de un auto dictado por el Registro
Civil de Madrid en el expediente 402/95. Desde entonces, este es su secreto
mejor guardado.
Con este cambio de nombre que permite la
ley “si se demuestra una causa justa y no perjudica a terceras personas” el
ultra Hellín Moro disfrazó su pasado criminal poco después de cumplir condena
—permaneció entre rejas 14 años, con el paréntesis de una
espectacular fuga a Paraguay—, de los 30 de pena máxima que contemplaba el
Código Penal. Y al salir de la cárcel de Jaén 2 se construyó una nueva vida
centrada precisamente en el mundo de la investigación criminal y judicial, un
escenario del que él mismo fue protagonista estelar después de secuestrar a
Yolanda González en su casa de Madrid y descerrajarle dos tiros en la cabeza en
un descampado con el argumento de que ella era miembro de ETA, una falsedad.
El nuevo Luis Enrique Hellín Moro es ahora
uno de los principales asesores del Servicio de Criminalística de laGuardia Civil, participa en investigaciones judicializadas
sobre terrorismo y delincuencia, imparte cursos de formación a agentes de este
cuerpo, de la Policía Nacional, elMinisterio de Defensa, Ertzaintza yMossos d’Esquadra, da conferencias a
miembros de las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado en organismos
oficiales y cobra por sus servicios del Ministerio del Interior, según ha
comprobado este periódico. También asiste como perito a la Audiencia Nacional y
a numerosos juzgados de distintas ciudades españolas. Su especialidad es el
rastreo de pruebas en teléfonos móviles, ordenadores y dispositivos digitales
que han intervenido en actos terroristas, crímenes, homicidios, secuestros,
delitos económicos, financieros o informáticos, según consta en su currículo y
confirman varias fuentes oficiales y judiciales. Jamás confiesa que el hábil y
frío experto en telecomunicaciones, teléfonos espías, localización de llamadas,
intervención de comunicaciones, recuperación de SMS o móviles activadores de
explosivos es, en realidad, el ultra que a los 33 años, casado y con tres
hijos, dio “un paseo a Yolanda González por una España grande, libre y única”,
tal y como reivindicó el asesinato el Batallón Vasco Español, antecesor de los
Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL). Desde su aparición, el 24 de mayo
de 1978, los comandos paralelos del Batallón Vasco Español asesinaron a 12
personas en atentados dentro y fuera de España. La diferencia entre este y
otros crímenes del grupo parapolicial es que la víctima no tenía nada que ver
con ETA.
El comandante Ramón García Jiménez,
exdirector del departamento de ingeniería, electrónica e informática del
Servicio de Criminalística de la Guardia Civil, explica así el trabajo de
Hellín para este Cuerpo: “Nos asesoraba en cómo resolver y orientar algunos
casos forenses. Nosotros no abarcamos todos los campos. Le pedíamos apoyo sobre
cómo rescatar información de teléfonos móviles en casos judicializados que
estaban bajo nuestra custodia y control. También colaboraba, y me imagino que
sigue colaborando, en la formación de nuestros hombres. Es uno de los técnicos
civiles más formados y va más adelantado en determinados campos de
investigación”.
¿Sabe usted algo
del pasado de este colaborador? “No conozco el pasado de este señor, solo sé
que ha respondido siempre a todo lo que le hemos pedido”, responde el
comandante García, destinado en el Ministerio del Interior.
El renacido Luis Enrique Hellín participó
en 2008 en un seminario sobre nuevas tecnologías en la lucha contra el delito
del Instituto Universitario de Investigación en Ciencias Policiales (IUICP) que
dirigía José Antonio García Sánchez-Molero, subdirector del organismo y
entonces coronel jefe del Servicio de Criminalística de la Guardia Civil.
Virginia Galero, directora del IUICP, asegura que a Hellín se le invitó por “su
especialidad”, y añade que el curso perseguía mejorar los medios de la policía
científica y del servicio de criminalística de la Guardia Civil. Este instituto
mixto depende de la Universidad de Alcalá y de la Secretaría de Estado para la
Seguridad del Ministerio del Interior.
El coordinador de este seminario y
subdirector del IUICP, José Miguel Otero, comisario jefe de la Unidad central
de Investigación Científica y Técnica de la Comisaría General de Policía
Científica, asegura no conocer a Hellín y afirma no recordarlo. “Vendría
invitado por otros miembros del instituto”, dice. Junto a Hellín participaron
también en la formación de policías y guardias civiles el juez Eloy Velasco, hoy en la Audiencia Nacional, y Matías
Bevilaqua, un informático detenido recientemente e imputado en la trama de
compra y venta de datos confidenciales desarticulada por la policía en la que
hay implicados varios detectives. Elhacker asegura que aquel programa fue “del
más alto nivel” y apostilla que la empresa de Hellín trabaja “muy bien”. El
exconvicto ha impartido numerosos cursos y talleres de formación en la
Dirección General de la Guardia Civil sobre “teléfonos espías”, obtención de
evidencias en Mac, iPhone e iPod, e interpretación de datos binarios obtenidos
de teléfonos móviles. Su último trabajo conocido es el rastreo de llamadas en el casoJosé Bretón, los dos niños supuestamente asesinados por su
padre en Sevilla
El asesinato de Yolanda González en 1980
conmocionó a todo el país. La joven nació en Deusto (Vizcaya) en el seno de
una familia trabajadora. Era la mayor de tres hermanos y obtenía notas
brillantes en el colegio público donde estudió el bachiller. A los 16 años se
afilió a las juventudes socialistas. Comprometida con sus ideas repartía de
madrugada propaganda revolucionaria a las puertas de fábricas como en las que
trabajaba su padre, un emigrante burgalés y soldador metalúrgico en Nife.
Polémicos permisos: En la imagen, Emilio Hellín sale de la
cárcel de Jaén en septiembre de 1993 para disfrutar de siete días de libertad.
Había cumplido la cuarta parta de la condena y su permiso fue muy criticado a
causa de sus antecedentes: una evasión y dos intentos de fuga.
Del cuello de
Yolanda colgaba una cruz Lauburu regalada por el comité de empresa de una
factoría vasca. A los 18 años se trasladó a Madrid para estudiar electrónica en el centro
de Formación Profesional de Vallecas. Vivía en un modesto piso en la calle del
Tembleque, en el barrio de Aluche, y limpiaba casas particulares para no pedir
ayuda a sus padres. “Era una persona lista, con una gran fuerza vital y entusiasta
de las cosas y las personas. Siempre pensando en ayudar a los demás”, recuerda
ahora Alejandro Arizcun, de 61 años, su novio de entonces y hoy profesor de
Historia de la Economía en una universidad pública.
La vida de
Yolanda en Madrid giraba entre sus clases en Vallecas, su trabajo de limpiadora
y la sede del PST, una escisión del PSOE. Durante la segunda quincena de enero
de 1980 participó en una huelga general de enseñanza, según reflejan
fotografías en las que aparece a la cabeza de las manifestaciones
estudiantiles. El viernes 1 de febrero de 1980, los militantes de Fuerza Nueva
Emilio Hellín Moro e Ignacio Abad Velázquez, estudiante de Químicas, se
presentaron en el domicilio de Yolanda, en el número 101 de Tembleque, con la
intención de secuestrarla e interrogarla. No estaba, por lo que volvieron sobre
las doce de la noche. En la calle contaban con el apoyo de otros dos militantes
de Fuerza Nueva, Félix Pérez Ajero y José Ricardo Prieto, y del policía
nacional Juan Carlos Rodas, que les aguardaban en un turismo. La joven intentó
impedirles el paso, pero no lo logró. La redujeron con violencia, registraron
el piso y la obligaron a acompañarles hasta el coche de Hellín. Se dirigieron
por la carretera de Alcorcón hacia San Martín de Valdeiglesias, a las afueras
de Madrid. En el trayecto, gritos, insultos y preguntas sobre un supuesto
comando de ETA que no existía salvo en la imaginación de los dos matones.
Acusaciones a las que Yolanda, que acababa de cumplir 19 años, no podía
responder. En un descampado frío y solitario, Hellín obligó a la joven a
descender de su coche y le disparó dos tiros en la cabeza a menos de un metro
de distancia. Abad, de orden de Emilio, la remató en el suelo. Su disparo
impactó en un brazo. “Cuando vi caer a Yolanda, quedé atontado y no me di
cuenta de que disparaba”, relató el primero a preguntas del fiscal durante la
celebración del juicio. La versión de Abad, en la que implicó a su compañero y
dio todo lujo de detalles sobre el secuestro y asesinato, fue idéntica a la del
fiscal.
Días después, el agente que colaboró en
el crimen confesó el asesinato al comisario Francisco de Asís. Hellín
descansaba en Vitoria alojado en la casa de un amigo, inspector de policía. El
ultra se jactaba de sus contactos en la Brigada Operativa de la policía.
Además, tenía un hermano en la Guardia Civil, y entonces los vínculos entre
miembros de la ultraderecha y los sectores más reaccionarios de
las Fuerzas de Seguridad del Estado eran frecuentes.
El 7 de febrero,
Hellín y Abad fueron detenidos y confesaron el asesinato. Ambos aseguraron que
lo hicieron en venganza por el asesinato de seis guardias civiles en el País
Vasco y porque sospechaban que Yolanda militaba en ETA. En el registro de la
escuela de electrónica de Emilio, en la que impartía clases desde hacía 11 años,
en el número 1 de la calle de San Roque, se descubrió un arsenal de armas y
explosivos. Con una gran antena, un Scanner VHF y un receptor captaban las
emisoras de la policía y de la Guardia Civil. Era el material del denominado
Grupo 41 de Fuerza Nueva, que dirigía Hellín, destinado a otros atentados.
Hellín no se resignó a cumplir los 43 años
de condena (asesinato con alevosía, delito de depósito de armas y seis delitos
de falsificación de documentos de identidad). Meses después de su ingreso en
prisión preventiva se escapó de la cárcel de Alcalá de Henares en compañía de
10 presos comunes, aunque fue detenido horas después. Fue clasificado como
interno especialmente peligroso y trasladado a Herrera de la Mancha, la cárcel
más segura del país. Pero no cejó en su empeño y lo intentó de nuevo cuando le
llevaron a la prisión de Cartagena, y lo logró al aprovechar un polémico
permiso de seis días de libertad concedido el 20 de febrero de 1987 por el juez
de vigilancia penitenciaria de Valladolid José Donato cuando estaba en la
cárcel de Zamora. Hellín huyó a Paraguay con su mujer y sus tres hijos. Y de
nuevo volvió a su pasión: la informática y la inteligencia. Creó el Centro de
Estudios Profesionales de Asunción, dedicado a las clases de informática, y
trabajó para los servicios secretos policiales y militares paraguayos formando
a agentes en la instalación de micrófonos y rastreo de llamadas. Cambiaba de
domicilio y utilizaba solo su segundo apellido hasta que fue descubierto por un
reportero de la revista Interviúque denunció su
paradero. En julio de 1989, la Interpol lo detuvo y el 21 de septiembre de 1990 fue
entregado a España y devuelto a su celda de la prisión de Zamora. Su aventura
en Paraguay bajo la protección del régimen de Alfredo Stroessner duró tres años. El dictador había invitado a su
toma de posesión en Asunción a Blas Piñar, dirigente de Fuerza Nueva, y a León
Cordón, entre otros ultras.
Los padres y hermanos de Yolanda González
ignoraban la nueva vida del asesino de su hija. Eugenio tiene 79 años y Lidia,
72. Siguen viviendo en Deusto y no han conseguido olvidar. Asier, de 39 años,
el hermano pequeño, no oculta su malestar. “Estoy perplejo. Es indignante que
este hombre realice esa actividad. No sé si se habrá arrepentido; todo el mundo
tiene derecho a una nueva oportunidad, pero, si lo hace con una nueva
identidad, solo ratifica el tipo de personaje que es. Está claro que en este
país las personas vinculadas a la extrema derecha gozan de privilegios”.
Alejandro Arizcun, el novio de Yolanda, responde atónito con una palabra:
“Tremendo”. Y añade: “Lo que usted me cuenta demuestra los lazos que Hellín
tenía entonces con los cuerpos policiales y que todavía mantiene vivos. Nunca
se investigó a fondo la implicación de algunos policías en el asesinato”.
Tras la visita del periodista a su
oficina en Madrid, Luis Enrique Hellín ha suprimido de su biografía en Linkedin la g de su
“abuelo inglés”. En su currículo de perito todavía queda una huella muy
profunda de su oscuro pasado: asesor en telecomunicaciones e informática
(1988-1989) del comandante en jefe de Estado Mayor del Ejército y del director
general de la Policía Nacional de Paraguay. ¿Nadie en la Guardia Civil y la
policía sabe quién es este experto forense informático que colabora en
investigaciones criminales y forma a agentes de las Fuerzas y Cuerpos de la
Seguridad del Estado?
José María Irujo, en El País
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