Hace ya algunos años pude escuchar a un conocido miembro del PP, uno de los llamados padres de la Constitución, cómo se reía de determinados personajes de la izquierda madrileña por haberse creído que Ruiz-Gallardón era un progre o una especie de político de suave centrismo y no lo que es: un nacional católico que identifica España con su particular religión, es decir, un integrista o ultramontano de tomo y lomo.
Que Ruiz-Gallardón haya usado buenas maneras y pocas estridencias en su trato político no hace sino poner de relieve la hipocresía de sus acciones. Las personas que así obran, dicen en Colombia, lo hacen con "nadadito de perro".
Y con ese "nadadito de perro", Gallardón se ha arrojado al río de la política y ha anunciado que va a cercenar los derechos de las mujeres, va a abolir la legislación de plazos en materia del aborto, y a retornar a la situación legal de 1985. Manifiesta así que estamos ante un cabal reaccionario, porque, se vista como se vista, según el diccionario es tal quien propende a restablecer lo abolido. Por más que lo adorne luego con lo del matrimonio de los homosexuales que, muy cuco, ha condicionado a lo que diga el Tribunal Constitucional. Cuando, si fuera partidario de la legislación actual, lo que debería haber hecho es defender que su partido retire el infame recurso que interpuso contra las vigentes normas que autorizan los esponsales entre personas del mismo sexo.
Por cierto, hay medios de comunicación que han picado y se han creído que los del PP están algo así como divididos con respecto a las nupcias de las personas homosexuales. Simplemente, se han repartido los papeles para hacer ver que allí caben políticos de todas las tendencias. Si bien nadie del PP ha sostenido que vayan a desistir del recurso que interpusieron en su día ante el Tribunal Constitucional.
En esta sociedad, a diferencia de la francesa, no hay partidos políticos fuertes de ultraderecha. Esos millones de fanáticos, que los hay sin duda, están dentro del Partido Popular; quien se siente deudor ante semejante fuerza (Intereconomía y su toro, la COPE, periódicos varios, tertulias machacantes, manifestaciones contra el aborto, etcétera). Entes y personas que actúan al dictado moral de lo más retrógado del episcopado católico con Rouco Varela a la cabeza.
De ahí que Gallardón nos hable del concebido (qué curioso: ya no usa lo del nasciturus), del derecho a la vida, para postular en la práctica que hay que abolir la legislación de plazos y retornar a la situación de 1985. Qué idioma tan poco constitucional; con lo sencillo que es emplear las reflexiones de Tomás y Valiente sobre este asunto y recordar que la Constitución se refiere en concreto a la libertad de las mujeres dentro del valor superior de la libertad (artículo 1.1 del texto) y no dice nada de tan abstracto "derecho a la vida" inventado por juristas nacional católicos como el actual ministro de Justicia.
Gallardón se ha mofado, además, de los millones de personas que estamos en desacuerdo con su actitud. Ha dicho que se siente ¡progresista! al formular semejante retroceso. O sea que, en ese su particular lenguaje de las cosas al revés, progreso es lo que va hacia detrás y no lo que se proyecta hacia delante. Así que, pese a su estética de madurito opositor a judicaturas y repipi sabelotodo, hay que otorgarle un merecido suspenso en lengua castellana por confundir a las mentes avanzadas (llamadas progresistas) con el cangrejo (cuya marcha para atrás bien podría ser su propio símbolo y el de su partido).
Por otro lado, esto va a traer una fuerte división en el seno de la sociedad civil. ¿Es que nadie se acuerda ya de los enfrentamientos de los años ochenta? ¿se quiere volver a aquel montaraz diálogo de sordos entre partidarios de la libertad de las mujeres y los del nasciturus, hoy concebido, en el jurídico léxico de Gallardón?
Y es que el proceder de Gallardón es bastante típico de la derecha española. Le trae sin cuidado lo que piensen tantísimas mujeres ni la secularización imparable de una sociedad en la que los matrimonios civiles superan ya a los religiosos. Quizá por eso los quiere pasar por el notario, para penalizarlos por el pago y que no haya espacio suficiente en las notarías para las celebraciones y jolgorios habituales. Por lo menos, que no festejen sus paganos esponsorios, se dirá seguramente tan tieso y pío ministro.
Realidad, lo que se dice realidad para la derecha, es la suya, nunca la de quienes piensan diferente y menos, como es el caso, si anda la religión por medio. En la lengua castellana que hablaban nuestros liberales y republicanos, los partidarios de la dictadura de Primo de Rivera y la de Franco eran facciosos. Porque defendían nada más que sus propios intereses de bando, de facción, de partido, adobados con una manera unilateral y obligatoria de entender el catolicismo y, sobre todo, ajenos totalmente al interés general recogido en la Constitución y en los procedimientos democráticos de respeto a todas las ideas.
Gallardón así lo ha querido y el enfrentamiento civil está garantizado. No tengo ninguna duda sobre la respuesta fuerte y colectiva que tendrá ese atildado y orgulloso ministro de Justicia, quien no pasa de ser -se lo debo a Benito Pérez Galdós- un faccioso cien por ciento.
José Ignacio Lacasta Zabalza, en Diario de Noticias
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