Ha muerto en Berlín Christa Wolf, una de las escritoras más representativas de los convulsos años de la segunda mitad del siglo XX. Nació en 1929 en la provincia prusiana de Bradenburgo, territorio alemán que pasó a Polonia después del final de la guerra; se educó en el nacionalsocialimo, como la mayoría de las niñas de su entorno, pero a partir de la “Noche de los cristales rotos”, horrorizada por la represión de los judíos y la persecución de los comunistas, y aun más después de la muerte de su padre en el frente, declaró: «¡Odio a vuestro Fuhrer¡». Finalizada la guerra, hubo de huir con su familia en un penoso éxodo y abandonar el que hasta entonces había sido su mundo, estableciéndose en la recién creada República Democrática Alemana (RDA).
Retomó sus estudios y se licenció en Filología Alemana; buscó contactos con los compatriotas que habían combatido contra el nazismo o se habían exiliado, e ingresó en el Partido Socialista Unificado Alemán, de cuyo Comité Central llegó a formar parte, abrazando el nuevo régimen comunista como la alternativa más radical al sistema nacionalsocialista. Nunca abandonó, al menos explícitamente, sus convicciones marxistas, y parece que en los primeros momentos de entusiasmo revolucionario fue contactada por la Stasi para la propaganda cultural; pero muy pronto se convirtió en una voz crítica que exigía mayor libertad de expresión y pluralidad de ideas en pro de lo que podría ser un socialismo democrático y humano.
Una de sus primeras novelas, El cielo dividido (1963), podemos considerarla dentro del realismo socialista de carácter doctrinario. Pero en ella ya se puede advertir una cierta mirada crítica acerca de la construcción del Muro. A partir de entonces desarrolla una intensa actividad política y cultural expresando públicamente sus demandas en contra de la censura y a favor de una mayor libertad de opinión. En 1968 publica Reflexiones sobre Christa T., de carácter autobiográfico, en la que se puede apreciar el desencanto ante una sociedad que se aleja de la ilusión que un día había albergado. Tiene dificultades para publicarla en la RDA, mientras que en la Alemania occidental es aclamada como escritora disidente. Corrían entonces nuevos vientos en Europa de los que la Primavera de Praga y el Mayo francés eran una buena muestra. También su estilo literario ha cambiado: rompe con el realismo social y busca una mayor subjetividad.
De carácter también autobiográfico es Muestra de infancia (1976), en la que reflexiona sobre la culpa colectiva del pueblo alemán durante el nazismo y vuelve a criticar el burocratismo y la cerrazón del régimen comunista. Sus movilizaciones de protesta, junto con otros intelectuales, en defensa de la libertad de expresión le supusieron la expulsión de la directiva de la sección berlinesa de la Unión de Escritores, al tiempo que su esposo, Gerhard, era expulsado del partido. En esos años, Christa conoce las movilizaciones feministas de la Alemania occidental y aboga por la creación de un movimiento a favor de la emancipación de las mujeres y de la igualdad de derechos; tal actitud no es bien vista por el régimen comunista, que la acusa de empujar a las mujeres a ocupar roles masculinos.
Los años ochenta son los más duros de la guerra fría y del rearme nuclear, y Christa Wolf participa en un encuentro internacional de escritores a favor de la paz y contra la proliferación de las armas nucleares. Unos años más tarde, con motivo del accidente de Chernóbil, publicará Accidente: noticias de un día (1987) sobre los peligros de la industria nuclear. Invitada a pronunciar un ciclo de conferencias en la Universidad de Fráncfort, obtiene un éxito espectacular y su influencia en Europa crece. La novela Casandra (1983) consagra su éxito como novelista. A pesar de estar vigilada por la policía política de la RDA, viaja por Europa y EE UU y recibe importantes premios literarios y honores académicos.
A finales de los 80, como consecuencia de los nuevos aires que soplan en la Unión Soviética (glasnost y perestroika), se acentúa la conciencia de desintegración del bloque socialista y muchos escritores, entre ellos Christa Wolf, se manifiestan a favor de una reforma profunda que evite la desintegración del país y una mayor humanización del sistema socialista.
Tras la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989), cuando crecen las voces a favor de la unificación alemana, ella se muestra en desacuerdo. A pesar de sus profundas desavenencias con el régimen de la RDA, confiaba todavía en la posibilidad de reformas para lograr un sistema de socialismo democrático en una RDA libre e independiente. Esta actitud contraria a la reunificación le acarrea duras críticas e injustas acusaciones de colaboración con la dictadura comunista.
En 1990 publica Lo que queda, escrito diez años antes pero aún inédita, en donde reflexiona sobre la vigilancia que había soportado por parte de la Stasi. La crítica occidental la acusa de hipocresía y victimismo y se desencadena una campaña de descrédito que ahoga las pocas voces que salen en su defensa. Son años muy difíciles que la llenan de desánimo y desconcierto.
Casandra (1993) se inspira en las leyendas recogidas en la literatura griega clásica: en el II libro de la Ilíada y en las tragedias Las Troyanas y Helena de Eurípides y Agamenón de Esquilo. Según el mito, Casandra, hija de Príamo, rey de Troya, recibe de Apolo el don de predecir el futuro a cambio de mantener relaciones sexuales con el dios, a lo que Casandra no accede. Apolo, encolerizado por su rechazo, la condena a no ser nunca creída. En los textos antes citados hay muy escasas referencias a la vida de Casandra: se dice que predijo la caída de Troya sin que sus compatriotas dieran crédito a sus predicciones y que fue entregada como esclava a Agamenón y asesinada, junto con éste, por Clitemnestra, la esposa del rey griego. Con estos escasos mimbres teje Christa Wolf una historia apasionante y trágica en una novela polisémica que, sin perder su locus histórico, se imbrica en el presente y propone diversas y complementarias lecturas.
La narración adopta una mirada retrospectiva. Casandra, a las puertas de Micenas, patria de Agamenón, espera su muerte inminente y en un largo monólogo rememora la guerra entre griegos y troyanos, la derrota y destrucción de su patria y el destino trágico de los vencidos. En ese estremecedor monólogo se superponen varios discursos: primero, la irracionalidad de las guerras; segundo, la burocratización de un sistema político que, superado por los acontecimientos bélicos, actúa de manera cada vez más irracional y tiránica; tercero, la voz de las mujeres, marginada, reprimida, silenciada.
La novela está escrita en plena guerra fría y rearme nuclear, y no es difícil encontrar en ella un reflejo de las vivencias de la autora. Su crítica de los desastres de la guerra y del militarismo es demoledora, así como el reflejo del progresivo deterioro de un sistema que por un momento creyó que podía traer consigo justicia y bienestar, un régimen político secuestrado por la irracionalidad de los militares: la Troya de Casandra es un trasunto de la RDA.
Lo absurdo de la guerra queda también reflejado en la ausencia de motivo para el enfrentamiento. La guerra de Troya se fundamenta en la huida de Helena, esposa del rey griego Menelao, con Paris, hijo de Príamo, rey de Troya, pero Casandra recoge la versión de Eurípides en Helena, según la cual, Helena no está realmente en Troya, sino que se ha quedado en Egipto: los troyanos lo saben, pero no quieren reconocer la verdad, arrastrados por el propio orgullo y por el desafío de los griegos. Éstos, los enemigos, se presentan con los tintes más negativos: traidores, crueles y faltos de honor, asesinan a los prisioneros, violan a las mujeres y no tienen compasión con los vencidos: Aquiles, la Bestia, es su prototipo.
El protagonismo de Casandra es también el protagonismo de las mujeres. Su voz silenciada se alza como la única voz portadora de razón, de prudencia y de humanidad frente al progresivo deterioro de los valores patrios; es una voz ética a la par que política. Llama infructuosamente a los suyos a promover la paz desvelando la verdad sobre Helena, y cuando ya nadie la escucha, se retira al mundo de las mujeres. El mundo de las mujeres está en las cuevas, fuera de las murallas, al pie del monte Ida. Allí se encuentran aquellas personas que aún conservan su humanidad y que, lejos del fragor de la batalla, cuentan historias llenas de sabiduría, tejen, curan a los heridos, esconden a las fugitivas amazonas, se aman y observan con serenidad el derrumbe de un mundo ya fenecido para siempre. Casandra ha perdido la fe en los hombres, en su amado padre, el rey Príamo, en su admirado hermano Héctor, al que sabe condenado; sólo conserva su amor por Eneas.
Christa Wolf se permite una licencia novelesca, la ficción dentro de la ficción, y presenta al héroe troyano, futuro fundador de Roma, como el único hombre que mantiene la cordura, que lucha, pero sabe la batalla perdida y que, en lugar de inmolarse como el resto de los héroes troyanos, prepara la huida hacia un futuro incierto. «Eneas, que nunca me acosaba, que me aceptaba como era, y no quería doblegar ni cambiar nada en mí, insistió en que me fuera con él», pero Casandra no puede acompañarlo: sabe que su futuro, como el de Eneas, ya está escrito; a ella le esperan la esclavitud y la muerte, mientas que el destino de Eneas ha de ser convertirse en héroe. «No puedo amar a un héroe: no quiero presenciar tu transformación en estatua», le dice al despedirse.
Casandra fue acogida con entusiasmo por una gran parte del movimiento de mujeres. Expresaba con gran fuerza literaria algunas de las ideas clave del feminismo europeo: la reacción contra la invisibilidad histórica de las mujeres, la implicación de éstas en la protección de la naturaleza, su defensa de la vida, su lucha por la paz. Coincidía, además, con el auge del ecologismo y con la denodada lucha pacífica de las organizaciones feministas contra el despliegue de misiles de cabeza nuclear en Italia y en el Reino Unido. Era una voz que llamaba a las mujeres a hacer oír su voz por la paz en un mundo que parecía dirigirse a una nueva catástrofe.
Paloma Uría (en Página Abierta)
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