La realidad me golpea la cara. Pero aun así me permite seguir viendo, auque lo que me gustaría sería me apaleara los ojos hasta inutilizarlos.
Porque las imágenes que contemplo oprimen mi corazón y me arañan el alma. Bebes asesinados, niños y niñas masacrados por la codicia y el afán de poder humano. Y mientras sus progenitores arden en el más intenso dolor inimaginable, sus asesinos sonríen. No sólo eso, como si de cazadores mostrando sus presas se tratara, retratan su homicidio, jactándose orgullosos de su mezquindad. Un trofeo a costa de quitar vidas humanas. Vidas que acaban de nacer. Vidas que como seres humanos deberían defender. Vidas sesgadas antes de tiempo convertidas en muertes inútiles que se podían haber evitado. Porque los niños nunca podrán ser una amenaza, por mucho que algunos se empeñen en justificar sus terribles acciones. Son una promesa, son un mañana. Son las personas más importantes para sus familias y del mismo modo deberíamos protegerles de cualquier mal entre todos y todas.
Me cuesta imaginar el tipo de persona que ante un delito así pueda mostrarse altanero. Simplemente ha de ser un monstruo con demasiado poder. Incapaz de generar ninguna actitud empática por los otros, lleno de odio y prejuicios infundados, con una absoluta falta de razonamiento y demasiada crueldad. Pero ¿quién es más responsable de esta barbarie? Este soldado adoctrinado y enajenado o el Gobierno que lo ha formado y entrenado. Para luego darle la opción de ejecutar a los más débiles. Y condecorarle posteriormente por haber servido a su país como un glorioso héroe de guerra.
Dónde está la democracia. Dónde está la decencia. En nombre de qué ideales podemos justificar que sucedan actos similares cada día. Y todo por un sistema injusto en sí mismo y dispuesto a hacer lo que sea necesario para perpetuarse y preservarse. Un sistema en el que las vidas de algunas personas son defendibles con todos los medios necesarios, pero las de aquellos habitantes de países con menor poder y nivel económico, se transforman en efectos colaterales y ya se pueden arrancar impunemente. La ley del sistema te protege. Sus muertes se transforman en cifras y daños. Dejan de ser seres humanos que padecen y viven una pesadilla. Dejan de poder gritar en nuestros oídos porque acallamos sus voces mirando para otro lado. Me niego a tolerar lo indefendible, el sistema capitalista que a costa de quitar la vida a las personas crece y se vanagloria de sí mismo. Así como a todos sus fieles fanáticos que lo veneran. Hay que decir alto y claro lo que está pasando hasta terminar con este sistema indigno y retorcido, que nos hace amar a quienes deberíamos condenar y destruir.
Porque las imágenes que contemplo oprimen mi corazón y me arañan el alma. Bebes asesinados, niños y niñas masacrados por la codicia y el afán de poder humano. Y mientras sus progenitores arden en el más intenso dolor inimaginable, sus asesinos sonríen. No sólo eso, como si de cazadores mostrando sus presas se tratara, retratan su homicidio, jactándose orgullosos de su mezquindad. Un trofeo a costa de quitar vidas humanas. Vidas que acaban de nacer. Vidas que como seres humanos deberían defender. Vidas sesgadas antes de tiempo convertidas en muertes inútiles que se podían haber evitado. Porque los niños nunca podrán ser una amenaza, por mucho que algunos se empeñen en justificar sus terribles acciones. Son una promesa, son un mañana. Son las personas más importantes para sus familias y del mismo modo deberíamos protegerles de cualquier mal entre todos y todas.
Me cuesta imaginar el tipo de persona que ante un delito así pueda mostrarse altanero. Simplemente ha de ser un monstruo con demasiado poder. Incapaz de generar ninguna actitud empática por los otros, lleno de odio y prejuicios infundados, con una absoluta falta de razonamiento y demasiada crueldad. Pero ¿quién es más responsable de esta barbarie? Este soldado adoctrinado y enajenado o el Gobierno que lo ha formado y entrenado. Para luego darle la opción de ejecutar a los más débiles. Y condecorarle posteriormente por haber servido a su país como un glorioso héroe de guerra.
Dónde está la democracia. Dónde está la decencia. En nombre de qué ideales podemos justificar que sucedan actos similares cada día. Y todo por un sistema injusto en sí mismo y dispuesto a hacer lo que sea necesario para perpetuarse y preservarse. Un sistema en el que las vidas de algunas personas son defendibles con todos los medios necesarios, pero las de aquellos habitantes de países con menor poder y nivel económico, se transforman en efectos colaterales y ya se pueden arrancar impunemente. La ley del sistema te protege. Sus muertes se transforman en cifras y daños. Dejan de ser seres humanos que padecen y viven una pesadilla. Dejan de poder gritar en nuestros oídos porque acallamos sus voces mirando para otro lado. Me niego a tolerar lo indefendible, el sistema capitalista que a costa de quitar la vida a las personas crece y se vanagloria de sí mismo. Así como a todos sus fieles fanáticos que lo veneran. Hay que decir alto y claro lo que está pasando hasta terminar con este sistema indigno y retorcido, que nos hace amar a quienes deberíamos condenar y destruir.
Carlota Salgado Subiza, en kaosenlared
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