Aunque no tenemos información fidedigna, no me ha extrañado que el Ejército norteamericano haya matado a Bin Laden. No en vano los Estados Unidos contemplan la pena de muerte en muchos de sus estados y, además, con el 50% del gasto armamentístico mundial, sienten que pueden hacer lo que quieran en el mundo porque son el más fuerte de la clase. Pero lo que sí que me ha disgustado es que muchos gobiernos hayan felicitado a Obama por haber ejecutado a un hombre, sin juicio y, además, en un país que no es el suyo.
Todavía no sabemos exactamente lo que ha pasado, pero los estados han reaccionado a la información que el Pentágono había dado: que no habían intentado detener a Bin Laden, sino que la orden era matarlo, y que no habían pedido permiso y ni tan siquiera habían informado al Gobierno de Pakistán de lo que pretendían hacer.
Los países que no tienen pena de muerte no pueden congratularse de la ejecución de una persona por muy mala que podamos verla, y menos si es extrajudicialmente. Igualmente, tampoco deberían aceptar la posibilidad de que un ejército entre en un país ajeno a matar a nadie. Esta manera de proceder recuerda episodios nefastos como cuando Pinochet hizo asesinar a Orlando Letelier o como también ha operado a menudo el Mossad. Estos gobiernos han felicitado a Barack Obama porque deben ser temerosos del poder de los Estados Unidos, o porque Washington es su aliado y no les importa aplicar una vara de medir diferente, o porque no se permiten ser críticos dada la magnitud del atentado del World Trade Center, del mismo modo que no se atreven a criticar a Israel porque no saben separar el terrible Holocausto que sufrieron los judíos de las actuales barbaridades que Israel comete contra los palestinos.
No podemos aceptar la complacencia de nuestro Gobierno con el proceder de los Estados Unidos, porque queremos vivir en un mundo con justicia y con estados que respeten los Derechos Humanos.
Jordi Oriola i Folch, en Diario de Noticias
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