Berlusconi nos persigue y su policía destruye nuestras barracas. Sarkozy nos deporta y nos echa fuera de sus fronteras. Pero en Hungría nos están matando como a conejos.
La situación de la comunidad gitana en Hungría es sumamente alarmante. La extrema derecha triunfadora en las últimas elecciones y los racistas que no ocultan su condición, nos persiguen, meten fuego a nuestras casas y matan a nuestros hijos. Y todo esto se ha agravado desde que el partido ultraderechista JOBBIK consiguió el 17% de los votos y 47 diputados convirtiéndose en la tercera fuerza parlamentaria en las pasadas elecciones legislativas. JOBBIK (Movimiento para una Hungría Mejor), fundado en 2003, está liderado por Gábor Vona, un racista que se mueve alentado por el fascismo más negro y represor y la doctrina de los nazis húngaros que fueron amigos de Hitler.
Llueve sobre mojado en Hungría, especialmente desde que el año pasado se dispararon todas las alarmas por el asesinato de un gitano, Róbert Csorba, de 27 años y de su hijo Robert de cinco. Los autores del asesinato planearon perfectamente el ataque: mientras uno lanzó bombas incendiarias contra la casa de la familia gitana, otro esperó agazapado cerca de la puerta para disparar al padre y a su hijo cuando trataban de escapar de las llamas.
Y la violencia no cesa. Llevamos contabilizados más de 50 ataques de una violencia extrema. Unos con armas y otros con cócteles molotov que han costado la vida de varias personas. El último ataque asesino ocurrió el pasado mes de noviembre, cuando dos hermanos fueron asesinados en la localidad de Nagycsécs, en el este del país, de la misma forma en que fueron asesinados el padre y el niño gitanos.
János Farkas, hombre de respeto y jefe de la comunidad gitana de Gyöngyöspata, declaró a un periódico local: “Estamos asustados. No puedo olvidar a esos hombres uniformados y con botas negras ─Se refiere a los seguidores de JOBBIK─ que desfilaban por las calles del barrio donde vivimos entonando cantos militares”. La mayoría de estos hombres violentos son antiguos miembros de Magyar Garda (Guardia húngara), un grupo paramilitar ilegal que se inspira en la estética y la ideología de Cruz Flechada, el partido fascista húngaro de antes de la Segunda Guerra Mundial. Por esa razón una gran parte de los niños dejaron de ir a la escuela, por miedo de encontrarse con los racistas nazis uniformados.
Lo más grave es que JOBBIK, el partido racista, tiene seguidores en sitios impensables. Recientemente organizaron una manifestación en Hejoszalonta, a unos 180 kilómetros de Budapest. Una parte de la élite local encabezada por el director de la escuela pública se manifestó con los ultras, mientras que el alcalde, Jozsef Anderko, se solidarizó con los gitanos, junto con militantes proderechos humanos.
En el mes de marzo, el líder nacional del JOBBIK, el diputado Gábor Vona, pronunció un discurso ante 1.500 paramilitares. La mayoría llevaban el uniforme negro de la Szebb Jövoert. Y entre ellos se podían ver a individuos agresivos, uniformados y con la cabeza rapada, portando hachas o fustas, flanqueados por perros pitbull. Ante este panorama las familias gitanas ni siquiera se atrevieron a llevar a sus hijos al colegio.
El Gobierno de centro derecha de Viktor Orban se ha visto desbordado por tanta violencia, mientras la eurodiputada gitana, Lívia Járóka es la cara más visible de los esfuerzos políticos que a nivel europeo se están dando para corregir esta situación. Para nosotros siguen vivas las palabras del anterior Comisario de Empleo y Asuntos Sociales, Vladimir Spidla: “En algunos Estados miembros parece que los gitanos se han convertido en el blanco de la violencia racista organizada, alimentada por un populismo político, una retórica del odio y la moda mediática. En algunos casos, los gitanos están siendo convertidos en chivos expiatorios de problemas sociales mayores”.
Y los gitanos de todo el mundo seguimos preguntándonos: ¿hasta cuando, Señor, tendremos que soportar esta cruz?
Juan de Dios Ramírez Heredia, presidente de Unión Romaní
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